jueves, 16 de junio de 2016

Olvidar es una cosa, pero negarlo... jamás.


Estaba en ese punto donde es incierto si es cena o es desayuno, sentado en un tramo de piso que no era estacionamiento pero tenía un coche estacionado a mi lado para recargarme -el meñique roto, la consciencia intranquila y tremendas ganas de cagar-. Había estado borracho hace unas horas, pero ya no; ahora tocaba un último paréntesis antes de la resaca. Ahí me acordé de ti, hermano menor pero hijo único a fin de cuentas (tus berrinches y mi paciencia, titánica mancuerna). No sé si habíamos estado juntos ahí mismo o si teníamos alguna anécdota que refiriera a este instante que me había tocado vivir a solas, pero igual me pareció que te debía contar esto cuando te viera. El hedor interrumpió la añoranza. El ácido tufo me irritaba al mismo tiempo que me pedía inhalarlo más. Tampoco podía moverme por lo que sólo me quedaba eso: machacar mi olfato y desear que se hiciera de mañana. Después ya no sé bien qué paso, pero aún cuando analizaba la mostaza en mi camisa o cuando con la lengua pasaba lista a mis dientes con serio temor de encontrar una ausencia; te sentía no cerca, pero sí paralelo.
Ni te había buscado para contarte esta omitible pendejada cuando me marcaron a decirme que habías muerto. Entonces ya no sé si nunca te lo pude contar o si estabas ahí conmigo pero lo que me preocupa es que muy pronto a mí se me va a olvidar este recuerdo y jamás sabremos, ni tú, ni yo, qué chingados pasó y si nos pasó a los dos.

No hay comentarios: