martes, 23 de agosto de 2016

Marcos vacíos


De la madre de los hijos que nunca tuve y los viajes al medio oriente que nunca hice, recuerdo a la perfección casi todo.

Éramos dos en una aventura que nadie vio y pocos creen. Las manos, los colmillos, las sombras, las ondas de calor que penetraban el frío, las pistas que quedaron en el guardarropa y los pasillos; son parte de un croquis que aún se conserva profundamente escondido.

Aún despierto me transporto a esa calle alemana de invernal empedrado. El sol, a miles de kilómetros de distancia, conseguía saturar el cielo de color. Yo tenía rastros de comida y cerveza en el mostacho. Tú, en un cuello de tortuga ocre, lograbas verte fascinante. Nadie nos conocía y nosotros no sabíamos de su existencia. Dos boletos en la bolsa, uno a Teherán y otro a Río.
Como cascada, nos diluíamos por la acera. Eramos dos espejos que de reojo pescábamos detalles de la calle para malabarearlos en un limbo de infinitas miradas: tus botas, la maceta, un encendedor robado y la maleta que un vago olvidó o aún le pertenecía a un vago olvidado. Sin querer chocamos contra la carreola. El Mercedes pasó rasando a tu lado. Sin querer logramos que aquella familia por siempre existiera; y a nosotros, hasta hoy, nadie nos acercó una boya que nos desobligue de seguir nadando.

Ojalá fueras mi viuda. Así, un día al año al menos, sentirían la carga y por absurda compasión, se ofrecerían a ayudarte. Lo que nos pasó y nadie retrató, jamás fue tatuado; es nuestro error ante este juego de memorias. El que para cualquier oído seas tú tan sólo un fantasma -ahora tropical- y no la que dio vida a nuestro palpitante e insufrible linaje, me rompe la voluntad. Me hace con cada año y cada kilómetro, más insignificante.

No hay comentarios: