martes, 20 de marzo de 2018

Al final del final


Cuando queda poco tiempo, la imaginación sale a pescar. Ahora somos muchos los aferrados al tono que marca el anzuelo. Imaginemos todos pues, que esto es sólo un cuento. No son hechos, sino palabras trenzadas las que hacen creernos que las sombras se desbordaron. Por supuesto que no hay, nunca hubo, un infierno. Es sólo un depósito de láminas de penas y desengaños que, a raíz de la historia que hemos venido construyendo en milenios, ahora se ve rebasado en su capacidad. No existen pues, las cárceles tercer e inframundistas; aquello es pedacería de pesadillas de irresponsables que las dejan crecer en el fuego de la caverna de Platón. Hay moscas, sí. Son espías pro bono de dioses tan reales como ocupados. Ellas viajan entre la realidad y la fantasía, haciendo surcos a través de los cuales los menos cansados se despiertan y las maldicen. Los exhaustos, con el lomo descapotable para dejar ver la maquinaría -bujías, pistones y todo- yacen inmóviles. En posición fetal para ligar el cuerpo que su espalda dentada se empeña en desbaratar. Ellos no saben nada de este ejercicio, 'cuentos chinos' les dicen. Curioso que sean justo los chinos los mismos que en sus fábulas no dejan aparecer a los hombres-secreto. Esos a los que no se les cuelga ni la empatía. Su incurable maldición no se relata en las emocionales canciones que revolucionan a los miedosos, a los amantes de la comodidad y a los torpes. Por eso no son. Su mirada es críptica y no hay manera de quererles a pesar de su histórica explotación. Ellos sí que no son ni de aquí, de la hipótesis, ni de allá, la exageradamente concreta materialidad. Yo igual sospecho que ellos, y todos los que viven en algún cerro lo suficientemente alto como para leer las noticias directo del sol, saben desde hace tiempo lo agotados que estamos en ese preciso recurso. Son entes ficticios con mentes informadas que no parlan el lenguaje de la apurada verdad. Entonces, viven en mapas antiguos que jamás fueron digitalizados y son enterrados por hermanos tan translúcidos como ellos. Se les seca la piel más rápido que esta misma hoja jamás impresa y se regalan al viento. Si esto no fueran sólo palabras y pudiéramos ser notas, a eso sonaríamos: a una escama surcando la terracería de un contaminado y lentísimo huracán. Es que ya no hay espacio. No se puede uno tomar nada personal en un universo que de tan pesado empieza a hundirse en sí mismo. Fuimos muchos y seremos nada. Hoy deseamos ser todos los huérfanos y no sólo los niños de cada guerra, a los que hasta esa excepcional desdicha se les arrebata. Queda poco tiempo y la cabeza sabe que es imposible que las lágrimas caigan del techo, que los ciegos ahora miren por dinero, que las tripas se acolmillen para devorar a los herederos; pero sobre todo, reconoce -sin querer ni queriendo- que esto es sólo un cuento.



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