martes, 25 de octubre de 2016

los más noches ésta triste


No vivía yo en México; pero tampoco creo que en aquella época yo viviera en cualquier otro lado. Hay un resplandor que el mundo ignora. Está demasiado concentrado en la hora mágica, en la bruma o en los polos de aura impecable.
Pero sí hay, un momento, de invierno tropical, entre las diez y doce del día, en el que el sol, desde su origen de cosmos suspendido en su penso -del pensare latín- pierde la carrera al asfalto a escaso metro y medio de lograrlo, hay partículas, de todo tipo de orígenes *contaminantes, residuos orgánicos, humo de tabaco, humo de cocinas económicas informales, pelusa intergaláctica y en ocasiones, residuos nigrománticos* que frenan al sol, no lo reflejan, es más un choque y un pequeño rebote, donde la luz pierde fuerza pero de cualquier forma apunta hacia arriba, como un rayo de sol que por vez primera voltea a ver a su padre.
A mi me sonrió aquel brillo. Lo había visto ya en Buenos Aires y lo volvería a ver en Occitania, que no por nada se le conoce como el mediodía francés, pero esa ocasión fue en México. Las cosas pasan por algo. El culto a la madre carnal y al viento, la interminable derrama de sangre que aún no culmina, la intimidad con la muerte, la corrupción patológica que desde la oscuridad danza con los festejos del más chingón, la asociación del líder con la arrogancia, la pinche salsa picante -generosa desde el molcajete hasta la tripa-... todo pasa por algo y a México y a mi nos pasó en un rayo de luz percutado. Después de eso nadie se murió, pero sin llegar a decirlo, los dos ahí nos dejamos algo que quedó mutuamente regalado.

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