viernes, 16 de febrero de 2018

Mo-ichtacanamictiá


Ya no me acuerdo porqué fue que no te dije. Desde entonces y todavía, lo cristalino de tu ser me intimida. Es una cenote al cual me entrego. Ahí me deshago. Me evaporo.
También pudo haber sido un plan jamás ejecutado. Mi desarmable cautela no da garantías para el corto plazo. Seguro me faltaba algo tan sencillo como una postal para enmarcar el momento y luego el aviso se fue evaporando. Nos impregnamos de costumbre y la rebasada intimidad desplazó, en ciertas noches y casi todas las mañanas, a la emocionante cachondez.
Ahora, achacosos pero suavecitos, sabemos retratar mejor: juntos. Los secretos son más verdades, que entre los jardines y las risas, olvidaron pronunciarse; que tenebrosas promesas rotas y rompidas. Ya nos sabemos demasiado bien. Por eso también nos olvidamos.
Ahora, que aún recuerdo lo que siempre supe y se me fue avisarte, te cuento que el día que me casé contigo eras perfecta a ese momento. Te veías contenta y despreocupada. Fue cortita la ceremonia, sólo se dijo lo importante. En algún momento me volteaste a ver y me asusté de verte tan presente aún sin estar notificada. Quizás, ahora que porque lo digo lo pienso, por eso no te conté de tu casamiento conmigo. El impuntual, una vez más, había sido yo; y tú de mí ya estabas casada.

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