jueves, 5 de septiembre de 2013

Empolvo


Culpable de sus mejores amigos e incapaz de reprocharle a su familia por haberlo moldeado así, José se encerró en su cuarto con la idea de escribir una novela. "Hablar de algo importante". Ésa era la misión y la tenía clara. Del proceso no conocía nada. Por lo mismo decidió que atacar temas como el amor o la muerte era garantía de fracaso. No había propósito en querer superar siglos enteros con ilustres pensadores dedicados a dichos temas. Con la pluma en la mano, se dejó jorobar sobre la mesa. No había mucho más qué decir.
Pasaron los días. Sus amigos dejaron de buscarlo. En la espera de saber qué decir José percibió como la sábana de partículas que flotaba frente a él pacíficamente se convertía en polvo. Seguro tendría la nuca tan espolvoreada de tiempo como le mesa.
Empezó a escribir. Su misión sería narrar el polvo. La ceniza, el aserrín y las migajas se convirtieron en nuevos paisajes. En sus textos se preguntaba si el humano siempre lo vio como mugre. Las escuelas venden que el polvo es el enemigo y parece que todos lo compramos.
"El polvo no desaparece. Ni siquiera se va. Tan sólo aprende a ser más discreto. Conoce nuestro campo visual y con más gracia que cualquier ballet, flota por las superficies para empanizar al mundo. Por mucho tiempo fue el reloj del humano; la prueba de que la tierra no había dejado de girar y que la rutina no había devenido en el purgatorio. Llegara el día, después de que la última cucaracha muera, donde le polvo recupere todo lo que le es suyo. Mientras tanto, en culturas patológicamente asépticas, el polvo se esconde y el limbo burgués de cocinas impecables es ideal para las fotos pero no para la vida."
Quizás ése era uno de sus párrafos favoritos. Sin embargo, no se frenaba ante el mero gusto de una redacción elocuente y antipática sino todo lo contrario. Muchas páginas siguieron cayendo de la mesa. José escribió lo suficiente para sembrar el piso de la habitación con una doble capa de páginas sobre el polvo. Palabra por palabra se convirtió en quien quería. Palabra a palabra alienó a sus amigos y a su familia. Sin embargo él vivía feliz sobre esa isla de madera rodeado de olas blancas con espuma de letras.
Una tarde, sin pretenderlo, fue pensando en esa película de polvo que el imprimía sobre la página al momento de bajar la pluma y trazar su infinito ensayo con rigor. La culpa y la vergüenza se fueron colando de nuevo en su cabeza hasta que, pausadamente, cesó de escribir.
Ni siquiera puso punto final

No hay comentarios: