domingo, 26 de junio de 2016

IIIf


Descubriste que tu sangre está puerca de sangre ajena. No fuiste tú. No importa. Sin solicitarlo, te exige que lo defiendas ante la plasma derramada de un inocuo apellido foráneo. Las caras no reconocidas ahora son todas la misma. El terreno de asfalto que gobierna esta ciudad se ha vuelto anónimo y hostil. Salir de él es impensable. Adentro, los pasillos, de pálido tapiz inglés, son eternos corredores donde nadie vive; y si sí, son demonios de falda o corbata escondidos detrás de sus costosas vajillas. Toda acción es un pretexto para delatarte. Miras de reojo a tus espaldas. Podrían haber ya entrado.
Consideras ir a la turbia estación de policía, pero no tienes nombre. Además, podría haber condenas pendientes qué liquidar. No hace sentido sin descendencia. ¿Para qué pagarle el pasado a un muerto si no hay futuro?
Hasta hoy habían los buenos, los malos y los pobres de espíritu. Qué raro ya no saber cual te respalda, te justifica. Qué extraño es saberte mejor ahora y derogar el antes -el álbum merece una repasada-

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