miércoles, 18 de agosto de 2010

Mefo


Quiero ser.
Ser atrás de tí.
De tí.

Te dí todo, todo.
Ya no quiero ver más allá.
Y no quiero que vuelvas,
Tengo miedo a tu pelo gris.

Tontos los que viven solo una vez,
cuando puedes ser abuelo y nieto todo al revés.

Feos y gordos, lo desagradable es honesto.
Los tontos y yo, osea que tú no,
los que más sabemos de lo otro y de esto.

Como me dicen que las ideas son sólo eso,
si yo me lastimo todos los días con ideas.
Lascerado de recuerdos.
Cicatrices profundas hasta el paladar.
Las ideas tienen consecuencias.
Las patadas no.
Las ideas tienen consecuencias.
Las patadas. Las mórdidas. Las que tuve ya no me acuerdo.

Tontos los que viven solo una vez,
Abuelo, nieto, cigarro y humo, calada a calada se muere y se es.

Hace ya unos años...


No sé porque ahora es que me viene a la mente. Como a cualquiera le pasa, hay disparadores en el día a día que remueven las ideas y nos traen recuerdos de antaño. Este sin duda es una experiencia que dejo un gran rastro en mí. Lo suficiente para décadas después tenerlo tan fresco todavía.
Y es que hace muchos muchos años, cuando yo era un joven abriéndome camino, en una noche como esta y como todas, conocí probablemente al sujeto más peculiar con el que he cruzado caminos.
Yo tendría unos veintiseis años. Tenía apenas unos dos años de haber llegado a Inglaterra. Me fui de Turquía con una mochila donde no cabía más que un cambio de ropa, unos cuantos billetes y un par de libros de Karamazov. Y con eso al hombro logré cruzar toda Europa hasta llegar a la isla. Ahí, con la ayuda de un tío lejano conseguí la manera de mantenerme trabajando en un local de Kebabs que, dado a su ubicación estratégica entre diversos pubs, tenía un flujo de personas constante. El horario fuerte era de noche, cuando todos los anglosajones salen machacados de cerveza de sus bares favoritos y antes de agarrar camino a casa pescan algo que les llene el estómago y que al mismo tiempo les haga compañía en el eterno trayecto del transporte público nocturno.
No era un trabajo emocionante, pero tenía sus cosas. Además a través de él yo podía vivir una vida nueva en ese lugar tan diferente a casa, y ese había sido mi objetivo desde el día que me despedí de mi madre. Por lo tanto disfrutaba mis noches entre el fogón y los refractarios de col, lechuga y jitomate.
Pero basta de preámbulos. Lo que recordé hoy y estoy seguro que a ustedes les dejará atónitos por igual sucedió así:
Empezaba a caer la noche, por lo que no eran más de las 9 pm. Era martes así que la carga de trabajo era poca. De pronto entra al lugar un hombre de unos cuarenta, con una chamarra de piel negra muy gastada y con unas ojeras infames como carta de presentación. Cargaba con una bolsa de tela roída por los años y con agujeros por todos lados. Primero fue a una mesa y dejó la mochila, esta tan desforrada que alcancé a apreciar que portaba un litro de leche y un fólder cargado de papeles arrugados. Luego vino al contador y me pidió tres porciones grandes de papas. Con ese dinero le alcanzaba para cualquier platillo de nuestro diversificado menú, pero respeté su decisión y le serví dos porciones inmediatamente, la tercera iba a tener que esperar pues la freidora que teníamos era bastante pequeña.
Mientras tanto él abrió las cajas de unicel y empezó a ponerles salsa picante con sobrada generosidad. ¿Sobrada generosidad? Eso creo que es hablar de forma tibia sobre sus acciones. Más bien atascó de salsa el plato a tal grado que en algún momento me pareció que esperaba que del bote del picante saliera alguna especie de premio insospechado. Le tomó sus buenos minutos terminarse el bote que estaba en el contador y después de eso, sin pedir permiso se estiró para tomar el que teníamos de repuesto en la parte interior de la barra. De ese segundo recipiente ya no necesitó tanto, pero con lo agregó ahí era suficiente para poner a llorar a cualquier inglés.
Se aventó sobre la silla y empezó a comer. Una por una se comía las papas y aquellas que habían de alguna manera logrado permanecer intactas las bañaba en el caldo que se hacía a las orillas del plato. Yo soy turco, conozco el picante desde que nací, por lo tanto lo veo como lo que es, comida al final de cuentas. Pero este hombre sólo sabe de su existencia como consecuencias de este mundo globalizado. No nació con el picante en su dieta y mucho menos adherido a su filosofía. Aún así me era evidente que sus actos no eran erráticos por ignorancia, sino más bien con toda la intención que un ser humano determinado pudiera tener. Y se tomaba su tiempo para masticarlas.
Mi tío salió de la cocina al ver mi cara sobre el mostrador, yo no me había dado cuenta de lo perturbado que estaba hasta que mi tío me sacó del trance. "¿Qué hace?" me preguntó. No supe por donde empezar, lo señalé con la mirada y mi tío, mitad asqueado y mitad temeroso me dijo que al primer pretexto lo sacara de lugar.
Para esto sólo quedaba una pareja del lugar, clientes frecuentes que se la vivían en nuestro local pero aquél día se fueron así nomás; algo tendría que ver la dolorosa escena del suicida gastronómico.
-"¡Ey!"- Le dije. Pero no me hizo caso como hasta el tercero o cuarto. Volteó hacia mi confundido.
- "Tío ¿estas al tanto del daño que te estas haciendo? Si es una apuesta yo diré que cumpliste con honor, pero no quieres acabar en el hospital por alguna bobada del estilo."
El pobre hombre esta sufriendo tanto a costa del picante que ya no le cabían más disgustos, así que antes de insultarme de vuelta regreso la mirada al plato y siguió comiendo. Yo, incómodo después de mi intento fallido de plática, me puse a limpiar con un trapo el espacio que me rodeaba.
Al poco tiempo salió la tercera tanda de papas. Las puse en un plato y se las deje en el contador. Se paro y exageradamente lento caminó hacia el mostrador, yo no sabía si decorando la dramática escena o si su estómago empezaba a doblegarlo del dolor. Tomó el plato con la mano izquierda y con la otra le aventaba brochazos de salsa a las papas. El rojo carmesí del aderezo y sus movimientos hacían la escena una especie de homenaje a Psycosis.
No paraba de agitar el recipiente cuando decidí que debía ponerle un alto si no quería tener problemas con mi tío.
- "¡Ey! La salsa no es gratis tío. Para ya si no quieres que te cobre la salsa y todo el numerito."
Le echó un brochazo más nada más como para retarme o para establecer su mando y lo dejó en el mostrador. Caminó un paso para tenerme de frente y se frenó en seco. Sabía que no me iba a golpear, eso lo tenía claro. Sólo me veía con la mirada perturbada y una boca con un principio de pucher infantil. Ya no se distinguía si estaba llorando o era sólo otro estigma de su cuerpo exhudando el dolor que padecía. No sé que pasaba en su cabeza pero era evidente que su piel pedía socorro tras el ardor que vivía desde las vísceras hasta la boca. Justo antes de que hablara yo ya estaba psicóticamente aterrado.
- "Hijo, escúchame: están las penas del corazón. Siempre traen a rastras una infinidad de bellos recuerdos entremezclados en el vinagre que emana de las rupturas, y por eso, a las penas del corazón hay que diluirlas en alcohol, ya sea whiskey o cerveza, para poder dar el trago amargo y seguir con nuestras vidas.
Pero cuando nuestra desgracia viene de las entrañas, y todo lo que tenemos es recuerdos miserables de nosotros mismos, entonces hay que prenderle fuego y dejar que el tiempo se lleve las cenizas del daño que nos cercena la existencia. Sólo así se puede aspirar a recuperarnos a nosotros mismos."
Mientras decía eso se sacaba un arrugado billete de cinco libras. Con el índice y el medio me lo metió al bolsillo de mi camisa y después me dio una leve bofetada para sentenciar lo recién establecido. El dinero nunca supe si era a cambio de la salsa o venía incluido con la enseñanza.
Regreso a su mesa y se termino una por una las papas. Sudaba lágrimas desde los ojos hasta la barbilla. Cada medio minuto con calma se pasaba el puño por la cara para limpiarse la nariz que ahora la hacía de gotero. Todo con el temple con el que los faquires se acuestan sobre cristal molido. Yo, impávido nada más observaba. De vez en cuando me pasaban pensamientos fugaces. Dudas como si la leche que traía era sólo una casualidad o era parte de este ritual de resurección que yo tenía ante mí.
De pronto se puso de pie. Fue ahí que me dí cuenta que eramos el único local con la luz prendida en toda la calle. Se acerco de nuevo y me dejo otro billete en el mostrador. Con la mirada me dio las gracias y yo se las devolví con el mismo gesto. Todavía dio un par de pasos sin que nos quitaramos la vista de encima. Después salió a la calle, se acomodó la chamarra y antes de agarrar camino se sacó unos cigarros del pantalón y se llevó uno a la boca. Tontamente tuve miedo de pensar que podría dar pie a una combustión interna. Prendió el cigarro y de su lacerada boca sacó una nube de humo a la primera calada. Después de eso arrancó su camino.
Todavía salí a la calle para ver hacia donde iba. Cruzó por debajo del puente del tren urbano y antes de perderse en la oscuridad cruzó caminos con un borracho. De una manera extraña los dos se entendían a la perfección, y hasta podría decir que había algo coreográfico en el andar de ambos. El borracho, con los hombros tirados hacia atrás de tal forma que su mirada apunte al cielo que se ha olvidado de él. Este sujeto, con los hombros hacia delante de tal forma que su joroba le hace saber a algún dios si es que existe que él no espera ya nada de nadie.

viernes, 13 de agosto de 2010

V13@LNDC/CBZ27.33.39.45¡!90+1LF


Hay quienes quieren hablar y ser escuchados.
Hay quienes quieren ver hacia adelante y dejar lo pasado.
Hay quienes quieren las monedas, las pidan o las trabajen.
Hay quienes quieren bailar.
Y hay quienes quieren únicamente que te sientes a su lado en el metro.

martes, 10 de agosto de 2010

Un profeta en el Reposet


Si tu no lo sabes.
Si tu no te sabes.
Tu no existes compañero.

Si no sales en la tele, aquí no pasa nada.

Y los hombres modernos, adictos a los superlativos, no saben que lo que existe para siempre, no existe nunca (y si no me creen a mí pregúntenle a su Dios).

Así como el agua, que cuando esta desprovista de movimiento, en su estado de cadáver, refleja directamente el cielo. Haciéndose uno mismo. Aniquilando el horizonte. Un espejismo que une a los extremos en uno mismo, erradicando las diferencias cualitativas y hospedándolos en la nada.

El que no se diferencía, el que no se distingue, como si hubiera nacido muerto. El comandante necesita del soldado raso para ser comandante. Y hoy, la comodidad nos hace creer que todos habremos de ser comandantes. No es hasta que el fuego nos derrite el alma que se puede apreciar gota a gota de sudor el rango de cada uno.

Es una época del segundo acto. Aquí nada empieza y nada termina. Todo fluye. Acciones que no clausuran, únicamente confluyen al mañana. Pero cuando lo importante de hoy es el mañana entonces el momento se pudre.

La solución es atentar contra la vida. Contra la vida con la que todos los vivos se achicharran tratando de poseer. Ésa misma que los muertos envidian. Batirnos en un duelo donde invariablemente habremos de caer; pero aterrizar con una estocada es muy diferente a hincarse por gusto.

Y la vida habrá de matarnos.

Ojalá que sí.

Que lo que pasa en la eternidad ya no es real. No sale en la tele porque es siempre igual.


Y el verdadero infierno es que la muerte se esconda de tí.
Que vivir para siempre no es vivir, es no morirse nunca.

viernes, 6 de agosto de 2010

Strike 3


- Everybody is living a lie. It just happens that I chose to live my own.

- Hay veces que no sé que paso. Si tu me mataste a mí o yo a tí.

- Para siempre nunca ha durado más de cien años.

- Nada más vamos jugando a no saber cómo es el final.

- En la vida hay 2 categorias de muerte. Las naturales, que son o por falta de cuerpo o falta de suerte. O las que suceden en vida, que suceden por exceso de pendejez o inteligencia.

- Las pilas te las comes.

jueves, 5 de agosto de 2010

¿i?


To my friends:
To those that won't recognize me after the war.
To those that can't afford to buy new dreams, because they're subleting their nightmares.
To those with whom I can only share my past.
To those that chose to drop the anchor in the suburbs.

Let them know I will fight in this war, even knowing that war is always about losing.
Let them know that I don't know shit about currencies, that I'm living the dream.
Let them know they can have my future, that's my present.
Let them know that above the satellite antennas we're floating, aiming for the clouds.

Empowerment is only relevant when we are talking about power.
There are people selling, because there are people buying.
Metal, it doesn't matter if its currencies or bullets, can't be served for breakfast.
And up to now there are no jobs that make a difference and no man alone has achieved anything.
Because its not about jobs, power, currencies nor people walking alone.
It's about a new kind.
Of talking, walking, and shaking hands.
To my friends that forgot about the world they live in.
I can only offer sacrifice.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Barroterismo



Es curioso pero aquí todos los días meten a prisión a más de 10,000 personas. A este ritmo, no será muy lejano el día en que la prisión, sea afuera de estos barrotes. La libertad absoluta va a estar enrejada sólo por el hecho de no pertenecer a nuestra fiesta privada.