martes, 15 de julio de 2008

El Fuelle del Tiempo


El tiempo es la peor inversión del intelecto del ser humano. No nada más es difícil de entenderlo, sino que es una misión imposible por comprender algo que, para colmo, no existe. ¿Porqué sí existe una conversión de sistemas de medición espacial entre diferentes culturas y no funciona igual para el tiempo? Porque más allá de si el tiempo es medible o no, nadie en esta vida lo puede ver de la misma manera. Ni siquiera la misma persona puede comprender el tiempo del mismo modo cada día.
Un niño de dos años, con menos de mil días de existencia, no va a darle la misma importancia a veinticuatro horas que un anciano que tenga veinticuatro mil novecientos sesenta y seis días en su haber (son 68 años con casi cinco meses para los curiosos). Ese es uno de los factores del porque de repente el tiempo nos ‘pasa’ más rápido.
Pero el tiempo no pasa. El tiempo no se hace. El tiempo no se da. El tiempo no se pierde. El tiempo está y nada más; para que cada uno lo sienta y lo entienda como puede. ¿Por qué cinco minutos pueden ser tan rápidos o tan largos? Porque antes de que existiera un reloj, que más que reloj es cadena, existía un concepto del ya muy citado: tiempo. Antes de saber lo que era un segundo existía una expresión que comunicaba ‘dame cinco minutos’. No importa que fueran cuatro o seis. La idea era espérame o no lo hagas, pero en un instante estoy listo, despierto o lo que fuera.
Momento, rato, eternidad, siempre, nunca…
Estas expresiones son más válidas para medir el tiempo que una minúscula línea dando vueltas como mayate entre números. Porque el tiempo no avanza con el paso firme y apurado del segundero, así como tampoco lo hace con la desidia de la manecilla de las horas. El tiempo esta vivo.
Y tiene la paciencia del mundo para darnos nuestro espacio y nuestro momento cuando nos besamos con la mirada.
Y baila con toda música, proveyéndola de un ritmo único que haga cada canción especial.
Y se sienta con nosotros a ver el atardecer y a escuchar las olas.
Y descansa entre siestas para que las sintamos más eficientes.
Y como a cualquier le puede pasar se pierde en sus pensamientos y nos puede hacer sentir que las salas de espera son eternas.
El tiempo esta vivo y es vecino de nuestras vidas siempre. Cada vida es única y son tantas las cosas las que nos definen que esa lista infinita aplica igual a nuestro tiempo. Si acaso se le puede achacar una metáfora (porque los escritores tenemos ese mal gusto de querer transformar todo) sería la del fuelle de un bandoneón. Un fuelle que se estira y se comprime en nuestras manos. Un fuelle que, al estrenarlo, arranca muy rígido y con el uso lo vamos conociendo y aprendemos a tocarlo. A hacer los momentos que valen la pena más largos y más placenteros. Los tragos amargos no pueden ser comprimidos hasta eliminarlos, pero su existencia es necesaria para poder volver a estirar el instrumento cuando queremos saborear el rato.
Es este fuelle del tiempo que se sacude toda una vida.
Lo más bello de todo es la música que sale de tantos intérpretes que salimos a la calle con nuestro tiempo y lo tocamos a nuestra manera. Miles y miles de bandoneones sonando a cada instante, soltando notas únicas que resuenan por dentro de nosotros y nos dan esas sonrisas sinceras que no piden nada a cambio.

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