lunes, 28 de septiembre de 2015

La tele rota (bullente y bullicioso)


Tras años de verse obligado a rechazar el impulso natural de voltear en busca de la portería cuando las masas con su intenso aullido vaticinan la llegada del gol, Leonardo aprendió a ver la tele rota.
Podía tararear por horas el scratch de un LP rayado. Los sábados, desde su amarillento traspatio bordeado por edificios ochenteros, se tomaba el tiempo para ver el atardecer reflejado en las opacas ventanas de sus vecinos. El olor a cloro, de cualquier impersonal pasillo, fuera burocrático o de centro comercial, siempre le regresaba ese eterno antojo a migas. Y aunque su necia parsimonia con la que ejecutaba su oficio como guardia del estadio vigilante de las gradas era su rúbrica inquebrantable; Leonardo, cuando más tranquilo y pleno se sentía, era cuando vigilaba a su mujer en la regadera.
Ni bullente, ni bullicioso, apenas sonreía su conquista sobre el mundo que al resto nos gobierna.

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