viernes, 2 de septiembre de 2016

todos nosotros


Nos dan asco las otras personas. Repelemos el sentarnos en el mismo escusado que alguien más, el acostarnos en la cama de hotel donde durmió alguien más, el tocar un cubierto que ha sido usado por alguien más.
Nos dan asco los demás y lo único que podría empezar a nivelar las cosas es si empezamos a darnos asco nosotros.
Empieza por las partes obvias: tus genitales y su peligrosa proximidad al ano o la amarillenta cornisa de las uñas de tus pies. Las partes con sombra siempre son fértiles para las sustancias que te parecen ajenas: el ombligo, los oídos y el hueco que hay entre tus encías y la parte interior de tu cara. Una vez localizados estos mugrosos y húmedos elementos *a menos que haya costras, que s-i-e-m-p-r-e funcionan*; hazlos tuyos. Tú eres ellos. No son polizones a bordo de tu inmaculado cuerpo. En el planeta hay siete billones de contenedores de caca y bilis con patas, Tú eres uno de ellos. Si la flexibilidad lo permite, muerde, lame y olisquea todo aquello que no te invita a hacerlo. Si no cuentas con esa elasticidad, al menos recuerda que los nudos de grasa enmarañados entre tus músculos es lo que impide que te alcances a ti mismo (si es por osteoporosis, aún mejor).
Haz terapias quincenales de encerrarte en el baño, explorar la basura que tú solo generaste y estudia a conciencia las escamas que abandonas en el colchón y la almohada, día tras noche. Aquella imagen de militares apilando cadáveres al balancearlos de sus manos y pies para hacer llegar más lejos el bulto... eso eres tú cada segundo que estás dormido, tirando todo lo que estorba, sin apego, sin sensibilidad alguna, con todo el derecho a no respetar algo que aún muerto, se aferra a un ser superior.
Tal vez mañana logres genuinamente ser repugnante para ti. No porque estés pasado de peso o demasiado pálida o tengas lunares descomunales o senos de mandril, sino porque tú, en tu estado natural, con o sin aquellos defectos, aún con una larga lista de mejoras físicas y espirituales, das asco. A ti y a los demás. Y que lo tengas bien claro, es -meramente- la primer ventaja.

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