miércoles, 28 de septiembre de 2016

Hay veces que veo los maizales y sólo pienso en entrar ahí para ya nunca regresar


Le dispararon a un taxista a medio embotellamiento. El pasajero no dejaba de gritar. Era un chico de unos quince años, con frenos en los dientes y un irregular bigote jamás rasurado; un ser humano que ni acababa de salir del horno y ya se había tatemado con las brasas de la pálida muerte.
Muchos corrieron a ayudar. Muchos otros, ya vacunados de violencia callejera, nada más veían con algo de curiosidad y mucha indiferencia el parabrisas salpicado de rojo.
A estos días ya no se les quita el dejo a nocturno. A la gente de aquí se le han ido quedando las sombras en la mirada. Se auguran cambios irrelevantes para el futuro próximo. Ahora nos toca planchar estas soleadas noches sonámbulas que van desparramándose en el olvidadizo inconsciente de un planeta pinchado.

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