sábado, 5 de abril de 2008

Out there they call it murder...



Los pendejos.
Los que se precian de ser pendejos.
Los que niegan serlo.
Las pendejas.
Tanta faramalla que llena el tiempo aire de todos los pendejos.
Los malhechos que creen que no son pendejos, sino postergadores de su propia inteligencia.
Detestolos.
No entiendo como uno merodea alrededor de la propia vida. Van y critican lo que no conocen. Vienen y encasillan todo como si las personas cupieran en cajones. Se vienen y pretenden que no lo hacen. Se incomodan ante la misma presencia de lo desconcido. Tanta jotería que se traduce en homofobia. Cabroncitos. Pendejitos. Admiradores de antiguos pendejos. Nada puede tratarse seriamente. Nada se quiere tratar. No los quiero tratar si de eso se trata.
Las hojas que quedan, los animales que sobreviven temerosos observan desde las esquinas. Nadie sabe cuando, pero las cartas se jugaron mal. Tan mal para que los de adentro, los pendejos, quedaran con el control en sus manos. Hoy se buscan laberintos o pasadizos que nos saquen del embrollo. La verdad, y esa la saben todos, es que ya es demasiado tarde para pretender que lo sufrido valió la pena.
Los que hablan desde afuera se creen que se las saben. Lo de moda es no ser parte de ella. Todos hablamos en precarios estados de lo que tanto odiamos y tanto aguantamos. La palabra clave es aguantamos. Al que no le guste que se rebele. Todavía hay montañas suficientes para armar tu propia cruzada-guerrilla-puñeta. Toma nota porque un día se van a acabar y luego vamos a estar pidiendole al inDiostrial que nos haga el milagro de la repartición de los pistones.
Se cree que es juego. Se cree que la justicia y la subversión son ritmos bailables. Un día, más cerca que lejos, vamos a ver que el baile lo hacemos todos; y los monos bailan mejor.

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