miércoles, 14 de marzo de 2018

Un caballo de fuego que no sabe nadar


Bajó el bordado de un petirrojo siendo apuntado por un láser. Era imposible atinar con la aguja con sus hombros subiendo y bajando, producto de la risa muda que iba impregnando sus entrañas. Siempre había regaládose ácidas bromas que olvidaba antes de tener la oportunidad de compartir. En esta ocasión el chiste le había hecho reír tanto como la había asustado. Pensó en qué ser humano con capacidad de hablar y un par de décadas al lomo no había hecho ya alguna broma del fin del mundo. El cuadro de síntomas del desenlace de este capítulo en la historia humana terrestre era visible desde el espacio. No tenía uno que haber vivido antes para saber que eran condiciones anómalas las que gobernaban el planeta. Sin embargo, había más chascarrillos al respecto que intentos por cambiar nuestro destino. Ya pronto vendría el insustancial colofón y todas las peripecias y desgracias que lo antecederían. ¿Qué diremos todos entonces? ¿Recordaremos cuál fue la broma con la que sentenciamos nuestro camino colectivo? ¿Nos dará eso a la vez más risa? ¿O vergüenza? Intentó pensar en cuál había sido su mejor puntada usando el fin del mundo como remate. No sólo no logró acordarse, se enserió mientras revisaba su hemeroteca personal.
Levantó la aguja y lamió el hilo escarlata para poder apuntar con certeza al ojal.

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