lunes, 28 de diciembre de 2015

filete


A solas, contra el tiempo e
impuntual de si mismo,
el que neceaba con vivir joven,
Hoy se ha despertado ya viejo.

Vicioso de idolizar al prestigioso espejo,
Se atornilló desde la cama a la torpe inseguridad
Para que, en los peligrosos callejones de esta ciudad
Su obligado anonimato lo rescate, noche tras noche.

La frustración no sólo de uno.
Insectos y humanos se amparan alrededor
de un desvelado y ruidoso foco
que corona un puesto callejero.

Según el rincón de cada gobierno,
las sombras varían según su precio,
por ello, sobrevivir y merecer,
son obra de la justicia personal
en base a la suerte internacional.

miércoles, 23 de diciembre de 2015

El lenguaje que entra y sale por la misma palabra del poeta errante que enmudece al pensar e implota entre letras


hacer la idea
hacer la idea a la idea de hacer que somos los que hacen que hacen ahora lo hacen con la idea
aidea
aideia
aide eia
aidelaidea
se hace la se hace
se hace idea
haces ideas
saces idehas
saidecasehas

[relegando al sentido [perdiendo el control [reconociendo la ignorancia [apelando a la nimiedad [hiriendo la razón [bailando a la rima [negando la redacción [devorando el tiempo [conquistando la emoción]]]]]]]]]

martes, 22 de diciembre de 2015

La puerta de una idea


Por culpa del estúpido trabajo, este fin de semana me hospedo en un hotel a las afueras de la ciudad. Le he pedido a Diana que se ocupe del gato durante mi ausencia. No somos amigos, pero nuestra saludable relación de vecinos me tiene sorprendido desde el primer día. Bastó un mensaje de texto para que Feliciano se quedara en excelentes manos por las próximas dos noches.
Mi hermano menor, que trabaja a un par de cuadras de mi edificio, pasó a saludar aquel viernes. Luis jura que no me doy cuenta que lo hace para evitar la hora pico del tráfico. No obstante, reconozco que es agradable tenerlo en casa. Estos encuentros son el bastión de nuestra nada robusta hermandad.
Aguardando mi llegada, a Luis se le ha ido el tiempo instalado frente a la televisión. En el último corte a comerciales del noticiero me ha marcado por teléfono. Le he explicado que no volveré hasta el domingo por la noche. Yo sé que le quedan unos buenos veinte minutos al atasco por ser viernes. Luis me cuenta que prefiere terminar de ver las noticias antes de salir rumbo a su hogar. Le digo que no hay problema, tan sólo le pido que no se olvide de poner la llave. Él, que disfruta de cuestionar mis actitudes, me pide que no sea obsesivo, que empiezo a sonar a mi abuelo. Le recuerdo que vivo en el centro de la ciudad y conozco las reglas de aquel ecosistema mejor que él. Con una última broma nos despedimos.
Minutos después, llega Diana de sus consultas y, antes de instalarse en su sala, prefiere revisar a Feliciano. Conforme sube los escalones, el ronroneo del televisor la incomoda.
Al mismo tiempo, mi hermano la apaga. Avienta el control remoto en el sillón y recoge su chamarra. En cuanto apaga la luz, un ruido lo interrumpe. Alguien manipula la chapa.
- ¡Ey! exclama Luis.
Diana se frena.
Luis camina lento hacia la puerta.
Diana tapa la mirilla con su mano y pega la oreja a la puerta.
Feliciano, inmóvil, observa a mi hermano lentamente sacar su celular de la bolsa. La pantalla es la única luz en el pasillo interior. Marca el número de emergencia y espera a ser atendido.
Diana, escucha a alguien llegar desde abajo. Asustada, tira las llaves.
El ruido hace que Luis cuelgue el teléfono.
Es alguien que ha entrado a su departamento en la planta baja.
Luis y Diana, petrificados contra la misma puerta, respiran haciendo el menor ruido posible.
Feliciano camina de vuelta a su colchón y se acuesta.
Recuerdo que no le advertí a Luis que Diana seguramente subiría a mi departamento así que le marcó. El teléfono vibra contra la puerta. Diana grita y baja las escaleras en dos zancadas. No tiene llaves para entrar a su casa así que sigue corriendo hasta la calle.
Luis se asoma por la mirilla. Ya no hay nadie. Abre la puerta y la azota. Sale corriendo hasta la calle.
En la abarrotería de la esquina, Luis paga una botella de agua y mira en silencio hacia mi balcón. A un lado suyo, una mujer respira agitada buscando un número en su celular. Luis saca su teléfono. Mira que le he marcado y me devuelve la llamada.
A ambos les suena ocupado, mi celular, inerte, en el buró de mi habitación. Los dos bajan el teléfono al mismo tiempo. Se voltean a ver, fascinados con la simetría de sus acciones. Luis camina hacia la avenida para buscar una patrulla. Diana se marcha en dirección opuesta, hacia la estación de policía.

Aceite de Roca


De niño me contó mi abuelo del hombre del fuego. En aquel entonces, ya no se le veía por el pueblo. Sin embargo, por las noches en las tabernas, los viejos, después de unos tragos, terminaban aplaudiendo sus proezas. Le robaba la llama a los mecheros. Achicharraba mosquitos de un manotazo. Crujían las chimeneas al verlo pasar.
Mis hermanos y yo jamás creímos tal cosa. Andábamos todo el verano en bicicleta; desde la cancha del campanario hasta el barrio de arriba, allá por casa de Sáulo, el herrero, y jamás vimos aquella sombra caliente de la que mi abuelo hablaba con tanto respeto.
A escondidas, una tarde de sábado nos fuimos al bosque con un morral cargado de cascos vacíos de cerveza. Nos gustaba llevarlos para después reventarlos a pedradas entre los árboles. Harto de las piedras, aventé un casco contra un tronco para verlo morir. Rebotó el vidrio. Sentí algo extraño en mi interior, un anuncio. Los demás se burlaron. Bajé por un estrecho camino entre la maleza para recoger la cerveza y cobrar mi venganza. La presencia de alguna madre que venía a lavar al río espantó a los otros. Huyeron en sus bicicletas.
Primero grité para que me esperaran. Luego corrí tras ellos y me resbalé en las hortigas. El miedo hizo al bosque más oscuro. Cuando me subí a la bici ya era de noche. Justo los vi cruzando el puente, ya de vuelta en el asfalto, cuando lo sentí a mi lado. Parecía estar sucio, por más que su ropa no lo delatara. Sonreía, chimuelo, aunque lo que carecía no eran dientes. Lo que le faltaba era impalpable. Abrió un viejo pastillero, como ofreciéndome un caramelo. Al asomarme en la cajita encontré gusanos y arañas. El tipo se carcajeaba, pero no había sonido en su risa. Pero no era mudo. Era que no tenía aire. No tenía nada adentro.
Abandoné la bici. Corrí hasta el puente y luego hasta casa de mi abuelo. No recuerdo haber gritado. Me había inyectado su silencio.
Mi abuelo, un hombre cálido que permitía a cualquier flotar en sus olas, me levantó de la cama con sus brazos. Cuando escuchó lo sucedido, me narró la mitad del secreto.
A quien yo había visto, era un hombre perdido. Jamás tuvo hogar en el pueblo. Fallamos nosotros por no recibirlo, pero afortunadamente se hizo amigo del hombre del fuego.
Finalizado el invierno, se les veía a los dos merodear por el bosque. Con el paso del tiempo, aquel joven, que nadie quiso lo suficiente para darle un nombre, se fue cubriendo de grasa para pasar el tiempo con su amigo de fuego.
Pasaron los años hasta que un otoño, el hombre de fuego sorprendió a aquel sujeto en el acto más desleal y perverso que un hombre puede llevar a cabo. Sus ojos, como brasas, resoplaban con violencia. Fue Sáulo, el herrero, quien habiendo bajado al río a calmar sus metales presenció como al anónimo huérfano, el superhombre, sin misericordia y con justicia, le metía el fuego por la boca.
De noche, arribado el invierno y exiliado su ardor, el bosque dejó de palpitar. En la taberna, los viejos debatieron largas noches sobre la traición.
Le pregunté a mi abuelo sobre la traición. Mi abuelo, con su voz de atardecer, me pidió que tuviera paciencia, que lo sabría más tarde.
Me hice mayor, dejé la bici y me puse a andar en libros. Siempre que leía historias de traición sentía cerca aquel calor. Volvía a querer creer en el hombre de fuego.
En el sepulcro de marea roja que resultó la muerte de mi abuelo, lloraban todos. Sentí aquel anuncio visceral y alcé la vista. Atrás, incapaz de emanar más dolor del que ya lo consume, estaba el hombre de fuego. Me era tan familiar verlo que preguntarle cualquier cosa me pareció estúpido. Nos reconocimos. Intuí aquella mitad faltante del secreto que me fue confiado y sin tocarlo, abracé su incendio.
*
La historia de nosotros empezó con el primer hombre que huyó de la hoguera, cruzó el mar, y del otro lado, descubrió el fuego. Por eso, a donde vayas, la flama te reclama, el calor te hace invisible y las brasas te examinan.
El fuego no traiciona, ni deshereda. Es el caprichoso deseo, encubierto de ilusión o miedo, con el que te justificas y te convences de que la culpa de aquella quemada, la tiene el fuego.

viernes, 18 de diciembre de 2015

Ukrainian Poem


I want to die near the beasts,
in a dream of epic sadness,
surrounded by snow,
holding a flare in total darkness;
knowing I kept your spirit at bay,
from our inherited nightmares.

lunes, 14 de diciembre de 2015

Yendo


Adentro, somos algo que mantenemos un poco menos afuera.
Sin embargo, en la fuerza no hay límites, no hay reglas.
Hay noches como hoy, que nos hallamos en el necio motor,
que persigue nuestra propia nómada estela.

Branquias de noche


Lo mató a las cinco de la mañana. Nadie fue testigo de tal cosa. Aquel hombre, tan grande en años y en experiencias, convertido en nada, no supo nada de aquel día que amaneció sordo de su integridad, de su temblorosa esencia.
El asesino tuvo un día más. Fueron ambos, el muerto y su ser, honrosas primera y última víctima. Desde aquel confuso e indeleble instante, supo que quien él era, también se desvanecería con el arribo del próximo día. Antes de dormir, después de largas horas a solas, sostuvo sus manos juntas sobre su cabeza. La sangre se alejaba de sus palmas. Sin intención, se despedía y saludaba en el mismo apretón. No tenía sentido aferrarse al insomnio. Su sentencia estaba hecha.
Aflojó las manos, luego los párpados y finalmente permitió que, entre sueños, se deshilachara aquella identidad que lo acompañó desde su primer recuerdo; aquella defensora de su fracturada consciencia. Supo que habría mucho que descubrir; en el mismo cuerpo de un hombre que una vez mató y murió, de la misma persona.
Nadie fue testigo de tal cosa.

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Technical Data


Tus tennis viejos, retirados en un cable cerca de casa / Tus notas en servilletas, para no olvidar lo que nunca hiciste / Tus lámparas heredadas, admiradas por tus visitas, también empolvadas / Tus cables que ya no pertenecen a aparato alguno de esta casa que tantos habitaron / Tus llamadas perdidas, todos los días / Tu jugo diluido en agua, todas las mañanas / Tus opiniones, a pesar de tu voluntad / Tus ilusiones, encriptadas en canciones de alguien más / Tu libreta sin estrenar, aún no llega la historia por la cual uno se para.

lunes, 7 de diciembre de 2015

Un sentido humor vítreo


Mis ojos, aún en sus cuencas, son estrujados por dos manos que llegan desde el fondo de mi cráneo. Caen en forma de lágrimas, gotas de miedo que se escurren por mi interior hasta vaporizarse al contacto con mis vísceras. Me voy vaciando. Se endurece la corteza.
Quieres querer ser humano,
y el mundo no te deja.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

härdˌhed


Your wrinkles and my stains,
they fade together.
It's insane.

I reach out and you sustain.
Don't need perfection,
our one way lane.

lunes, 30 de noviembre de 2015

Revés 10.1


Después del doceavo día comenzó el recuento. Las pérdidas eran incalculables. Las despedidas eran imposibles y el dolor permanecía al revés, ingrávido. Los pasos por el suelo traicionero ahora se sentían poco comprometidos con llevar a cualquier a su destino. Había un repudio hacia las nubes, hacia el mar, hacia los árboles; todos actuando como si nada.
En mi barrio, la fe se tardó en volver. Si nos volvimos a unir y decidimos adoptar la ilusión de un nuevo comienzo fue por él, nuestro pastelero. Desde el tercer día organizó visitas a su local. El peso que a todos nos clavó al piso de día, se encargó de dibujar con azúcar y colores un esquizofrénico paisaje. El piso y el techo eran los lienzos. Uno que otro pedazo de cristal le añadía textura al panorama. Todos fuimos a ver. Tan incomprensible como era, resultaba un retrato de lo que ocurrido. Ahí veíamos la confusión, la crueldad que tienen las fuerzas de este universo, pero también el delirio, que permite divertir al humano, y regalarle el poder de la elección.
Después de unas semanas, la materia de aquellos pasteles estallados comenzó a pudrirse y hubo que renovar el lugar a su versión original. Hoy, la repostería sigue siendo la capital del barrio.
Jamás escuché que en sus recorridos le platicara a sus visitas del perro que le robó el cielo. Antes, desde la casa del abuelo, su vecino, lo vi pasar tardes enteras aventándole una pelota que rebotaba en cualquier lado. Ahora, de llavero, lleva la pelotita a todos lados.

Lamparea


El brillo del río a las cinco y media de la tarde, se apaña de mis recuerdos a tu lado. Mis ojos necios te buscan, pero el velo dorado nos torna ciegos e íntimos.
Alguna vez, de niños, bailamos para no ceder al abrazo. Luego, más grandes, dormimos de día para no tener que vestirnos.
Ahora, deslumbrado, me aferro al resplandor de pretexto; para que mi sonrisa no sea tonta por ser auténtica. Los pómulos sumen mis ojos y sin verte, me aprendo una tarde a solas, y contigo.

jueves, 26 de noviembre de 2015

Revés 9.1 (un peso diferente)


+
Brincó desde el techo de la cochera. Un par de pasos de vuelo le bastaron para despegarse hasta unos 15 metros del suelo. Con el primer rayo de sol empezó la caída.
+
Cuando él despertó, después de el fallido intento de morir con píldoras ya todo estaba así, al revés. Después de nueve días de soledad asimiló el funcionamiento de la gravedad invertida. Jamás supo bien qué había pasado. En un inicio le echó la culpa a la guerra, tan prometida desde los atentados. Tuvo que desechar sus sospechas pronto. Esto era más grande que la fuerza del hombre. Esto era divino. Alguien, de ascendencia celestial, finalmente regresaba a repartir la miseria de forma justa.
En su caso, todo fue un gran regalo. El primer día consciente fue que escuchó a esa minúscula familia de gorriones callejeros. Con el caos, las aves probaron que descendían del paraíso. Mientras las especies terrestres se despeñaban a la más profunda oscuridad y se extinguían para la eternidad, las aves volaban libremente por la noche, dueños del firmamento. Sin embargo, aquellos gorriones habían quedado atrapados en el patio vecino. Al medio día, comprimidos contra el asfalto por la doble gravedad, chillaban con agonía. Los más pequeños no sobrevivieron ni la primera jornada. Se apagaron sus lamentos, tostados por un sol que no sabe corregir su rumbo. No importa que lo vean de cabeza, no importa el mega asteroide vaya en camino, el sol es incorregible e incorruptible.
Las pocas ganas de vida que le quedaban se las regaló a los pajaritos. Hizo una prueba con el amanecer anterior y salió de maravilla. En éste, el último salto, los nervios lo llevaron a brincar un instante antes. Voló más de lo debido y aterrizó molido por el fúrico jalón que la doble atracción ejecutaba con la ayuda de la altura. Perdió el conocimiento un rato. Luego, consciente, anclado a un planeta que al atardecer lo despreciaría, se fue arrastrando hacia las aves.
Como en el mar, la sustancia no mata sino el cansancio. Entonces, actos tan sencillos como girar la cabeza se vuelven aguerridas misiones que fulminan la voluntad. Para él, un sobreviviente en su propio novenario, la fatiga no era digna de su atención. A dónde él apuntaba, su energía, sus ganas, no eran de uso; al contrario, planearía por el cosmos librado por completo hasta perder el conocimiento.
Después de ocho horas, alcanzó a los gorriones. Se veían desnutridos, pero aún respiraban. Jaló el pesado bote a un lado y separó la rejilla que obstaculizaba su salida. El metal prensó su mano. El sol empezó su descenso y la opresión en el pecho disminuyó. Seguía sin oírlos. Quizás habrían muerto. Quizás tendría que haber saltado un día antes. ¿Cómo sería el mundo ahora? ¿Los días serían a partir de esto, la culminación de jornadas arrancadas de noche? ¿Sabría alguien, pronto o en muchos años por ocurrir, que él había vivido ahí, en la Tierra de antes?
+
Las nubes, más bajas ahora, fueron cerrando el paso a la luz. Las gotas de lluvia baleaban el pavimento. Luego cada vez menos, se sentía el rigor con el que caían. El fin se acercaba y él, dudoso de su último acto, exprimió sus perdones con un par de lágrimas que brotaban de las ámpulas que el sol había impuesto. Sin embargo, los pudo ver salir. Su salvación, de éste mundo y de los que le seguían, se iba volando al mismo tiempo que la lluvia que antes pegaba en el piso empezaba a volar de vuelta al cielo.
Ese medio segundo en el que aún era de aquí pero ya iba hacia allá respiró tranquilo. Los gorriones tendrían la noche para encontrar algo de comer. Y él partía a la misma oscuridad, pero con un peso diferente.

martes, 24 de noviembre de 2015

El aire entre el color palidece


Paga con pedacería tecnológica en vez de monedas. Cuando desata la furia del otro, lo enreda con su carisma e ideas grandilocuentes: las monedas del pasado hoy en día valen más que las del presente. Siempre logra sus intenciones, sus deseos, sus compras. No sé si es él estafando al mundo, aprovechando su divina apariencia; o si cada uno de nosotros es un nudo en una vasta red de ficciones. Cada quien se deja pagar su tarifa personal, pero algunos se malpagan con miras a traer al destino en deuda.

jueves, 19 de noviembre de 2015

Revés 8.1


Desde su cabaña en la costa, Epkins escuchó las noticias. Los primeros quince minutos se río con la nota. Asumió, siendo sábado, que se trataba de alguna radionovela homenaje a Wells, Welles y su invasión marciana. Sin embargo, cuando en su tímpano rechinó la distinguible voz del presidente, su conducta dio un giro. Azotó el cuaderno y se asomó por la puerta. Todo parecía normal. Las olas rompían una tras otra. Sintió con sospecha que no era ignorancia lo que le permitía al mar y al viento actuar como si nada, era más bien la absoluta certeza de que el vuelco gravitacional poco les afectaría (y vaya que tuvieron razón). Regresó a la habitación, metió sus notas en el baúl y amarró al cofre cargado de papel a la manija de la puerta con dos cinturones.
Salió corriendo de la cabaña con un machete y un par de mosquetones, no se detuvo a buscar la cuerda. Corrió por el sendero abriéndose paso con una prisa descomunal. Un par de noches después se preguntaría si todo ese apuro era para salvar a aquellas personas por las que sentía un genuino afecto o si todo era para proteger sus ocho años de investigación. Rebasó a un tremendo cerdo salvaje sin brincar a un lado. La bestia tan sólo vio al antropólogo pasar mientras mascaba algún pobre reptil.
Después de rebasar el pico del monte, empezó su descenso por la ladera. La espesa selva no permitía contactar la aldea a la distancia, pero en su recorrido, alcanzó a ver el plano donde vivían asentados los Yamoai. Quizás no tendría tiempo para convencer a todos de que se integraran a la selva, de donde se podrían aferrar a un árbol, quizás hasta adentrarse en algún cuevón cercano; pero seguro que a unos cuantos sí.
Fue un recorrido largo, sin embargo, en más de dos horas jamás se frenó a descansar. En la recta final, ya más cerca de la aldea, intuyó que algo no estaba bien porque no había cazadores en sus recorridos por las cercanías. De pronto, todos los insectos con alas, como por orden divina, se elevaron. La tierra dejó de llamarse casa y ellos fueron los primeros en dejar caer a todo aquel que no supiera volar. Correr se volvió imposible con la maleza y lianas ondulando en el piso. Como alguien que intenta correr mar adentro y su velocidad se va desplomando hasta obligar la caída, Epkins, enrollado, se agarró de un tronco y empezó a gritar. La húmeda selva crujió por vez primera y sofocó al doctor.
Aquel verde fragor de dimensiones amazónicas parece ser que se escuchó hasta Atacama. Sin embargo, él ensordeció por la agonía de no haber llegado a evitar la extinción Yamoai. Abrazado al árbol, rezó por primera vez desde el internado. Con los ojos cerrados, se sintió indefenso, como aquel niño que alguna vez fue. Aquel olvidado miedo al fin del mundo lo invadía desde los pies hasta invadirle la cara.
Aquel recóndito momento se terminó al instante que el moho en el tronco le jugó chueco a su aferrado abrazo. El universo lo reclamaba y el suelo le quedaba más y más lejos. Cayó sobre un conjunto de ramas que parecieron tenderle una red para mantenerlo en el planeta, con vida. Exhaló aliviado. Sin embargo el CHILLIDO asustado del cerdo salvaje lo hizo voltear hacia la tierra. Ahí venía, el desvalido tercio de tonelada en caída libre. Los insectos, flotando, lo dejaban morir y el cerdo fulminó la malla que sostenía al doctor; enviándolos de nuevo hacia el peligroso cielo.
Después de varios intentos de aferrarse a lianas y ramas, justo cuando se divisaba la copa de los árboles, ese fin de la existencia terrenal, el antropólogo se alcanzó agarrar a un tronco. Los profundos rasguños de ambas caídas eran irrelevantes. El agudo chillido del cerdo ahora se alejaba, para siempre. Epkins quitó una rama de su cara para verlo desaparecer.
Su estómago sintió un vacío como si todo lo que acaba de vivir hubiera sido la rutina por toda su vida. Aquellas cabañas comunales de arquitectura errante en las que compartían el techo toda la comunidad, eran en realidad una nave. Los Yamoai, abordo de una carabela espacial, conocían este momento desde su código genético. En ocho años, aquel secreto que siempre le guardaron, era éste: el pasajero mundo terrestre estaba al revés. Seguro que no sabrían la fecha, pero por lo mismo vivían preparados. Ahora el camino se corregía para ellos, que zarpaban entre cánticos hacia un lugar desconocido.
Epkins sintió el impulso de dejarse ir, de querer alcanzarlos. Sin embargo llevaba ocho años persiguiéndolos, cazándolos.
Era momento de dejarlos descansar y de volver a casa.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Temblor Batido


Cerró el periódico. Del otro lado de la calle un hombre de gafas leía su celular, seguro estaba en lo mismo. Los árboles, la basura, el semáforo roto; todo seguía como ayer. Todo seguiría igual mañana. Tantas cosas cambiarían en un sinfín de rincones del mapa. La vida se haría más complicada para hordas de individuos similares a él; y a partir de ya, tan diferentes. Como siempre, algunos se beneficiarían de todo esto: aquellas misteriosas sonrisas que lucran con las pérdidas.
Regresó a la primera plana y se concentró en sus ojos, impresos en blanco y negro. Toda esa confusión no le correspondía. Él tenía claridad -al menos-. Aquí, en este pliegue planetario, no había humo para cultivar el desconcierto. Anheló la espesa pringosidad que el conflicto, la derrota y la angustia comparten. Esa parca tranquilidad, estancada en la acera, lo ponía inquieto. Quizás a todos sus paisanos, sólo así se justificaba la ráfaga de discusiones y gritos a esa nada digital que tantos sostenían para hacerse pertenecer a una humanidad que los cortaba de tajo.
La guerra es un club selecto. Quien está dentro sufre por salir y quien está afuera no se permite dar las gracias. Al contrario, se pone de puntitas para asomarse hacia el combate. Quiere un souvenir, un loquesea que pueda presumirle al resto de los no-invitados. Él era uno de ellos. Él sintió la soledad de no haber sido preferido por un mundo que mata a millones y deja libres e indefensos a muchos más.
Pateó una lata que aterrizó en un montón de hojas muertas, sus actos rebeldes parecían un servicio público. Mientras, el mundo tan diverso se arrastraba, desgajado y penetrado, por seguir dando vueltas. La humanidad varía en esta Tierra; y termina por perderle al cambio. Hay valores distintos que ya han sido diagnosticados; y valor desigual que ya es sufrido por miles, también.
Sus penas, ligeras como espuma, flotan como el polvo sobre el dolor verdadero. Su alegría, en eras como ésta, ofenden. Su indiferencia, silente, lo extingue.
El destino es de quien lo lastima. El mundo es de quien sale lastimado.
Sin tenencia, ni pertenencia, tiró el periódico a una jardinera marchita. Caminó hacia la parada con la vergüenza de quien sabe que jamás morirá martir.

lunes, 9 de noviembre de 2015

Phido


Caín pensó en el futuro y los huecos que éste traía consigo. Vio a la tierra desgajarse en ceros y unos. Su cosmonáutica expedición lo condujo a una ingrávida existencia. Sentado en la sala, implotó silenciosamente en un concepto. Jamás volvió a abrir la boca, absorto en una dimensión sin tiempo y sin voces familiares que lo hicieran regresar a casa.
Abel nació mudo y con una dificultad de aprendizaje. Pasó los días en el jardín cavando un hoyo. Su necio aburrimiento se transformó, palada a palada, en una colosal cavidad.
Una mañana de otoño lo encontraron muerto en la profundidad de la fosa. Ahí lo enterraron con el sillón de su impasible y teórico hermano.
Sin hablar, sin siquiera arquear las cejas, Abel mira a los turistas que se toman fotos con el socavón de fondo. Largas filas de mochileros rodean la casa cada mañana. Algunos de ellos, en días especiales, alcanzan a verlo asomado por la ventana. Nada suele suceder en dichos cruces de miradas; aunque más de uno ha declarado que se respira una carnal envidia en aquel ser, tan alto en sus ideas y tan pesado en sus deseos.

viernes, 6 de noviembre de 2015

Tuerca devuelta


En el cuarto principal de aquella casa, en vez de cuadros había tapetes y candelabros. No es que no hubiera marcos con fotografías y coloridas pinturas impresionistas, pero todos yacían incrustados a ras de piso. La oscura duela de madera enmarcaba las cuadriformes piezas y una invisible capa de cristal permitía caminar sobre los cuadros sin lastimar el contenido. El techo tenía un domo, sin embargo, este no era el convencional tragaluz, profundo, imposible de abrir; más bien eran ventanas en el techo que resonaban con la lluvia pero que en días soleados se abrían para sentirse fuera de las cuatro paredes.
Es curioso pensar que la traducción más aceptada de la ilustre novela de Henry James The Turn of the Screw, sea Otra vuelta de tuerca. En el título sajón jamás se establece que la vuelta venga a ser OTRA, tan sólo ES una vuelta de tuerca a la que se alude. No obstante, el título castellano hace sentido, tiene mucho juego en el sonido de sus palabras y en el significado de las mismas; y por último, es fácil de retener. La duda pasa a un segundo término pero no por ello muere: ¿cuál fue esa primera vuelta y qué pasó en ella?
Todas las tardes, dentro de aquel cuarto, sospechaba yo si ese espacio era el único remanente en este mundo de esa primera vuelta. ¿Qué si habíamos aprendido, a la mala o a la fuerza, a usar los tapetes para pisotearlos y no admirarlos? O tal vez, esa molesta sombra que esquivamos al escribir con cierta distancia ante el papel, probaba que las lámparas debían de ir pegadas a la pared y no al techo. ¡¿Para qué llamarle techo a la pared cuando la pared es el piso realmente?!
Ahí pase, en casi diecisiete años, más de mil tardes que se hicieron noches, a veces mañanas. [Siempre con dudas excepcionales, mismas que le ebullen en los sesos a un hombre común cuando siente una ráfaga de majestuosidad ante él]. Para otros invitados el lugar era más una broma, un terreno fértil para que ya bebidos, la mirada se tambaleara dentro del ojo y se desanudaran las risas.
Estoy seguro que la mayoría jamás puso atención en la pared del fondo. Era de color opaco y textura lisa, adornada por un sólo cuadro. Sus colores y formas permitían imaginar que la imagen cumplía con el orden del resto del cuarto, pero también podía uno creer que esa pared era el pellizco de espiral que se había afincado en el plano que conocemos, la fastidiosa horizontalidad de absolutamente todo. Con talante compulsivo intenté checar muchas veces de dónde colgaba tal obra. Quizá el clavo pudo haber sacado la duda de mí. Pero fue imposible. Pendía de la pared con tal perfección que era imposible corroborar mi teoría. La gravedad, dicen los simplistas cuando ellos son la pesadez del asunto. En todo el espacio sobraban ejemplos de desafíos a esta fuerza terrestre. Los candelabros, almidonados con algún asombroso material, colgaban de la pared hacia el plano opuesto con la misma naturaleza con lo que lo hacen en cualquier comedor europeo. Para el cuadro misterioso eran las mismas reglas.
En una de esas mil tardes que llegué a tiempo nos conocimos. Y cómo cualquier hombre común ante una ráfaga de majestuosidad me sentí bendito. La dicha, creo yo, merece llegar en el tercer capítulo de nuestras vidas. La dicha es la base de la satisfacción, que en fines de semana se endereza en alegría pero que también exige, el resto de los días, reposo. ¿Y cómo no reposar con dicha cuando no está satisfecho? Es así que la ignorancia gana terreno en la mente: la dichosa ignorancia de quien se sabe querido y no tiene deudas con el mundo es el mérito de una vida sufrida duda tras duda.
Por eso, ahora que sé más cosas porque me pregunto menos y soy un sonriente profano, es importante que me acuerde de aquel cuarto. Ahí estaba lo de siempre, pero te sentías como nunca; en aquel cuarto de retratos en el piso y una pared que era un portal a otro mundo, antes de que a éste le hicieran otra vuelta de tuerca.

martes, 3 de noviembre de 2015

Reumático & Serrano


Tenía esa respiración tangible, sólida; como un búfalo durante las ásperas heladas.
Sin embargo, no podría haber pesado más que un zorro. Sus retinas eran el eclipse de su mirada.
Era durante ese instante antes de morir, en el que salmón, después de una vida completa nadando contra corriente, descubre que habita una alberca de olas, y pierde su presencia.

miércoles, 28 de octubre de 2015

Cálido Estertor


Aquí te quedas quieto. Esperas. Dejas que la prisa huya en busca de alguien más y te comprometes a permanecer. Las manos quietas van dando pie a desacelerar el resto del cuerpo. La cabeza busca tareas que resolver pero la censuras. La apaciguas con vacío, dejas que las oleadas de nada vayan impregnándose en esas ideas pendientes. El corazón, ciego y obstinado, se apanica ante los síntomas de muerte que lo rodean. Los párpados se anclan a media altura, espiando a la realidad y engañando al portón del inconsciente. Los segundos se enroscan con lo increíble, lo nunca antes visto.
Más lento, respira con tanta calma que parecieras indiferente a desaparecer. El tiempo desiste y la vida -encaramada en ese subibaja mortal- se suspende. Ligera ella y tú insustancial, ambos flotan en aquel dejo a opio que ahora aparece en la habitación.
Mudo como estatua y sordo como la duela, aflojas los estáticos huesos hasta sentirlos dormirse. Nunca has estado así antes. Siempre con la estúpida prisa de una carrera en la que no hay meta ni competidores, vives en un carril inagotable e inservible. Sin embargo, ahora todo queda distante, borroso. Navegas hacia un parto o a un lento fallecimiento, hacia los polos detrás los cuales queda la penumbra.
En ese silencio mental permites. Toleras. No sabes cuanto tiempo lleva ahí, en la esquina, viéndote. El monstruo del cual huyen, por el cual hablan en voz alta de noche y miran hacia delante al cerrar la puerta, está ahí. El monstruo que devoró las conciencias y las razones para dejar locos a los desalmados, respira tan lento como tú.
Se le hizo de noche a la tranquilidad y no pensaste que no pensar traería una sombra gratis. La ira muere revolcada y la alegría es su propia prisionera. Sin embargo la calma desproporcionada permite respirar al miedo. Contemplas como esas hadas enclenques, se enderezan heridas y mallugadas. Acaban liberándose en fuegos fatuos que tú y el monstruo estudian con nulo afán científico.
La oscuridad recupera terreno. Dejas de poder verlo aunque sabes que el sí te observa a ti. Eres carnada. La realidad ha seguido fluyendo hacia lo etéreo. Aceptas ser devorado por él y, sin moverte, te escurres hacía sus fauces invisibles.
Tal vez te despiertes, aquí sentado, con la satisfacción de esa llaga fantástica imposible de compartir.
Y tal vez no.

El ser sin verbo


La broza pantanosa de las arcadas y carcajadas que insiste y resiste en la existencia presencial.

jueves, 22 de octubre de 2015

Nyaope


El primer verano que todos los nietos se quedaron con los abuelos fue el mejor para la familia. La abuela jamás había estado tan feliz de tenerlos en el rancho y la casa misma respiraba la vida que décadas atrás se había perdido cuando todos nos mudamos a la ciudad. Yo fui el último de seis hermanos en salirme de ahí y debo confesar que por varios años, aquel era un mundo gris rodeado de maleza verde.
Sin embargo, todos estos años, ayudaron a mis padres a conocerse más. Cuarenta y seis años de casados tenían cuando nació mi primer hijo, el onceavo nieto. Tomás nació en agosto, por lo que apenas pudimos estar de visita unos días en aquel divertido y caluroso julio.
Después del éxito obtenido, el próximo año mis hermanos quisieron repetir la hazaña. Para los niños era una excelente manera de crecer lejos del sofá y para mis hermanos, no sólo era afianzar el núcleo familiar, sino también días de descanso; ya que volvían a la ciudad y disfrutaban del silencio en casa, sin gritos, ni corretizas. Laura y yo los visitamos un par de domingos con Tomás, que aún era muy chico para quedarse con el resto de la cándida jauría.
En el cumpleaños número uno de mi hijo, vi que mi padre hablaba seriamente con mis hermanos. Intenté aliviar el momento interrumpiéndolos con una broma pero el viejo puso esa cara de dictador que ha impuesto cuando quiere ser el patriarca a toda costa. Me callé y mejor paré el oído. Mi padre arguía que ya estaban muy viejos para recibir a tanto chamaco por tanto tiempo y que era mejor no repetir tal cosa el próximo verano.
No obstante, mi mamá empezó a hacer llamadas el próximo mayo para ver cuándo llegaban los nietos y al oír el mismo argumento de todos se puso fúrica. Mi mamá es de esa extraña raza maternal que logra criar y domar a una pandilla entera a través de la dulzura, no tengo un sólo recuerdo de mi mamá alzando la voz en toda mi infancia. Por lo mismo, cuando la vieron tan enojada entendieron que este era un tema grave.
Mi niño seguía siendo muy pequeño y por lo mismo nosotros nos abstuvimos de integrarnos a aquel vaivén de llamadas y correos electrónicos entre padres y hermanos. A mí tan sólo me informaron que, una vez más, los niños pasarían el verano en el rancho. Laura estuvo enferma una semana y aprovechó para llevar a Tomás con sus primos y ayudarle un poco a mis padres. Cuando volvió la noté muy relajada, me explicó que, aún con el ruidero de la chamacada, se respiraba una paz envidiable en las cabañas.
Paso otro año y al recibir la invitación de mi mamá, Laura y yo platicamos al respecto. Decidimos que ella podía ir la primera semana, luego dejar a Tomás con el resto y ambos volveríamos la tercera semana. Recordando cómo había vuelto ella un año atrás, supe que ese era el tipo de descanso que necesitaba y no una ida a otra ciudad a extenuarme de museo en museo.
Días antes de se fueran, mi padre me marcó. Se cancelaba el viaje. Se divorciaban mis padres. A dos años de cumplir sus bodas de oro habían decidido separarse y no había marcha atrás. Todos intervinimos de inmediato pero no había intención de ninguno por solucionar el asunto. Cuando les preguntamos, por separado porque ya nunca más se volverían a ver, si un factor había sido los veranos con los niños, ambos se encogieron de hombros. Mi hermana estuvo deprimida varios meses, azotándose por ser la culpable del divorcio -ella aportaba cuatro de los diez escuincles-.
Yo llegué al rancho al día siguiente y mi papá ya se había mudado a la cabañita del velador -que además, fue corrido, de noche y sin explicaciones, después de cuatro décadas trabajando para ellos; tuve que ir a buscarlo al pueblo para mínimo darle la liquidación que se merecía-. No hubo como llevarlo a la casa.
En los próximos tres meses se construyó una cabaña, un poco más grande pero igual de austera, del otro lado del cerro; en una parcela que un vecino suyo le vendió a precio de regalo.
Mi madre todavía llegó a bajar al pueblo uno que otro sábado; mi papá nunca. Estoy seguro que después de aquella discusión donde acordaron separarse, si se volvieron a ver fue en esos tres meses, a lo lejos, como dos vecinos que jamás se han visto pero que se miran de lado a lado de la calle, estáticos, atrapados por la misma tormenta o aprisionados por el mismo apagón.
Sin duda, mi hermano mayor quien los visitó más a partir de aquel momento. Pasaba con sus hijos todos los domingos, primero con la abuela, y después, por la tarde, cuando aún pegaba el sol en aquel costado de la ladera, con el abuelo.
Una noche, en mi departamento, se soltó llorando. Se sentía aterrado por el momento donde alguno muriera y el otro, empecinado, no fuera a consolar a sus hijos y nietos al funeral de su pareja. Lo logré calmar con un trago y después nos quedamos largas horas platicando sobre la familia, las parejas, los hijos, y eventualmente el fútbol. Y sorprendentemente, en todos los temas, acabamos por concluir que las cosas nunca acaban, es imposible desatender algo que está vivo, sea un hijo, un balón o una relación, y asumir que nada malo podría llegar a suceder. No importa cuantos años, todas las semanas, hay que barrer la entrada para que no parezca salida.
El domingo pasado, en plena temporada de lluvias, fue mi hermano a visitar a mis padres. Fue solo, los niños estaban en un campamento de verano. Un impetuoso deslave mató a casi cincuenta personas. Entre ellas, mis padres y mi hermano. Sí hubo deslaves antes, claro que los hubo. Pero nunca así.

lunes, 19 de octubre de 2015

Dos óbolos corto


Se cerrarán las fronteras y los hermanos se convertirán en vagos recuerdos y legítimos desconocidos. Los divorcios impuestos zanjarán fidelidades y promesas. Y no habrá dinero suficiente para romper las barreras.
Pasó antes. Nos hicimos mestizos de pigmentos y morales a través de catástrofes similares. Sin embargo, ya casi, estos hachazos serán eternos. Seremos viejos incompletos, de amputaciones etéreas. Imaginarás por siempre, si fue la violencia, el caos o la estúpida paciencia la que aspiró a tu ser querido. Con los años, las ratoneras mentales dejarán chiclosa tu piel.

Quedará el deseo del viaje; no espacial -imposible ahora- sino temporal, a días donde el lugar de las nubes, el colchón y las libertades te era indiferente. Sabrás entonces que tu lugar es lo único determinante, lo realmente absoluto.

¿¿
))

lunes, 12 de octubre de 2015


Era lunes aquí, pero ya era martes en otros lados. Le marqué a mi sacerdote de cabecera, que se encontraba en Roma -no, a todos les dejan pasar la noche en el Vaticano-. La señal telefónica era muy pobre en aquellos días por lo del volcán. Así que mejor nos conectamos vía internet y tuvimos una teleconfesión de hora y media.

En algún martes del futuro, lloraban mis hijos sin saber que desde el pasado romano me era prescrita mi propia penitencia.

Estar solo en el presente le pasa a todos; no hay que sentirse excepcional al respecto. Yo he estado solo antes, pero ahora vivo exhausto por arrastrar con pecados escondidos en el porvenir, detras la curvatura de la tierra; y que la centrífuga inevitabilidad servirá a mi presente mientras el castigo me alcanza desde un instante antiguo, expirado.

Del pasado me condenan por actos que apenas habré de cometer bajo este sol. Y es lunes apenas.

viernes, 9 de octubre de 2015

Se necesita más que jabón y cielo


Eran dos trabajadores colgados de un techo. El peso de uno mantenía al otro. Los movimientos del primero desequilibraban al segundo. Los vidrios estaban impecables. Tenían aquella mica que hacía casi imposible ver hacia dentro. En la oficina se escuchaba el rechinido de un trapeador degollado recogiendo la espuma del jabón desde las alturas. Según el piso había gente de corbata o mozos en uniforme azul puliendo el piso o hipsters aventándose una pelotita de punta a punta del cuarto. Pero ninguno hubiera podido escuchar lo que entre los de afuera se dijeran. Tampoco había algo que atender más allá del rechinido entre el hule y el vidrio porque entre ellos dos, desde hace tiempo, no existía la palabra. Se odiaban con rencor desde hace año y medio. La ciudad, y éste mundo, no están como para perder un empleo así nomás. Eran dos trabajadores colgados de un techo por la misma cuerda.

jueves, 8 de octubre de 2015

Vedado


Los mismos dos perros que se mordisquean la cola y el hocico entre retozos sobre los parches soleados de la banqueta, son los que se ignoran cuando son obligados a compartir la jaula. No importa el tamaño, todo lo que tenga rejas es una mazmorra. Los canes miran hacia afuera. Lo de adentro, lo cautivo, es inerte. Las mismas miradas que se niegan durante el frío cautiverio, son las que después de una larga carrera por el parque se enuncian la una a la otra y se prometen la eternidad del momento.

miércoles, 7 de octubre de 2015

[que lo saque de este frío asfalto donde tan audazmente se fue a meter y que le devuelva la tierra.]


Las rocas se rompen. Su negación al miedo las deshidrata. La tierra en cambio, más moldeable, un tanto más honesta, las ve quebrarse. Las rocas eran tierra que, envalentonadas a pensarse inmortales, se pelearon con todo. Los minerales son su personalidad, aquello que jamás pudieron esconder. De eso se aferran, con una fuerza amedrentadora, para no tener que escuchar los gemidos de la lluvia. Toda roca se siente avalancha y ya de grande, le suplica a un disperso niño, que a patadas le de vida
[que lo saque de este frío asfalto donde tan audazmente se fue a meter y que la devuelva a la tierra.]
[la tierra recibe, acepta, edifica y, en esta historia también muchas veces, se inventa piedras.]

martes, 6 de octubre de 2015

De un otoño con ramas crujientes


Aquí y allá, pasaron los años y nos mudamos a otro presente.
Se techaron los daños pero para entrar o salir permanece aquel viejo puente.

Una mentira dormida


Ojalá un día pueda soñar con ese niño de materia negra para ver si es cierto.
Ojalá de noche me aprenda el hombre que soy y se te olvide mi estúpida incongruencia.

Paredes


A las paredes les sobra espacio y del piso se cae el tiempo. La vida queda grande y la piel incómoda. Todo porque tú no estás. Todo porque me alejé de ti cuando ya era tuyo.
Imagino que en otro lugar, en otro momento tú estas conmigo y que me lo estoy perdiendo.
A las paredes blancas se les impregna el sabor que mis ojos derraman y mis manos sacuden.

lunes, 28 de septiembre de 2015

La tele rota (bullente y bullicioso)


Tras años de verse obligado a rechazar el impulso natural de voltear en busca de la portería cuando las masas con su intenso aullido vaticinan la llegada del gol, Leonardo aprendió a ver la tele rota.
Podía tararear por horas el scratch de un LP rayado. Los sábados, desde su amarillento traspatio bordeado por edificios ochenteros, se tomaba el tiempo para ver el atardecer reflejado en las opacas ventanas de sus vecinos. El olor a cloro, de cualquier impersonal pasillo, fuera burocrático o de centro comercial, siempre le regresaba ese eterno antojo a migas. Y aunque su necia parsimonia con la que ejecutaba su oficio como guardia del estadio vigilante de las gradas era su rúbrica inquebrantable; Leonardo, cuando más tranquilo y pleno se sentía, era cuando vigilaba a su mujer en la regadera.
Ni bullente, ni bullicioso, apenas sonreía su conquista sobre el mundo que al resto nos gobierna.

Ya adentro


¿Cómo conmover sin estorbar?
¿Cómo seducir sin interrumpir?
¿Cómo crecer sin aventajar?
¿Cómo robar sin a uno mismo diluir?
Como ya nunca te oí, empecé a cenar
Y solito aprendí lo cómodo que es,
poder pensarme como los demás.

viernes, 25 de septiembre de 2015

Tver Oblast


En una lápida de piedra, olvidada al final de un campirano cementerio nevado, dice: el destino no es para el que es especial, sino para el que se hizo. Borrado está el nombre. La fecha jamás fue escupilda.

5,400


En su cabeza se oyen pesadas cuerdas siendo tensadas. Son rollizas sogas amohinadas prohibiéndole al mar el secuestro de un gigantesco cuerpo terrestre. El mar devora, disfruta por igual un cuerpo blando mamiferoide que un bocado de toneladas oxidadas. Por eso su paciencia, por eso ese arítmico pero agradable vaivén de olas. La cuerda, creada para aguantar, no tiene opción más que ignorar el estruendo que el agua detona en las rocas. Lo impredecible de cada ataque, la magia de un espectáculo que hipnotiza tanto a marineros como a viudas en la playa, para el cabo es intrascendente. La misión gobierna a la tensión. La batalla milenaria entre olas y rocas, que cuenta con la veleidosa fortuna como único método para cambiar el rumbo, para esta rígida cuerda es un mero barullo.
A eso le suena la cabeza. El casco ayuda a aturdir la tentación. Las viudas no ponen atención. Los cangrejos llevan charolas con bebidas que no podrían ser tomadas frescas bajo este calor de medio día. La marea se contonea en gigantes banderas de la hinchada. Los niños hacen castillos con su imaginación, jugadas que su ídolo jamás logrará pero que a ellos les da lo mismo. Los que han venido a ver el espectáculo se ponen de pie, ansiosos. El, su propia línea de vida, los ignora. Rumbo al final del encuentro le rosa la brisa de un líquido ataque que ha impactado a otro compañero.
Al final, cero a cero, no se ha perdido nada. Podrá llegar a casa y disfrutar de sus hijos sin tener que prender la tele para ponerse al corriente de otro partido sin partir.

jueves, 24 de septiembre de 2015

luz de sodio


Ella suena a la melodía que esconde ese escalofrío que apaña e inyecta;
que jala y libera;
que regala comezón e infinita sorpresa.
Murmullo de noche.
Murmullo de día.
Murmullo a solas.
Murmullo a ella.
La calma de un bicho
en mi cama tendida.
Amarillo runrun,
áurea sacudida.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Lernaean


This too, shall not pass.

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Sangre Comanche


Tenía la pudorosa docilidad de quien es criado por su madre y abuelas; bajo la sombra muda y cuasi-ausente de su trabajador padre y abuelos. Estos hombres, una vez adultos, si se les incentiva su lado sensible, llegan a ser grandes artistas o padres de familia. Sin embargo, a los reprimidos que se mueven en terrenos mas hostiles, cacerías modernas de traje y corbata, son personas a las que hay que temer. Con tal de compensar su lado más manso, estos individuos son capaces de violar cualquier valor inculcado.
Atrocidades que terminan en vicios, matrimonios truncos o en esa popular violencia patológica.

Bagdad, México


Resulta difícil concebir que el acto más significativo de la vida::la muerte, sucederá de forma gratuita, impensada. ¿Cómo permitir que pase de largo el negro del cual se contrasta el blanco? Sin esa dualidad no se es. Nada. Hasta las rocas tienen una duración definida por la inexistencia que antecede y procede a su paso corpóreo. Lo inerte tiene su vida porque tiene muerte: ese momento donde cesa la presencia.
Y tú, después de todos estos años, ¿te vas a dejar morir por sorpresa?
No hemos de morir sin saberlo, sin ejercerlo, sin interiorizar el vacío que nos corresponde.
Singifiquémonos.

Descargo de responsabilidad al héroe que en vida lleva a cabo tal sobresignificación que la muerte no es su complemento, sino la vida misma: los automanifestados.

lunes, 31 de agosto de 2015

Revés 7.1


Se venía el carnaval en dos días. Empezamos desde la noche interior a inflar los globos con doble carga de helio para que aguantaran todo el desfile. La prisa de este año nos había obligado a contratar a un grupo extra de obreros. Éramos veintitrés personas inflando globos a un ritmo de un globo por minuto y con descansos de media hora cada seis. Los agrupábamos por formas y colores en el almacén. Los organizadores vendrían a recogerlos la mañana del carnaval y encargarse de darles formas de animales, personajes famosos y criaturas fantasiosas.
Sin embargo, esa mañana, lejos del caótico e informado centro de la ciudad, empezamos a sentirnos ligeros. Después de un par de comentarios y bromas al respecto, vino la preocupación. No eran náuseas, sin embargo el estómago era lo que más se violentaba con esta sensación. Cuando mis pies se despegaron del piso quise echarle la culpa al helio, pero de inmediato salimos como misiles nosotros y los tanques de gas. Un par perforaron el techo laminado, sin embargo los globos fueron amontonándose y se cortó el paso. La caída dejó inconsciente a unos cuantos; sólo Goro perdió la vida -aterrizó por debajo de la reserva de los tanques y murió al instante-. Yo perdí un par de dedos al aferrarme a una viga y recibir el impacto de tonel.
Los globos llegaron después que nosotros. No se al resto pero a mí me tomó mucho tiempo entender lo que pasaba. Era incomprensible el encontrarme envuelto de tanto color, dentro de una ingrávida alberca de pelotas en la que yo, quizás muerto, me arrastraba entre lo flotante.
Estoy seguro que cada quien debe tener momentos únicos con esta maldición que nos tocó vivir a todos (de ahí que nos hayamos vuelto a unir como hermanos quizás), sin embargo a nosotros, el reunirnos con los globos fue algo único. Nos elevamos cual aeronaves pero sin dejar de existir como seres terrestres, pesados, insoportables para todos menos para nosotros mismos.
Volar no significa ser ligero.
Es un juego de fuerzas.
Flotar, en cambio, es un juego de gracia.

viernes, 28 de agosto de 2015

¿Cómo qué?


Tu lealtad canina y tu paciencia vegetal eran el bastidor de nuestro retrato perfecto. Iba yo a derramar desde las alturas un tornado de colores y sin querero o preveerlo, me morí. Ahora las batas y pantuflas están siempre huecas. La televisión te genera culpa. Y, sin lógica alguna, las paredes se sienten más duras. Me sueñas. Te ríes en un cielo rosa del cual nos envolvemos para ir de picnic. Mientras, afuera, en el mundo de los segundos y los comerciales, un translúcido riachuelo de alegría caduca te resbala de las mejillas. Abres los ojos todavía de noche. Sigo muerto. Sigues viva. Sigue el cuadro colgado frente a la cama: incompleto pero aferrado a la pared. Pareciera que antes te irás tú que aquel mísero rectángulo de tela y madera. Pareciera que aún inacabados, vale más la pena aferrarse por paredes y suelos que permanecer envueltos.
Nos lo dijo desde el primer día aquella gorda partera en ese pasillo de luz triste y amarillenta: no es el qué es el cómo.
¿Cómo qué?

jueves, 27 de agosto de 2015

pésaj


bas sobre el camellón y aún así moriste atropellado. No hubo flechas, cielo, mar o últimas palabras para dignificar tu salida. Sin embargo tu insignificante defunción simboliza una libertad que siempre está a la mano, que no necesita pompa ni simbolismos, tan sólo una cómoda y efímera (in)acción.

miércoles, 26 de agosto de 2015

I.B.A.


Me marcó Iván después de dos años. No tuve mucho tiempo para reclamarle. Se escuchaba lleno de energía y ávido de vernos. Yo apenas pude hablar. Se enfocó en confirmar que siguieramos viviendo a las afueras para visitarnos en un par de días. Después de unos minutos, se despidió diciéndome lo mucho que me amaba, a Laura, a los niños; y lo agradecido que estaba por todo lo que le habíamos dado en el pasado. Al sonar una chicharra tuvo que colgar y lo último que escuché fue 'ya nos vemos hermanito'.
Colgué. Después de dos años desaparecido me pareció improbable que Iván sonara tan alegre. Las últimas veces que vino a casa llegaba ebrio, deprimido o en plan violento. El Iván que yo escuché en esa llamada no había desaparecido hace dos años; se había diluido hace más de cinco. ¿Quién podía haber hecho una broma así, tan de mal gusto? Se me enchinó la piel de pensar que tal vez había sido una llamada divina, un acto sobrenatural que mi hermano, habiendo muerto, me hubiera contactado para apaciguar mi insomnio.
En cuanto llegó Laura le conté sobre lo sucedido. Mi última opción, el que dicha llamada hubiera sido real, fue la que ella escogió como más cercana, más probable. Después de acostar a los niños nos tomamos una copa de vino y platicamos un largo rato sobre lo lejos que uno puedo acabar de sus seres queridos. Zarpados del mismo puerto, los vendavales y corrientes marítimas nos colocan en mares remotos. Hay un límite para los mapas y para la sangre. Hay formas de perderse en las cuales la ayuda es obsoleta. Supongo que sólo queda seguir nadando mar adentro y encomendarse a la suerte o lo divino para llegar a alguna isla de la cual trazar una ruta nuevamente.
Después subimos al cuarto y abrazado a Laura, por primera vez en mucho tiempo, dormí la noche entera. Al día siguiente era incuestionable que la noticia había aplacado aquella crónica angustia que, rememoré, había comenzado justo con la desaparición de Iván.
Después de tres días de descansar como un recién nacido, una llamada nos despertó el domingo por la mañana. Iván había muerto ahogado después de que el camaronero en el cual viajaba se volteara por la noche. Desconocían las causas del naufragio.
Después del funeral regresó el insomnio. En aquellas largas jornadas frente a la ventana, completamente solo y aislado del mundo al que pertenezco empecé a cuestionarme sobre Iván. ¿Cómo es que había muerto cuando finalmente sonaba de nuevo como aquel joven alegre que fue por tantos años? ¿Qué había pasado en esos dos años con él? Recordé que frené mi búsqueda en esa primera caza por encontrarlo cuando el terapeuta sugirió el suicidio de Iván. Me pareció un lastre buscar a alguien que podría haber sido tan egoísta y a cambio perderme sonrisas importantes de los pequeños.
Los detalles de la investigación sobran, todo el asunto policíaco empañó los sentimientos que le daban motor a mi búsqueda. Todos los caminos además, cubrían un lapso de dos meses y terminaban en el bosque de Kai. Parece ser que Iván hablaba mucho de su temporada en el pequeño bosque que peina al cerro del mismo nombre. Estaba por dejar morir todo el asunto pero Laura me obligó a seguir después de encontrarme reposando al final de las escaleras a medianoche. Tenía razón. Mi insomnio no se iría jamás si no encontraba aquel lugar en el que se escondió mi hermano por tanto tiempo.
Me tomé una semana para ir a acampar. Después de dos noches en las que el miedo a ser atacado por algún animal no me dejó dormir, el tercer día logré conciliar el sueño cerca de un débil riachuelo que cruza el monte. Ahí fui levantado por un viejo calvo de bigote blanco. Era un hombre sumamente frágil en sus movimientos, pero jamás había visto una mirada tan dominante. Me enderecé nervioso. Nos intentamos presentar pero la barrera del idioma era infranqueable. Sin embargo, alcancé a distinguir que dijo: Iván. Asentí con fuerza. Le dí la mano. Después de un largo rato logré hacerle saber mi nombre y mi parentesco con Iván; algo que él seguro tuvo claro desde el primer instante y por eso mismo acudió a despertarme con el nombre de mi hermano. Según entendí, su nombre era Xu. Me llevó a su humilde cabaña. Ahí pasamos el resto de la tarde y la noche en silencio. Con un té en la mano me asomé al bosque. Sentí que Iván había pasado aquí una larga temporada. Al día siguiente, el hombrecito me llevó a trabajar la tierra. Yo le preguntaba cosas de Iván pero el cada vez hablaba menos. Trabajé varias horas con él a mi lado. Después de un rato, me frené fatigado. Xu seguía clavando sus manos en la tierra con la misma fuerza con la que había empezado. Avergonzado, regresé a mi labor y no paré hasta que Xu, con un leve golpe en el hombre, me dio la señal de seguirlo al río. Arrivamos al mismo punto donde me había encontrado un día antes. Ahí se sentó Xu a ver el atardecer. A lo lejos, se alcanzaba a ver el puerto del cual Iván se comunicó conmigo por última vez.
Repetimos exactamente las mismas actividades. Mi intención por interrogarlo se fue disipando. Después de aquel segundo atardecer a su lado comprendí que tal vez Iván había encontrado como ocuparse por un rato con la compañía del maduro campesino. Le mostré una foto de Laura y los niños y señalé hacia el mar. Xu casi sonrió por primera vez. Me tomó de la mano y me llevó a su cabaña. Con sus tiernas y temblorosas manos me quitó la fotografía y caminó a una repisa vacía. De ahí tomó una carta en un roído papel amarillo y en su lugar puso la foto.
Con su pesada mirada me vio a los ojos por un largo instante y luego me entregó el papel. Confundido, lo desdoblé.
Era la carta suicida de Iván, fechada a dos años antes de su llamada. Mi hermano no se había ocupado en el bosque Kai con la compañía de Xu. Mi hermano, al que fui incapaz de ayudar en tantas ocasiones, había sido rescatado por esta bestia marina encarnada en un decrépito cuerpo, que lo llevó a esa isla en la que mi hermano recuperó su horizonte.
No creo que ambos hayan hablado mucho más de lo que yo lo he hecho con Xu. Ni siquiera sospecho que el viejo sepa que ésta es la carta que mi hermano escribió para despedirse de mí, de mi madre, de los niños. Las palabras que les dedica a mis hijos serán su brújula en cuanto sepan entenderlas. Yo habré de dormir todas y cada una de mis noches abrazando a mi mujer y soñando con ese mar que a todos nos une.
Cuando finalmente alcé la cara, Xu estaba calentando su oxidada tetera. Con la misma entrega y distancia con la que uno deja alejarse desde su barco a una ballena, me encaminé hacia la puerta, luego a la pedregosa entrada del bosque, después al puerto, y finalmente a casa.

lunes, 24 de agosto de 2015

el ritmo del triunfo es el bombo de la derrota


El mundial que no ganó Zidane; la que llegó hasta tu casa y no a tu cama; la promoción que sólo te platicaron; la langosta que desde la charola te guiñó su negro ojo y nunca no probaste...
La palabra, el balón, la suerte y el ritmo son infieles compañeros que juegan contigo al mismo tiempo que se dejan querer por ese imán escondido en las sombras, barrancos, callejones y fangosos charcos. Los persigues con esmero. Le sonríes a todo aquel que pasa. Sin embargo tu ambición te empantana y te recuerda que las pocas veces que alzaste la copa, que gritaste de alegría, que te supiste la respuesta, fueron milagros concatenados por la frágil divinidad que no siempre te atiende.
Hay que tenerlo presente en el futuro porque los logros del pasado no son fenómenos repetitivos. Son estrellas fugaces, y tu cabeza dispersa ha de voltear un segundo tarde muchas veces (o chocar otras tantas contra el enemigo) antes de volver a distinguir la fortuna.

viernes, 21 de agosto de 2015

Necesidades Veneridades


de mi cerebro sinespacios y mis ideas líquidas y perversas; de mi nervio óptico que espera entre espasmos; de mi mandíbula zafada, trabada, cotorra; de mi sien flor de caña; de mis nudos de ilusión, soberbia y miedo; de la prisa que me espera cuando acumulo paciencia; tú eres mi coma predilecta.

jueves, 20 de agosto de 2015

left and right and wrong song (asperger sonata)


You are cornered
Flightless on a floating planet
Where coincidences don't exist
It's evolution
Feels like persecution
Breath in
Are you within?
Or left without?
You are cornered
Drowning in a pool with no water
You are saved
From praying in a church with no power
You are butchered
Released from a form with no function
You were
You and me were
Nothing (A. b. N. u. D. t.)
Together

miércoles, 19 de agosto de 2015

Precio & Desprecio


El turbio amor autoprofanado, de una lésbica musa que baila con los hombros y te patea con la mirada, es el diamante de este texto. Es un fetiche que tiene precio, le falta etiqueta y le sobra desdén. Las notas sin letra que me unen a el son lesiones a largo plazo, poco vistosas, poco incitadoras de charlas zonámbulas que poco se recuerdan pero saben a eterno. Yo en aquella sala me hice viejo. Del desenfreno me torné achacoso. Las colillas me han colmando. El insomnio ahora es un fibroso descenso.
Aún así, a ella la quiero aunque jamás lo he dicho; pues no hay porqué. Adorada por una horda de becerros en hoodies y gafas oscuras, siempre me ve de lejos. No le regalo tributo. La comunión de los destilados, ciegos de formación y fatuos de nacimiento, me esquivan sin darse cuenta. Es un slalom de alfombra, reincidente y demasiado lento.
Somos creyentes de catástrofes naturales jamás vividas, por eso presumimos nuestro ingrávido sufrimiento. Nuestros sueños desdentados son la prueba inequívoca de que nacimos siglos tarde, en una inmensa sala de espera; y androides mejor sincronizados con su momento, hacen hambre, se hacen listos y deshacen su caduco reglamento.

martes, 18 de agosto de 2015

Nuestro círculo de confusión


El dejo a ceniza nos alcanzó y nosotros, los mejores amigos de mentiras, nos hundimos en el cenicero. Cuando es de vida o muerte todavía nos vemos; pero a deshoras-y-porque-sí ya no es pretexto suficiente. Todavía quedan en el cajón los destilados y polvitos con marca de "Reserva", quien sabe si a tiempo nos inventemos algo o si nos ganará el vinagre. La prisa del lunes prendió el despertador del domingo y la sed del sábado se apagó con agua. Ahora que somos pólvora mojada las canciones son para el recuerdo. Ahorita-te-caigo cayó atrás de la cabecera empolvada, esa que alguna vez supimos aprovechar como tablero. De día, de corbata, de rodillas y de salida; ahora somos deésos. Y nosotros, hermanados en alka-seltzers, aventones y amaneceres, ahora vivimos como lo que fuimos por una vez en aquella fiesta: los extraños de siempre mirándose con la incertidumbre de si el otro es tan divertido como te han contado.

Barks and barks


To do what I did (and to find you the way I found you), I had to live in dog years.

viernes, 31 de julio de 2015

El lujo de despertarse molesto


Héctor se levanta todos los días. Se talla la cara con fuerza ante el lánguido chorro de la regadera. Se amarra primero el derecho y luego el izquierdo. Desayuna de pie, bajo el marco de la puerta, con prisa. No se despide de nadie. Todos duermen.
Héctor trabaja todos los días. Empieza con los nudos de abajo y va apartando la lona hasta usarla como techo del puesto. Canta con gritos que aturden y cautivan a las oleadas de ensimismados que pasan frente a él. En las horas muertas platica con Hilda, de las crepas o lee el periódico sensacionalista.
Héctor viaja de vuelta a casa por hora y media todos los días. Con la derecha se recarga en la ventana o se aferra al metal, con la izquierda protege el dinero que lleva. Las luces cálidas y tristes del transporte obligan a todos a asomarse a la noche que cobija a todos y todo con su manto de indiferencia.
A veces en la mañana, a veces en el trabajo, otras de noche, Héctor se acuerda de cómo su hija Patricia hace reír al bebé al bailarle moviendo las nalgas y él también se ríe.

jueves, 30 de julio de 2015

airtight


The say nobody knows you when you're down and out.
They say that when it rains, it pours.
Still, they forgot to mention that undiscovered friends and long-showers enthusiasts.