martes, 28 de mayo de 2013

La Subida también es Bajada


Con la comezón de siempre, venía cuesta abajo por la avenida -soltando las piernas hacia adelante, haciendo contrapeso con la escopeta y rascándome-. No había mucho espacio para nada más. Rascarme ya es todo. Mi cuerpo me lo pide. Cada vez que me abandono al impulso escucho las uñas rallando la piel muerta, la carne viva, la culpa, las costras, la memoria seca, las inquietudes, el sudor, la desesperanza. Todo cae en microscópicas hojuelas al piso. El asfalto, cocinado en ríos de sangre, se lleva todo sin perdón alguno. No sé que agarré primero, las armas o la comezón, pero fue de día. Si llegué a imaginar el final de más joven no caía de día.
Lo peor es éste epílogo donde vivimos los restantes. Ya no queda nada. Sin embargo seguimos vivos. ¿Porque nadie se mata a sí mismo? Los que sí, son los menos. Hasta podría apostar que el porcentaje suicida disminuyó después del desastre. Sin nada por qué vivir tampoco hay buenas razones para matarse. El tiempo, cuando se muere, deja de avanzar. Por lo mismo es muchísimo el tiempo el que llevamos deambulando.
Un perro cruza la calle. Del cuello todavía arrastra una correa. Todos vamos igual que aquel. Con la correa bien amarrada al pescuezo sin nadie que la reclame. Ciñe. Estorba. Pero también calma. Hace creer que hay a quien rendirle cuentas, que la soledad todavía no nos alcanza y que aún se nos exige un mínimo de amor propio. El perro se orina sobre una carreola volteada.
Pareciera que con tanto sol el día de hoy no sería tan raro. Más bien es justo eso lo que aturde y confunde.
Una mujer procura sus rosales. Hay cadáveres humanos apilados en la esquina. No sé si señalárselos. Tal vez no los ha visto. Quizás lleva tiempo suficiente absorta en aquel matorral para pasar de largo ante el infierno desencadenado que ha tomado posesión de la Tierra. No sé que pensar de ella. Más cerca estoy de gastar una de mis balas que de pedirle consejos de jardinería.
No sé cuanto tiempo ví a la loca pero fue mucho. Del otro lado vas tú cuesta arriba. Tu vestido es demasiado floreado para el arrepentimiento en el que sobrevivimos. Estoy seguro. Todo se disipa cuando, con cadencia absoluta, cierras y abres los ojos. Es cómo si extrañarlos fuera tan placentero como volverlos a disfrutar. Hay algo demasiado especial en tí. Algún residuo de instinto emocional me lo indica. Me pregunto si alguna vez nos vimos antes. Antes del apocalipsis me refiero. Antes de que aniquilara con mis manos a media centena de personas. He matado a cientos, pero no todos tenían un porcentaje humano. Tal vez te di por hecho en algún cruce por esta misma avenida. Lo dudo de todas formas. Tú sobresaldrías aún en la versión más angelical de nuestro planeta. Ese esbozo de sonrisa del que no te das cuenta me hace pensar que no siempre sentí comezón. Aún pensando en los cientos de motivos que tengo para lijarme la piel de ansia, viéndote todo cambia. No aspiro a tenerte. No hago planes estúpidos contigo en mente. Sé que este momento de ausencia de dolor durará tan sólo lo que decidas tardarte en llegar al Camino Hermes. No llego a estar feliz, ni triste, ni nostálgico. Visualizar esas emociones refugiadas en años de violencia es una tarea imposible. Sin embargo, aún sabiendo que ya soy incapaz a vivir algo más comprometedor que una sútil indiferencia por mi prójimo, me percato de que has movido algo. Pienso que probablemente al verte carbonicé la última brasa que me hacía humano. Si tuviera sentimientos, te los dedicaría. Por eso quiero que el día que alguna sádica sombra logre conquistar mi cuerpo y a devorar lo poco que me queda conmigo, seas tú mi último recuerdo.
Me imagino que será de día.
Sé que llegará pronto.

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