miércoles, 12 de julio de 2017

¿y entonces, quién tendría la razón?


Cada mañana, al fondo del pasillo, hay una bestia dormida. Los párpados estériles hablan de un silencio craneal absoluto. No exagero los cuidados, pero siempre guardo las llaves en el bolsillo antes de salir de la habitación.
Por cortesía.
Por respeto.
Por miedo a no saber si al despertar lo que tendrá es hambre, calor o culpa de haber sobre dormido.
No he hecho caso a los alarmistas.
Ni a los preocupones.
Ni a mi madre.
Para mí nada significan los dardos, las pastillas, las bardas y los modernísimos detectores de movimiento. Hay que saber llevarse. Hay que saber perder. Hay que saber ser lo que uno tiene y no pretender. Por eso, aún sin tener claro a qué hora o por qué ventana entra, la dejo dormir sobre el mosaico azulino.
Y por ello me aplauden.
Me miran distinto.
Me admiran sin jamás haberlo dicho.
No es que me disguste el efecto de mis decisiones. Tampoco es que no me haya aprovechado de tales circunstancias. Sin embargo, en el insignificante pellejo que recubre la garganta, me genera un tenue sarpullido.
Porque ese no era el objetivo.
No había objeto.
Ni al principio.
Ni al término de algo que jamás será concluido.
Dejé a la bestia suspirar su descanso por la misma razón por la que no interrumpió mi insomnio, que en pasajes irreales me lleva a deambular divertido. Los verdaderos animales reaccionan, sin eludir a un desenlace indirecto. Hay que hacer y hacerse, entre los hechos y los deshechos. Hay que acomodarse para no estorbar y envenenarse cuando es devido.
Sin abrir los ojos me mira.
Me tantea.
Me gobierna.
Siempre sabemos cuando hay alguien más en casa. Aunque lo neguemos tenemos muy claro quien comparte la calma de no sentirse calificado por ese mundo fortuito.
Hay los invitados.
Y los colados.
Y hay quien sabe que la puerta emparejada es un ruego a ser invadido.
Ahora todos se encandilan con mi rutina. Hasta imaginan su quehacer en un caso parecido. La idea de hacer algo así los abraza mientras se lavan los dientes. Sienten el logro que ellos alcanzan a través del mutuo descuido que nos tenemos la fiera y yo. Pero no entienden que esto nunca acaba.
Cada mañana podría ser sólo el principio.
No hay garantías ni ganancias. Basta de una pichicata mañana para que amanezca de funeral una cabecera del pasillo.

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