jueves, 27 de diciembre de 2012

Tu pandero

Me crucé con uno más afortunado que nació con la poesía en su sangre y fue ahí que lo ví joven. Fue ahí que me hice viejo. Errante de tantos mapas, tantas mujeres y tantas familias, te prometí que moriría cuál pandero, como brote de alegría en la melodía que fuera.

Y no sé si hoy sea la noche que cumpla mi palabra.

La Tirada de Cuerito

El trabajará para la Estatal de Luz. Recorrerá la villa y su vida con una pinza amperimétrica en la mano y la caja de herramientas en la otra. Se adornará con una gorra cochambruda de la compañía para tapar la pelona y un cinturón de cuero oculto bajo la barriga. Su mujer repetirá el mismo sandwich cada noche para después guardarlo con las herramientas. Ella tejerá su espera, tarde tras tarde, pensándolo y extrañando a la sobrina que visitará año tras año. El marco en el recibidor lucirá el verano una fotografía de la niña en calzones, por el invierno la tía cambiará el retraro por una de ella con suéter blanco; manías que la vida le irá revelando. El calendario se irá cayendo al piso, como si se hubiera olvidado de ellos. La capacidad de inventar nuevos deseos se irá esfumando, por una larga temporada. Como muchos otros de su generación, se asentarán bajo una insípida capa producto del anonimato cubierto por la radio nacional. La carretera zumbará sus oídos hasta insensibilizarlos.
Y luego, un día no marcado en el calendario, sin aviso pero sin sorpresa, sentirán el fin. No habrá enfermedades, ni promesas de muerte, no habrá ninguna señal para saber que lo que sentirán en verdad les sucedió y no fue un halo supernatural. Pero sabrán que es real: que el desenlace existe. Entenderán que ese cambio es tan relevante como todos los anteriores y todos los que seguirán. Reconocerán cada vez que se afectaron el uno al otro y dejarán correr sus lágrimas al saber que cada ocasión fue única e irrepetible. En la habitación de todas esas noche juntos se mirarán a los ojos, sabiendo la suerte que es el no hablar para comunicarse. Él, que llevará para aquel día varias décadas midiendo la luz, sentirá sus párpados incandescentes contemplar la trivialidad de sus paredes. Aprenderá que el dolor te hace egoísta, y por eso hay que saber cuando sostenerlo, cuando soltarlo y cuando recargarse en el viento.
No les importará rogar, porque sólo ruegan los que no saben pedir. Harán un homenaje a todo aquello que no lleva palabras. Vivirán por una noche y nunca más el saber su lugar como historia dentro de un mundo que te da la espalda la mitad del tiempo pero que te exhala e inspira cada mañana. Dormirán frente con frente, en un diálogo de arrugas.
Luego se despertará con la piel entumida y sin pensarlo mucho se dará un baño. Volverá a hacer el mismo recorrido en la camioneta, a comer el mismo bocadillo, a llegar por la tarde y encontrar a su esposa tejiendo. Sin embargo sabrá que el final es tanto honor como el principio y que medir la luz es la mejor ocupación para alguien que busca asombrarse con los destellos que suceden en este mundo.


miércoles, 19 de diciembre de 2012

(V.O.)



Esta es una historia, no lo neguemos. Se formula, se escribe, se edita y se lee. Es una historia sobre Michel, que nació en los pirineos -de los cuales huyó en la adolescencia y nunca ha vuelto-. ¿Porqué? Sólo él y su mujer lo saben. Esta historia no es sobre la fuga, sobre el retorno que nunca ocurrió o sobre la indiferencia que a Michel le causan tales cosas. Si tan sólo todas las historias pudieran tratar todos los temas que al escritor, al lector y al personaje le incumben. Le importan. No a todos nos importa lo mismo. No a todos nos importa.
Aunque quizás sí algunos relatos sean capaces de ello. Son narraciones que hablan sobre las narraciones mismas y en ellas encapsulan todos los temas que existen en esta vida y, por supuesto, se autocontienen a sí mismas. La física, la fé y las leyendas me dan la razón.
La razón de Michel en el día a día era la fisioterapia, por las noches era su mujer y el hijo de ésta. La vida ocurre encajonada. Saltamos de un renglón a otro y encontramos el sentido en lo que corresponde a cada momento. Intercambiar estaciones de metro es para algunos un martirio, para otros una escala en su oficio y para otros más un punto de venta. Cada quien moldea el instante. Cada quien se moldea a su instante. Son los contados momentos de verdadera iluminación o natural melancolía los que nos hacen reflexionar sobre las conexiones entre cada cajón que vivimos a través del calendario. Las historias, como esta que se escribe y se lee una palabra a la vez, son cápsulas de intenciones. Si el boticario y el paciente tienen algo que ver, algo que decirse en este diálogo sin sonidos, la píldora detona una encadenación de verdades que llevan a ese, antes citado, momento de reflexión.
La reflexión en la vida de Michel era intermitente. Su esencia era inusual en el mundo actual. Se ignora por completo si pertenecía al pasado, al futuro, a los varones adultos de los pirineos o al azar. Más importante que la causa es la situación. Nuestra vida es así ¿no les parece? Muchas veces, nos enfocamos en diseccionar las razones de nuestras emociones o acciones en vez de encararlas. El porqué de su insólita naturaleza no era lo que determinaba su vida, era su personalidad inaudita lo que lo dictaminaba. Aun así, los hombres peculiares, parados en el ojo del huracán de su excentricidad, rara vez caen en cuenta de cómo son percibidos por el mundo que los rodea.
Esta es una historia: un desarrollo sistemático de acontecimientos pasados relacionados entre sí. La historia de Michel, la nuestra y los eventos que aún no han sido citados estan relacionados entre sí por la única y sencilla razón que convergen en este texto. Pero también porque lidian con la pasión por ser. Quien escribe, quien lee, quien protagoniza y quien memoriza las palabras que emanan de un cuento son personas con pasión por ser quienes son. No es fácil. Tampoco tiene que ser tan complicado. Pero sí tiene que haber 'algo'. La inclinación por siempre SER más de lo que ya se ES acarrea grandes vivencias; así como un tácito pánico ante el incumplimiento del deseo. No sucumbir ante tal miedo es lo que hace a hombres como Michel, libres y puros en esencia.
Quizás entre semana, caminando de un punto a otro, rascando ése incómodo piquete en la nuca uno no lo note. Pero la libertad está a la vuelta de la esquina. Y es justo en esa cuadra que vive Michel. A través de una delgada ventana se asoma. Tallándose la quijada, áspera por vanidad y entendiendo a su paciente. Luego vuelve la mirada al cuarto, se talla las manos en busca de calor y masajea estratégicamente la espalda del joven que suspira liberando su dolor.
Se cansa, Michel. Se cansan las historias también. Y cada quien tiene su secreto, el protagonista, la historia y el testigo para retomar el paso. La eterna juventud es para aquellos que saben extraer la inspiración para seguir adelante de cualquier momento. El secreto es tan aparente que se vuelve invisible. El que escoje sacar sus fuerzas de un frasco con píldoras ya ha marcado una cruz en el algún punto del calendario.
Michel A., nacido en los pirineos, habitante y amigo de una tierra lejana a la que le dio vida le mete mano, hombro y cabeza a los músculos de otras personas que llegan implorando una solución a su dolor. Es una profesión terrenal, el trabajo se siente y en la fricción con otros cuerpos, otros seres; la vida se palpa. Como todo hombre sencillo, no tiene más de tres pares de calzado. Las botas de trabajo, los zapatos formales y las chanclas para los viajes a la playa. Por eso cada domingo Michel lustra las botas. Mientras su mujer e hijo preparan el desayuno, el se desaparece del cuarto y de su propia vida para lustrar las botas en el garage.
Las talla con el mismo arrebato con el que compone posturas, no lo puede evitar. Y siempre, como en cada historia, como en cada día, como con cualquier persona que esté dispuesta a levantar la cabeza y abrir bien los ojos, hay un momento de magia. Terminada la primera bota, Michel hace una pausa. Sin dejar la bota lustrada recoge la sucia. Las pone talón con talón y las examina. Cae en cuenta de que otra semana ha pasado, de que ha recorrido un trecho más y que está listo para lo que viene. Saborea como su vida le pertenece a él y a nadie más.
El próximo salto o el próximo tropiezo, los dos están contenidos en el siguiente paso. Michel, lejos del mundo al que corresponde su andar, sabe estas cosas. Rejuvenece. Sudor en la frente, grasa en el trapo que descansa en su hombro y una sonrisa escondida en todo su cuerpo. Es importante para él. También es importante para todos. Porque como cualquier historia, una vez leída, vivida y saboreada, uno puede releer, volver a empezar... desde un punto distinto, desde un paso adelante, que nos acerque a ser más nosotros, a vivir más en menos tiempo.
Con las dos botas impecables, Michel abre la puerta del garage y regresa a la cocina donde su mujer, su hijo y su vida lo están esperando.

martes, 18 de diciembre de 2012

Segundas veces sólo hay una

Pescaba el hombre sin piernas.
Desde la palmera sólo se alcanzaba a distinguir un hilo que agujereaba el estanque; pero para los presentes era obvio que aquel no buscaba peces. El moreno de pelusa entrecana en la cabeza y las axilas con la mitad de cuerpo que cualquiera, anhelaba capturar un recuerdo. Alguna memoria con prisa por salirse de su cabeza y volver a flotar en el viento azulino debería de tener. En el río o en su cabeza, en cualquiera se podría estar escondiendo. Con falsa paciencia veía directo al agua. Tan bella e inalcanzable que es, tan invisibles que son sus moléculas, tan frágil y tan intimidante; un fluido que es lección, examen y moraleja cada vez que se nos pone de frente. El traje de baño rojo cubriendo los muñones mientras él se hurgaba la nariz; se removía el temperamento.
Fue queriendo descubrir un alguna reminiscencia olvidada en su interior. Sentía cómo su estómago se asustaba de creer que era posible volver a vivir un recuerdo por primera vez. Alguna vez que acorraló a una belleza de bikini en el mismo prado... haber pisado el acelerador de más, para retar a la muerte, para crecer tantito... alguna noche de andar rasgando las cuerdas de su negra guitarra para evocar las respuestas de preguntas que aún le quedaban grandes... cualquier cosa que le hormigueara las vísceras. En algún recobeco del laberinto cerebral tenía que haber dejado alguna exquisitez para un día como hoy. Cada instante de la vida se vive una sóla vez: la primera es la última con la impaciencia correcta. Luego la cabeza, espía de nosotros mismos, recapitula para darnos pedacitos del pasado. Que el tiempo ajusticia y libera a su antojo.
Nosotros no sabemos cual fue la última vez,
pero sabemos que sólo hay una,
hasta que los recuerdos nos pescan desprevenidos,
o nosotros a ellos,
para volver a enamorarnos,
con la misma vida,
de la que se cuelgan para dejarnos otra vez atrás.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

¡Go Necio!

Para cuando yo nací ya todo era ganar. Hijo de padres enfermizos con tendencias mediocres, tendencias discretas, fui condenado a ninguna otra cosa que la condena misma. El engaño era propio, personal, íntimo y sensual. Las razones eran, son, ya siempre serán pobres. Empoderarnos, ahora quieren que nos empoderemos. Empedorremos. Emperderemos. El poder despojado no puede ser otorgado de vuelta. Ha de ser arrancado de vuelta o se pierde al cambio. Sacudir la cabeza crecer la melena, ser infeliz fue mi infancia. Ahora es sinónimo de vejez. Quise pensar lejos. Me fui al bosque, al mar, me quise estrellar. El error fue haber traído mi cabeza conmigo a todos lados. Kant, Heidegger, Kobain, Marai y Yoshida nos rasgaron, violaron, clausuraron, aislaron. El ácido fue la adolescencia, falsa creencia de haber nacido otra vez. Mas bien fueron tristes simulacros de muertes miedosas donde se fruncieron las ganas de volver a arriesgar. Para qué, porqué, yo fui, te ví, me enfermé y contagié. Metralleta de ideas que clavó mi mente contra una pared gris de vieja. Los mapas programados para derretirse se hicieron sábanas de la modernidad fulminada. Para qué los pulmones, paqué. Los libros de ayer, paqué. Un pito en caja de cristal, paqué. La tarea no era de verticalidad. El deber de las olas opacado por falsas promesas. Con poca hambre, poca idea, mucho sida y señal baja se nos fue el avión, salvación emigrada allá arriba, arriba de las nubes. Primer mundo, segunda guerra, tercer reich y cuartito de leche, para dormir bien, dormir rico, dormir para siempre.

lunes, 3 de diciembre de 2012

Más fácil empuñarte que amarte

De todas mis yeguas recuerdo únicamente a cuatro; pero ansío olvidar a dos, una no me habla y la otra me dejó...
ayer.