lunes, 28 de diciembre de 2015

filete


A solas, contra el tiempo e
impuntual de si mismo,
el que neceaba con vivir joven,
Hoy se ha despertado ya viejo.

Vicioso de idolizar al prestigioso espejo,
Se atornilló desde la cama a la torpe inseguridad
Para que, en los peligrosos callejones de esta ciudad
Su obligado anonimato lo rescate, noche tras noche.

La frustración no sólo de uno.
Insectos y humanos se amparan alrededor
de un desvelado y ruidoso foco
que corona un puesto callejero.

Según el rincón de cada gobierno,
las sombras varían según su precio,
por ello, sobrevivir y merecer,
son obra de la justicia personal
en base a la suerte internacional.

miércoles, 23 de diciembre de 2015

El lenguaje que entra y sale por la misma palabra del poeta errante que enmudece al pensar e implota entre letras


hacer la idea
hacer la idea a la idea de hacer que somos los que hacen que hacen ahora lo hacen con la idea
aidea
aideia
aide eia
aidelaidea
se hace la se hace
se hace idea
haces ideas
saces idehas
saidecasehas

[relegando al sentido [perdiendo el control [reconociendo la ignorancia [apelando a la nimiedad [hiriendo la razón [bailando a la rima [negando la redacción [devorando el tiempo [conquistando la emoción]]]]]]]]]

martes, 22 de diciembre de 2015

La puerta de una idea


Por culpa del estúpido trabajo, este fin de semana me hospedo en un hotel a las afueras de la ciudad. Le he pedido a Diana que se ocupe del gato durante mi ausencia. No somos amigos, pero nuestra saludable relación de vecinos me tiene sorprendido desde el primer día. Bastó un mensaje de texto para que Feliciano se quedara en excelentes manos por las próximas dos noches.
Mi hermano menor, que trabaja a un par de cuadras de mi edificio, pasó a saludar aquel viernes. Luis jura que no me doy cuenta que lo hace para evitar la hora pico del tráfico. No obstante, reconozco que es agradable tenerlo en casa. Estos encuentros son el bastión de nuestra nada robusta hermandad.
Aguardando mi llegada, a Luis se le ha ido el tiempo instalado frente a la televisión. En el último corte a comerciales del noticiero me ha marcado por teléfono. Le he explicado que no volveré hasta el domingo por la noche. Yo sé que le quedan unos buenos veinte minutos al atasco por ser viernes. Luis me cuenta que prefiere terminar de ver las noticias antes de salir rumbo a su hogar. Le digo que no hay problema, tan sólo le pido que no se olvide de poner la llave. Él, que disfruta de cuestionar mis actitudes, me pide que no sea obsesivo, que empiezo a sonar a mi abuelo. Le recuerdo que vivo en el centro de la ciudad y conozco las reglas de aquel ecosistema mejor que él. Con una última broma nos despedimos.
Minutos después, llega Diana de sus consultas y, antes de instalarse en su sala, prefiere revisar a Feliciano. Conforme sube los escalones, el ronroneo del televisor la incomoda.
Al mismo tiempo, mi hermano la apaga. Avienta el control remoto en el sillón y recoge su chamarra. En cuanto apaga la luz, un ruido lo interrumpe. Alguien manipula la chapa.
- ¡Ey! exclama Luis.
Diana se frena.
Luis camina lento hacia la puerta.
Diana tapa la mirilla con su mano y pega la oreja a la puerta.
Feliciano, inmóvil, observa a mi hermano lentamente sacar su celular de la bolsa. La pantalla es la única luz en el pasillo interior. Marca el número de emergencia y espera a ser atendido.
Diana, escucha a alguien llegar desde abajo. Asustada, tira las llaves.
El ruido hace que Luis cuelgue el teléfono.
Es alguien que ha entrado a su departamento en la planta baja.
Luis y Diana, petrificados contra la misma puerta, respiran haciendo el menor ruido posible.
Feliciano camina de vuelta a su colchón y se acuesta.
Recuerdo que no le advertí a Luis que Diana seguramente subiría a mi departamento así que le marcó. El teléfono vibra contra la puerta. Diana grita y baja las escaleras en dos zancadas. No tiene llaves para entrar a su casa así que sigue corriendo hasta la calle.
Luis se asoma por la mirilla. Ya no hay nadie. Abre la puerta y la azota. Sale corriendo hasta la calle.
En la abarrotería de la esquina, Luis paga una botella de agua y mira en silencio hacia mi balcón. A un lado suyo, una mujer respira agitada buscando un número en su celular. Luis saca su teléfono. Mira que le he marcado y me devuelve la llamada.
A ambos les suena ocupado, mi celular, inerte, en el buró de mi habitación. Los dos bajan el teléfono al mismo tiempo. Se voltean a ver, fascinados con la simetría de sus acciones. Luis camina hacia la avenida para buscar una patrulla. Diana se marcha en dirección opuesta, hacia la estación de policía.

Aceite de Roca


De niño me contó mi abuelo del hombre del fuego. En aquel entonces, ya no se le veía por el pueblo. Sin embargo, por las noches en las tabernas, los viejos, después de unos tragos, terminaban aplaudiendo sus proezas. Le robaba la llama a los mecheros. Achicharraba mosquitos de un manotazo. Crujían las chimeneas al verlo pasar.
Mis hermanos y yo jamás creímos tal cosa. Andábamos todo el verano en bicicleta; desde la cancha del campanario hasta el barrio de arriba, allá por casa de Sáulo, el herrero, y jamás vimos aquella sombra caliente de la que mi abuelo hablaba con tanto respeto.
A escondidas, una tarde de sábado nos fuimos al bosque con un morral cargado de cascos vacíos de cerveza. Nos gustaba llevarlos para después reventarlos a pedradas entre los árboles. Harto de las piedras, aventé un casco contra un tronco para verlo morir. Rebotó el vidrio. Sentí algo extraño en mi interior, un anuncio. Los demás se burlaron. Bajé por un estrecho camino entre la maleza para recoger la cerveza y cobrar mi venganza. La presencia de alguna madre que venía a lavar al río espantó a los otros. Huyeron en sus bicicletas.
Primero grité para que me esperaran. Luego corrí tras ellos y me resbalé en las hortigas. El miedo hizo al bosque más oscuro. Cuando me subí a la bici ya era de noche. Justo los vi cruzando el puente, ya de vuelta en el asfalto, cuando lo sentí a mi lado. Parecía estar sucio, por más que su ropa no lo delatara. Sonreía, chimuelo, aunque lo que carecía no eran dientes. Lo que le faltaba era impalpable. Abrió un viejo pastillero, como ofreciéndome un caramelo. Al asomarme en la cajita encontré gusanos y arañas. El tipo se carcajeaba, pero no había sonido en su risa. Pero no era mudo. Era que no tenía aire. No tenía nada adentro.
Abandoné la bici. Corrí hasta el puente y luego hasta casa de mi abuelo. No recuerdo haber gritado. Me había inyectado su silencio.
Mi abuelo, un hombre cálido que permitía a cualquier flotar en sus olas, me levantó de la cama con sus brazos. Cuando escuchó lo sucedido, me narró la mitad del secreto.
A quien yo había visto, era un hombre perdido. Jamás tuvo hogar en el pueblo. Fallamos nosotros por no recibirlo, pero afortunadamente se hizo amigo del hombre del fuego.
Finalizado el invierno, se les veía a los dos merodear por el bosque. Con el paso del tiempo, aquel joven, que nadie quiso lo suficiente para darle un nombre, se fue cubriendo de grasa para pasar el tiempo con su amigo de fuego.
Pasaron los años hasta que un otoño, el hombre de fuego sorprendió a aquel sujeto en el acto más desleal y perverso que un hombre puede llevar a cabo. Sus ojos, como brasas, resoplaban con violencia. Fue Sáulo, el herrero, quien habiendo bajado al río a calmar sus metales presenció como al anónimo huérfano, el superhombre, sin misericordia y con justicia, le metía el fuego por la boca.
De noche, arribado el invierno y exiliado su ardor, el bosque dejó de palpitar. En la taberna, los viejos debatieron largas noches sobre la traición.
Le pregunté a mi abuelo sobre la traición. Mi abuelo, con su voz de atardecer, me pidió que tuviera paciencia, que lo sabría más tarde.
Me hice mayor, dejé la bici y me puse a andar en libros. Siempre que leía historias de traición sentía cerca aquel calor. Volvía a querer creer en el hombre de fuego.
En el sepulcro de marea roja que resultó la muerte de mi abuelo, lloraban todos. Sentí aquel anuncio visceral y alcé la vista. Atrás, incapaz de emanar más dolor del que ya lo consume, estaba el hombre de fuego. Me era tan familiar verlo que preguntarle cualquier cosa me pareció estúpido. Nos reconocimos. Intuí aquella mitad faltante del secreto que me fue confiado y sin tocarlo, abracé su incendio.
*
La historia de nosotros empezó con el primer hombre que huyó de la hoguera, cruzó el mar, y del otro lado, descubrió el fuego. Por eso, a donde vayas, la flama te reclama, el calor te hace invisible y las brasas te examinan.
El fuego no traiciona, ni deshereda. Es el caprichoso deseo, encubierto de ilusión o miedo, con el que te justificas y te convences de que la culpa de aquella quemada, la tiene el fuego.

viernes, 18 de diciembre de 2015

Ukrainian Poem


I want to die near the beasts,
in a dream of epic sadness,
surrounded by snow,
holding a flare in total darkness;
knowing I kept your spirit at bay,
from our inherited nightmares.

lunes, 14 de diciembre de 2015

Yendo


Adentro, somos algo que mantenemos un poco menos afuera.
Sin embargo, en la fuerza no hay límites, no hay reglas.
Hay noches como hoy, que nos hallamos en el necio motor,
que persigue nuestra propia nómada estela.

Branquias de noche


Lo mató a las cinco de la mañana. Nadie fue testigo de tal cosa. Aquel hombre, tan grande en años y en experiencias, convertido en nada, no supo nada de aquel día que amaneció sordo de su integridad, de su temblorosa esencia.
El asesino tuvo un día más. Fueron ambos, el muerto y su ser, honrosas primera y última víctima. Desde aquel confuso e indeleble instante, supo que quien él era, también se desvanecería con el arribo del próximo día. Antes de dormir, después de largas horas a solas, sostuvo sus manos juntas sobre su cabeza. La sangre se alejaba de sus palmas. Sin intención, se despedía y saludaba en el mismo apretón. No tenía sentido aferrarse al insomnio. Su sentencia estaba hecha.
Aflojó las manos, luego los párpados y finalmente permitió que, entre sueños, se deshilachara aquella identidad que lo acompañó desde su primer recuerdo; aquella defensora de su fracturada consciencia. Supo que habría mucho que descubrir; en el mismo cuerpo de un hombre que una vez mató y murió, de la misma persona.
Nadie fue testigo de tal cosa.

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Technical Data


Tus tennis viejos, retirados en un cable cerca de casa / Tus notas en servilletas, para no olvidar lo que nunca hiciste / Tus lámparas heredadas, admiradas por tus visitas, también empolvadas / Tus cables que ya no pertenecen a aparato alguno de esta casa que tantos habitaron / Tus llamadas perdidas, todos los días / Tu jugo diluido en agua, todas las mañanas / Tus opiniones, a pesar de tu voluntad / Tus ilusiones, encriptadas en canciones de alguien más / Tu libreta sin estrenar, aún no llega la historia por la cual uno se para.

lunes, 7 de diciembre de 2015

Un sentido humor vítreo


Mis ojos, aún en sus cuencas, son estrujados por dos manos que llegan desde el fondo de mi cráneo. Caen en forma de lágrimas, gotas de miedo que se escurren por mi interior hasta vaporizarse al contacto con mis vísceras. Me voy vaciando. Se endurece la corteza.
Quieres querer ser humano,
y el mundo no te deja.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

härdˌhed


Your wrinkles and my stains,
they fade together.
It's insane.

I reach out and you sustain.
Don't need perfection,
our one way lane.