miércoles, 28 de septiembre de 2016

El pasto del desierto


El muy bastardo vendía reguladores de energía pero ponía la alarma a las cuatro para cambiarse a la otra cama del cuarto de hotel. En casa, con los audífonos puestos, leía el periódico mientras desayunaba a bordo de una bicicleta estática. Se sentaba las horas frente a su pintura favorita y fingía ver el teléfono para oír a los distintos guías turísticos explicar la obra. Jamás abandonó un comedor sin pedir que le llenaran el thermo de café, pero en ocasiones lo hizo con el fin de regar las bugambilias del balcón. Y siempre, al volver de sus viajes de negocios, tenía sexo con su mujer.
Segundos antes de venirse, intentaba abarcarla. Con ambas manos repasaba las piernas, el culo, la melena y las tetas con harta prisa y nula pasión; para no desaprovechar

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