lunes, 29 de enero de 2018

Dejen dormir a sus muertos


La voz es el anzuelo.
Pienso en antes más que en hoy.
Pego imposible y recuerdos a base de silicón.

Veo frío y me congelo,
más fácil ahora no oír a nadie.
La cabeza es el micrófono de tu muda voz.

Defiendo improbables celos.
Lo que ya no es, gotea de la mirada.
Caigo al techo y me entierro, ya no voy.

viernes, 26 de enero de 2018

por dos días juntos


Para quien no estuvo ahí seguro que parecía tonto: un valle entero de colinas y tanta gente formada atrás de la única pared de piedra. Era de unos dos metros de alto y a lo mucho unos cuatro de ancho. Tenía el marco para una puerta aunque no había tal. Todo eso era irrelevante. A un costado de la puerta había una pequeña ventana. Quien sabe qué medidas tendría pero dos puños adultos jamás pasarían al mismo tiempo por ese hueco. Todo aquel que tenía que quería pasar por la puerta sólo podía llevar al otro lado lo que cupiera en la abertura entre el yeso y las rocas. No sé antes, pero en ese entonces, para cuando uno llegaba ahí por más rápido que hubiera avanzado la fila era imposible 'echársela' en menos de un día. De donde todos venían tampoco es que hubiera una guerra. Los recursos escaseaban en invierno, pero me imagino que así fue siempre en cualquier lado. Del otro lado del muro tampoco es que se vieran más pastosos los cerros. Ni siquiera había un encargado de revisar que uno no exportara más de lo que le correspondía. Todos bajaban la mirada al ver la cavidad, seguramente muchos metros atrás habían oído de su tamaño tan modesto y pensaron que era una exageración de algún pesado que quiso llevarse de más. Con la mirada gacha tiraban al piso lo que les sobrara y con una mano se pasaban por la ventanilla lo que la otra mano recibía del otro lado. Siempre los primeros pasos del otro costado iban acompañados de inseguras miradas hacia atrás. Si se podía regresar daba igual porque nadie nunca lo intentó siquiera. Uno que otro mañoso apachurraba su posesión para hacerla caber por el boquete. El truco normalmente acababa siendo motivo de arrepentimiento inmediato para quien con su propia mano cachaba un elemento roto, pegajoso o escurriendo de más. Cuando yo me formé llegué solo. Ahora no recuerdo qué quería que pasara del otro lado. Después de la primera mañana de estar formado, a solas y en silencio, empecé a notar cada parte del paisaje que el viento peinaba. No era todo en simultáneo. Al contrario, era un ejercicio delicado y cuidadoso de pasar primero por las copas de los árboles, luego buscar cuerpos de agua grandes, ir serpenteando entre arbusto y arbusto para terminar con un reiterativo y tenue pasado sobre la hierba. A modo de mantra el viento se arrullaba a sí mismo y a cada hoja de todo el valle. Me dejé serenar por ese cepillar del pasto y precisamente habré dejado de avanzar por un rato hasta que ella apareció. Sentí cómo me despertó con un torpe susto, pero pero yo nunca estuve dormido. Al mismo tiempo, ella era demasiado ocurrente e indecisa como para yo haberla soñando. Tampoco pudimos decirnos mucho. El silencio prolongado de cada uno va generando prudencia; pero el silencio en masa es como una espesa túnica oscura que asfixia a quien no la transporta. Avanzamos ella y yo por dos días juntos. Antes de que saliera el primer sol ya íbamos tomados de la mano. De vez en cuando nos aventábamos sonrisas tontas entre los dos para aligerar el camino. Cada que el viento me despeinaba yo alzaba la mirada, como para verlo reflejado en algún ave o alguna nube. Ella, con su mano libre, me peinaba; y yo sabía que lo hacía provocar al viento. Claro que escuchamos de aquella ventana minúscula; pero qué sentido tenía creerles. Llegamos a la pared de piedra. Delante nuestro pasó un barbón tan alto que tuvo que hacerse pequeño para pasar por la puerta. Lo único que se pasó de mano a mano fue un pañuelo con costuras rosas. Avanzamos esquivando pertenencias sacrificadas y llevamos nuestras manos atadas hasta la abertura. Intentamos un par de formas distintas y una tercera con fuerza, hasta raspar nuestros nudillos. Atrás se escuchó un gruñido de impaciencia. Nos vimos a los ojos, claro que había miedo ahí escondido. Estoy seguro que con mayor fuerza pudimos haber pasado ambos juntos. Nuestras manos hubieran recibido dos ensangrentados puños y donde hasta ahora había habido nada más que un cálido viento se vestiría de heridas. Claro que había un mundo distinto del otro lado del muro. Todo esto lo pensé en un segundo y ví que le pasó por la mente a ella. Quizás hace mucho, tanto que ya nadie lo recuerda ni como leyenda, pero fuimos los primeros de esta nueva era. Dejamos la fila a un lado y nos alejamos hasta que se fue haciendo chica la puerta de piedra. Nos reímos nerviosos; seguramente parecíamos tontos para esa inagotable fila de necios de la que antes fuimos. Caminamos hacia una fila inagotable de montañas y sin soltarnos, ella me despeinó; y ese día fue ayer y ojalá mañana.

jueves, 25 de enero de 2018

y huérfanas se sentirán estas ganas de tenerte cerca


En una mediocre fiesta de parque urbano le cantan las mañanitas a Miguel. Demasiado viejo para sentirse agradecido y aún muy joven como para poder perseguir la soledad que lo aclama, Miguel mira directo a nuestros ojos: el limbo. Le emociona no saber cuando se acaba el mismo mundo al que le desea un desenlace categórico y rotundo. Le sirven pastel y el betún cae sobre sus jeans embarrados. Miguel come mecánicamente. Las lonjas que se asoman entre sus pantalones y su playera delatan su triste pero funcional relación con la comida. De la bolsa trasera se asoma una hoja de block doblada en cuatro. En ella hay una imagen apocalíptica. A Miguel le fascina dibujar esos escenarios del fin del mundo. Nunca piensa mucho en el porqué pero cuando es cuestionado al respecto, divaga y siempre acaba diciendo que es porque la vida sigue, el que se detiene es el mundo. ¿Pero cómo? le dicen sus mejores amigos o a las dos chavas que a logrado meter a su cuarto y miran todos los bocetos pegados en la pared. La vida flota alrededor y adentro de nosotros. A veces a la altura del paladar y la saboreamos. A veces un poco más arriba y la vemos. A veces a nuestras espaldas y de inmediato la añoramos. A la mayoría les basta esa respuesta incompleta. O tal vez prefieren no averiguar más, por miedo a que en ese derroche de sentimentalismo vaya a llorar Miguel con ellos. El no explica nunca lo que no le preguntan. De hecho habla poco por iniciativa propia. Justo ahora que le preguntan si le gustó el pastel de durazno a él le ha bastado asentir y pretender que seguía con la boca llena. Su hermano Toño ha notado esto. Él ha escuchado el resto de la historia: Cuando no haya mundo y no haya testigos para la vida que flota, qué poco importará haber llegado a la luna, qué absurdas serán todas las palabras escritas, dichas y pensadas. Nadie quiere que se nos acabe el mundo. Nadie quiere que ver que le bajen el telón sin antes ponerse a pensar que el momento más importante de toda obra es ese pequeño silencio antes del estruendo de aplausos y la oscuridad eterna. Alguna vez ya Toño arremedó a Miguel parafraseando tales ideas. Un vulnerable y ardido Miguel le partió la madre a su hermano menor con puñetazos en el cráneo y patadas a las nalgas. El momento en la frágil celebración se ha convertido en histeria maternal cuando un microbús ha pasado a toda velocidad y la ráfaga que levanta ha volado los vasos y platos vacíos. Los más chicos han salido entre risas persiguiendo la vajilla desechable de cartón rosado con vaqueros e indios dibujados. Miguel deja la servilleta en la mesa, aún sabiendo que será el siguiente elemento en salir volando cuando pase otro camión a 80 kpmh. Tiene ganas de volver a su cuarto y colgar su último boceto. En cada uno de ellos explora un nuevo punto final. Construye su mitología barroca que sirve de pretexto para cavilar más en eso que a ti y a mí nos atormenta, pero que él anhela. Saca su celular y abre la aplicación de notas. Se aleja de amigos y familiares para no sentirse espiado. Con sus dedos rechonchos sobre las teclas en la pantalla mira hacia arriba por un segundo. No sabe bien qué quiere apuntar. Tiene una frase anotada: "y la platea de nitidez necesaria para saberse narrado y elevado". La borra. Abre la aplicación de mensajes y busca el contacto de La Maripepa. El cursor espera. La tía Sonia suelta el chiflido de 'ya nos vamos'. Miguel regresa a la aplicación de notas de texto. Redacta con suficiente velocidad como para delatar que no es una idea nueva: Todos pensamos en qué haremos cuando no tengamos esos lagos que espejean el sol, esas miradas profundas como calles inagotables de los mamíferos salvajes, esas historias fantasiosas de hazañas de inmortales pero precisamente no habrá nada qué hacer. Los desprovistos serán los recuerdos de nosotros que -primero invisibles, luego inaccesibles y por último infinitos- volveremos al cero que nos ha de comer. Ojalá yo vea el fin del mundo. Y ojalá el mundo, en ese silencio que marca el fin de la historia me vea a mí.

ideas que preservamos y nos afectan e ideas que nos afectan y preservamos


Poco importa lo poco importante. A pocos nos importa lo que a nadie le importa. Lo importante es sólo eso, importante. Importa más lo importante cuando lo que poco importa importa menos. A nadie le importa esto que de nadie importa. Si no aporta, qué importa. Si no importa, qué aporta. Si poco importa, será porque se arrancó a sí mismo de lo importante; no por otra cosa.

Encantado de tenerlos


Las paredes son un tapiz color menta que ha ido palideciendo con los años. Las chapas, flojitas y chimuelas, son otro de muchos delatores de su edad. Las alfombras, apasionadas del silencio, ahora entonan la melancolía. El sótano es el único piso donde aún sirven todas las bombillas. Quizás el último en salir robó las funcionales de otros pisos y para sanar a las fundidas de el nivel más propenso a la insalubre humedad. En el resto de las plantas las pacientes cortinas aún hacen su intento por detener al sol en su empecinado entrar a cada alcoba. Una obra así, de siete décadas al menos, forzosamente se parece a otras que han vivido lapsos similares. No importa el lugar del mundo donde hayan sido edificadas. No les importa su lugar y punto. Aprendieron a pertenecer a la tierra que los sostiene.
En sus inicios pecaban de renovarse cada año. Ahora pasa todo lo contrario. Los cuadros de personajes dejaron de ser novedad, adorno o un guiño coqueto a la fortaleza de sus muros. Hoy más bien, éstos se han empotrado en el rincón que les asignaron hace tanto tiempo. Si por algún tipo de tragedia fueron removidos, han sabido tatuar su sombra; para que aún en su ausencia se invoquen a sí mismos -la vanidad del autorreferenciable-. Así, el mismo tono hierbabuena que resguardaron a sus espaldas, hoy genera sólo triste curiosidad a quien lo nota. No hay palabras a la vista en tales inmuebles, como si se supiera siempre qué frases son sólo una moda pasajera. Esta torre de concreto no es la excepción. De ahí la hipócrita sonrisa en el salón principal: hecha de una polvorienta paniola y un par de botellas de vino avinagrado.
Aún así hay un presagio que tirita en el aire. No quiere dar miedo pero sabe que la mera idea es demasiado particular como para no asustar a los espantadizos. No musita. No da aviso, ni a los más atentos. Entonces, cuando el cielo suelta el azul para sumergirlo en negro, va directo por los fantasmas. Sabe que sólo esa vaporosa ficción podría darle un digno final a su ser construido con tanta verticalidad.
Antes de que la tierra la reclame de vuelta debería, y podría, pero aún más le gustaría; dejar de tener inquilinos y ser de ellos. Así que de noche, en vez de soñar, pasa las horas fanstaseando con lo meramente imaginable. Grita en secreto. Sabe que esas puertas, tan cerradas como están, son publicidad gratuita para huéspedes intangibles. Cree que allá afuera, hay hechizos a los que aún puede aspirar. Respira hondo. Aletean las cortinas. Los invita a pasar.

lunes, 8 de enero de 2018

MNHDCC


Eres más pendejo de lo que crees,
y más chingón de lo que sabes.

La imaginación para leerte cuando las nubes han quedado varadas en alta mar


Siempre estás publicando tu último cuento.
Y sí, como a una palomilla, la luz te separó de volver a hacerlo.

No hay razón


Empezaron a dejar de morir en el 2031. Tal vez no el mejor número para algo tan icónico pero sin embargo así sucedió. El primer país en hacer la reforma fue Canadá. A los dos meses ya había nueve más en la lista. Rita, mi abuela, tenía veinticuatro años en aquel entonces. Para cuando la regularización llegó a México ella ya tenía treinta y dos. La forma en la que se implementó fue que primero se estandarizó el chip a los neonatos y los futuros partos. Meses después la vacuna a menores de edad se hizo obligatoria en escuelas públicas y el consejo de escuelas privadas urbanas lo aprobó el once de diciembre 2040. A partir de entonces la siguiente década se le dio prioridad a los que pagaban la vacuna para adultos y posteriormente el seguro social lo incluyó en el derecho de todo paciente que no contara con enfermedades terminales y/o genéticas. Rita no estaba enferma en aquel entonces; pero ahora sí.
El problema es que ella, bajo un estúpido pacto con mi difunto abuelo y sus compadres Salvador y Eugenia, jamás tomó la inyección. Ahora, a sus ochenta y un años, una pneumonia la tiene en el Hospital Central. El enfermero nos ha explicado que la vacuna se podría llegar a aplicar si los anticuerpos toman fuerza con la medicina. Todo es un acto de fé ya que la fórmula de la medicina fue extraída de una bitácora del archivo general. Data del 2033 la receta. Aún así ese no es el problema, Rita ha dicho que aún curándose no piensa en ponerse la cura. Podría ser producto de la edad, pero aún así sin una prueba médica de senilidad natural no hay recurso legal para que el HC aplique el método 63001-7761.
Todos hemos tenido nuestra oportunidad de hablar con ella en el dormitorio pero nadie ha logrado convencerla. Mi madre y mis tíos al final han optado por respetar su decisión. Sin embargo para mí, que nací inmmortal, resulta una absoluta estupidez elegir el fin a algo que no lo necesita.
Por eso volví a entrar, para pedirle una última vez que sea parte de la familia por siempre. Me ha hablado de sus recuerdos y cómo estos están anclados a sus pasiones y a los principios que le inculcó el movimiento del 2028. Hemos hablado por casi tres horas pero sinceramente a partir de los veinte minutos he ido perdiendo el interés. La última media hora la usé para organizar el viaje de fin de año con mis amigos del conservatorio.
Creo que la abuela morirá en menos de dos años. No tiene mucho sentido almacenar las fotos en la memoria si no se le puede anexar una ficha de contacto y una cédula en la agenda por la eternidad.

sábado, 6 de enero de 2018

Justo y Ahora


Ahora que aquí estamos. Ahora que ya casi es de día otra vez. Ahora que casi nada importa.

Porque fuimos astillas flotando en ínfimas olas que nada sabíamos de hablar las cosas; de direcciones el nado; de pertenecer a la marea.

No pudimos ver rayos de luz que aún no se asomaban detrás de las rocas. No alcanzamos a ser adoptados por esos profundos corales que tanto salen en las fotografías de los turistas. Sin saber estar más juntos, no estuvimos separados.

Ahora que los asteroides migran a sus poco atendidas contorsiones estelares y que absolutamente todos los que aún nos recuerdan duermen.

Sólo queda pensar que desde antes de que todo comenzara en nosotros, él ya tenía la razón.