viernes, 25 de septiembre de 2015

5,400


En su cabeza se oyen pesadas cuerdas siendo tensadas. Son rollizas sogas amohinadas prohibiéndole al mar el secuestro de un gigantesco cuerpo terrestre. El mar devora, disfruta por igual un cuerpo blando mamiferoide que un bocado de toneladas oxidadas. Por eso su paciencia, por eso ese arítmico pero agradable vaivén de olas. La cuerda, creada para aguantar, no tiene opción más que ignorar el estruendo que el agua detona en las rocas. Lo impredecible de cada ataque, la magia de un espectáculo que hipnotiza tanto a marineros como a viudas en la playa, para el cabo es intrascendente. La misión gobierna a la tensión. La batalla milenaria entre olas y rocas, que cuenta con la veleidosa fortuna como único método para cambiar el rumbo, para esta rígida cuerda es un mero barullo.
A eso le suena la cabeza. El casco ayuda a aturdir la tentación. Las viudas no ponen atención. Los cangrejos llevan charolas con bebidas que no podrían ser tomadas frescas bajo este calor de medio día. La marea se contonea en gigantes banderas de la hinchada. Los niños hacen castillos con su imaginación, jugadas que su ídolo jamás logrará pero que a ellos les da lo mismo. Los que han venido a ver el espectáculo se ponen de pie, ansiosos. El, su propia línea de vida, los ignora. Rumbo al final del encuentro le rosa la brisa de un líquido ataque que ha impactado a otro compañero.
Al final, cero a cero, no se ha perdido nada. Podrá llegar a casa y disfrutar de sus hijos sin tener que prender la tele para ponerse al corriente de otro partido sin partir.

No hay comentarios: