lunes, 31 de julio de 2017

almejas con sueño


Me acuerdo mal de mis imaginaciones adolescentes y no sé si eso tiene que ver con todavía me permito ser creativo o si sólo es que estoy viejo, a la deriva de lo real y náufrago de lo fantasioso.
Soy un volante intacto en una carretera metropolitana.
Soy el fango que encubre a un cocodrilo inmóvil, quizás muerto.
Soy un punto y coma, en una planilla con incalculables puntos y comas.
Soy los ganglios inflamados de un niño sonriente que juega con el hollín.
Soy todo el coraje que fluye por los telegramas que una guerra olvidó re-enviar.
Soy la fecha de caducidad en un contenedor reciclado que ahora contiene sopa de fideo.
Soy el miedo que encarno, que ni a mí me comparto, que llevo tan cerca que ni sé identificar.

prisa por un final eterno e inconstante


Con nada de tiempo sólo se puede gritar. Comer un insecto, mascar las manecillas llenas de pus, mirar con bilis a los compañeros, hacer moronas los codos de la avaricia que nos compete, rabiar hasta oler mal, encontrar mugre en las repisas, fastidiar la lectura de lo fastiodioso, carejearse las vísceras y dejarse inválido de un último pensamiento, para eso no hay tiempo.

lunes, 24 de julio de 2017

Empleado del mes en Celeaya


Nadie me lo pidió, pero a Napoleón tampoco le pidieron invadir Waterloo. Y sin embargo lo hizo. O lo intentó.
Creo que lo intentó. Yo lo intenté. Creo que lo logré o al menos logré creérmelo.
Hay todo tipo de trabajos en este siglo, en este país, en este necesitado mundo. Yo trabajo en un banco de semen, de provincia.
Hacíamos envíos a domicilio, envíos internacionales, inseminación de alta complejidad y ponencias para los infértiles y los curiosos.
Teníamos lo que uno espera: la página de internet, las paredes tiroleadas en blanco, el baño de visitas limpio y los masturbatorios individuales.
No entraba dinero desde hacía meses. En el mundo de pedidos online, nadie pediría semen a Celaya, Guanajuato. No me parece malinchista que los de Celaya pidan semen a Nueva York. Al final nadie quiere encontrarse con la genética de su hijo por encargo en alguna feria de pueblo. Tampoco me parece un mal juicio apelar a esa laguna genética cosmopolita que bajo ningún canon incluye Celaya.
Por eso re-organicé el catálogo. Los hipsters, capaz de pagar por injertos de bigote, ellos sí ven lo que que hay adentro. Ellos buscan que su hijo pertenezca a los speakeasies, festivales y viajes a la playa del momento. Para ellos hice catalogué el banco de semen acorde a los gustos musicales del donador. Así uno puede pedir que su chilpayate tenga inclinación por Tom Waits antes que por Porter; y eso sí es malinchismo, pero eso qué importa.
Ahora el dinero entra a cubetadas. Inventamos la inseminación con banda sonora para reforzar la vibración de los espermas acorde a sus gustos musicales. Y si no funciona, el paquete encore protege al usuario y le regala una fecundación extra por si el proceso natural no fue suficiente.
Mi jefe, que resulta ser un hijo de inseminación artificial -verdad y no agravio-, me niega el crédito a pesar de haberlo vuelto millonario. Y yo podía largarme, buscar otro trabajo que hoy en día existen miles. Sin embargo, sugirió correrme ante mis amenazas de reclamar derechos de autor y yo hago lo que me da la gana, no lo que se me obliga. Tal vez te suene a que soy un "contreras", pero ni a tí te preguntaron tu opinión, ni a mí reordenar a lo que suenan los cientos de litros de lechoso semen de un refrigerador industrial de provincia.

reflejativo


En los vestidores de tiendas departamentales, en los estacionamientos interminables de epicentros metropolitanos, en polvorientas cajas de música con figurines rotos, en impecables techos de acrílico en hoteles de fin de semana; por las incontables generaciones de quien nunca supo de sí mismo, hay que encontrarse en cada espejo. Hay que saludarse y despedirse. Hay que poner el foco detrás de la propia retina. Hay que atinarle al lugar preciso donde la verdad fulmina al ego; y luego olvidarse de cómo y de quién para empezar de nuevo cada vez.

miércoles, 19 de julio de 2017

Un justo muerto


Mi hermano se murió en lo que con pésimo humor se le conoce como una carambola automovilística. Tenía yo año y medio de no verlo. Me marcó su ex-mujer, que yo ni sabía que estaban separados, y me pidió que fuera a reconocer el cuerpo a las dos de la mañana. Sí venía tomado, pero como bebedor social también entiendo que el nivel etílico que tenía en la sangre no lo mató, mucho menos lo salvó. Siete personas murieron en aquel cataclismo de balatas, fierro y vestiduras hechas en China. Después de haber sido interrogado se me permitió el acceso a la zona acordonada. Deambulé entre los autos: un bocho tuneado, una Voyager turquesa, un taxi de los viejos y un par más menos llamativos. Di zancadas grandes para esquivar ropa teñida en sangre, maletas abiertas y hasta lo que aún no queriendo ver, reconocí que era una mano. Distinguí el Sentra color verde cuasi militar de mi hermano. Me supo muy mal batallar para responderle al perito rasgos básicos de mi único hermano pero identificar a lo lejos el auto que desde hace dos años, en alguna plática mundana de nochebuena se me hizo saber que quería vender.
Ahí aprendí que no viajaba solo; ni en el viaducto, ni en el nuevo camino que emprendió después de la carambola. La primera ambulancia apenas había salido del lugar, las otras esperaban su turno para subir las bolsas grises con los cadáveres adentro. Chacoteaban al calor de un cigarro los paramédicos; seguro alguna broma demasiada sofisticada para la población que vive de día. Ahí estaba "el compañero" de mi hermano. Un remanente de mirada endurecida miraba fijamente a las estrellas. Sin embargo, esa falta de fluidez en los ojos hacía parecer como si el firmamento entero se sostuviera de una microscópica puntilla de granito posada sobre su retina. Si parpadeaba él, nos acabábamos nosotros. Me asomé en la bolsa; sin duda un impulso involuntario de hermano mayor. Vi que llevaba uno de esos llaveros que conectaban las llaves en la bolsa delantera con la cartera en la trasera. Es curioso que los más elegantes y los más fodongos de esta ciudad gusten de distinguirse con el mismo accesorio.
*
El día después del sepelio fui a la residencia del sujeto, Alejandro Meléndez Ochoa en Avenida Jérez 941, colonia Del Rastro. Jamás me había parado por esa zona de la capital, mucho menos por la colonia (que como bien imaginas, no era de las mejorcitas de la delegación). Desde que me subí al taxi iba imaginando en qué había devenido la vida de mi hermano como para empezar a frecuentar estos sitios. Pasé por las obvias primero: ladrón, drogadicto, prostituto, traficante o simplemente un vicioso desmesurado. A pesar de que todas me parecieron de alguna forma viables, razoné que todo el suceso y la circunstancia ameritaba algo más complicado de asimilar. Si viajaba con el sujeto a esa hora a alta velocidad quizás es porque vendrían huyendo de alguien más. Ni mi hermano ni yo somos gente trabajadora, eso hay que señalarlo. Por lo tanto estafar con la ayuda de un bajo delincuente era una posibilidad. Luego recordé que el judicial comentó que el Sentra y una camioneta Jeep Wagoneer habían sido el origen del caos. Reconozco que hasta sentí un espasmo de vanidad de hermano mayor al pensar que quizás era un asesino a sueldo y a falta de un tiro claro él y su colega habían decidido acabar con el objetivo de un volantazo.
El taxista interrumpió mi cavilar de un enfrenón y demandando con cierta prisa $155 pesos. Cuando uno de estos ruleteadores profesionales tiene urgencia por marcharse uno sabe que ha llegado al barrio y que no hay nadie en la cuadra que no sepa que el foráneo del día ha hecho su aparición. Disimulé mi nerviosismo y caminé casualmente a la reja. Las primeras dos llaves fueron desaciertos. Sentí que una figura cruzaba la calle hacia mí. Decidí intentar una última llave antes de salir corriendo. Maldigo la hora en que escogí la correcta.
*
Entré al departamento y cerré la puerta. Vi el reloj, eran las 4:16 p.m.; ya muy tarde para no tener un chingo de prisa. Caminé por los cuartos pero sin tocar nada para no dejar huellas impresas; como si la policía entrara a la colonia Del Rastro rutinariamente. Iba viendo de todo: platos con comida rápida podrida, colillas de porro en el piso, fotos deslavadas en marcos infantiles, muebles que apestaban a viejo, un microondas como mesa de noche en lo que imaginaba que era la recámara y saliendo de vuelta al pasillo me detuve. Una pincelada de humor surreal en forma de póster de Mi Pobre Angelito colgaba de la pared. Era por mucho el artículo más limpio de todo el espacio. Hasta dudé si alguien había entrado esa misma mañana a pasarle un trapo encima. En la esquina inferior derecha tenía un sello gigantesco que decía "¡8va película más taquillera de los 90's! $285.761.243 USD". Así que no sólo era un póster de Mi Pobre Angelito sino que era un póster hecho nueve o diez años después de su lanzamiento en algún país latino.
Desde que mi hermano había muerto víctima de una colisión y el pobre sistema de seguridad de un austero sedán había pensado en el prácticamente en cada hora. Sin embargo hasta ese momento, no le había dirigido la palabra. Después alcancaría todavía a imaginar que tal acto había sido reglamentaria cobardía de hermano mayor.
Apenas enunciaba hacia él, la única pérdida relevante en mi vida adulta, que qué chingados tenía que ver él en ese departamento cuando de un cachazo me caí directo a la alfombra. Todavía me di el lujo de sentir asco de haber caído en tal hervidero de pelusa y colillas. Me patearon la espalda hasta que sentí como los músculos se desprendían de mis costillas. En simultáneo con un objeto metálico me agarraron a puñetazos en la cara. No siento que en ningún momento hice el intento por defenderme, ni siquiera por 'hacerme bolita'. Tuvo que ver con esto el pánico medular a la muerte y el miedo a permanecer más de un segundo vivo en ese nido de ratas. Aún así, escuchaba clarito en las mentadas de madre hacía mí que hablaban del Chicken, recién muerto hace unos días cuando estrenaba su camioneta Voyager. Entonces sí, morí porque ahí me iban a dejar muerto los tres o cuatro que me taladraban a golpes; pero yo me-morí por ser el infame que sin saber quien era su hermano, prefirió pensar que era alguien menos que él, un justo muerto.

martes, 18 de julio de 2017

Buccellato


Tenía las manos cruzadas y las recargaba sobre su cuello descubierto. El gesto parecía un moño, etiquetándola así como regalo (o postre al menos). Llevaba una escotada blusa roja que dejaba ver su piel rociada de pecas del pecho y la espalda hasta la frente.
"Qué gran aventura. Me encantaría algún día poder hacer un viaje así."
Asentí brevemente, queriendo que el gesto de humildad hiciera efervescer el ordinario carisma que poseo. Comí otro bocado de risotto y todavía con el 10% restante en la boca, sentencié: "Es una conexión especial la que siento por la India."
Se recargó en la silla. Una mujer puede o no sentirse atraída por un hombre que hace expediciones al otro lado del planeta para entender su espiritualidad. Sin embargo, no por pertenecer a la segunda tener derecho a mostrar apatía a una persona así, 'tan interesante'.
Con cierta tensión en los labios, empujando un gesto de satisfacción hacia su misterioso interior, dijo: "Ya voy viendo, eres un hombre muy interesante."
Por un segundo nadie, ni el mesero, ni los otros comensales, ni el relamido gelente, osó moverse. Supongo que algún acto inocuo inventó el piloto automático de mi cuerpo para no parecer un idiota, sin embargo yo me fui de ahí. Me largué por mucho, mucho tiempo.
Mi primera reacción albergó una incongruencia muy bien formada, casi perfecta. Por un lado el confort de tener enfrente a alguien que uno pueda leer tan precisamente como para paladear sus respuestas antes de que sean dichas, ese tipo de tácito poder le sabe bien a cualquiera. No hay que ser un cínico cuarentón en un juego de apariencias sentado en la terraza de un costoso 'ristorante fiorentino' para degustar tal menjurge en la glándula subrepticia del ego. Hasta un niño aprovechándose de su hermano menor conoce las mieles de anteponerse al enemigo. No obstante, al mismo tiempo, también señaló 'ya voy viendo'; como si yo, 'el tipo interesante', fuera más bien un modelo genérico, replicable, hasta fayuquero.
Si bien entiendo el juego de una primera cita, no soy un psicópata que malabara su personalidad y sus acciones para saciar su sed de caprichos. Por supuesto que ¿no?
Queriendo sellar esa pequeña grieta sólo logré taladrar mi identidad de punta a punta de mi cerebro.
Yo estaba ahí porque ella me había invitado a cenar, la situación no era producto de mi egoísmo.
Yo había mencionado el viaje por una pregunta sobre mi quehacer el último mes. Yo no había sacado el tema para impresionar a alguien con quien, en efecto, tenía la intención de pasar la noche.
Yo no había, bajo ningún esquema, pagado un viaje tan largo y tan costoso, como para tener anécdotas a la mano con las cuales seducir a otras personas. Es más, tan ingenuo y sincero había sido tal experiencia que el motor inicial era mi infantil gusto por los elefantes.
Por una décima de segundo mis ojos enfocan la realidad y veo que la funda de su teléfono tiene un dije con un minúsculo elefante dorado. Antes de si quiera concluir que me parecía de mal gusto poner el celular en la mesa, así como enfundar cualquier aparato y más si es a través de bisutería que pretende vender ternura y elegancia en simultáneo, antes de todo eso ya estaba fuera de ahí otra vez.
Mi viaje a la provincia de Karnataka en efecto había sido de una ilusión por ver elefantes en su habitat natural. Me parecen animales majestuosos que no sólo derrochan un poderío físico sino que su mirada posee una sabiduría ilimitada. De niño, en algún circo malparido tuve la fortuna no sólo de ver sino de ser visto por un elefante. Todo lo que no se dijo durante ese par de segundos marcó mi infancia profundamente. El miedo que sentía sólo por estar ante algo tan grande se silenció de inmediato.
Mi vida no ha sucedido cerca de animales salvajes, sin embargo les tengo un gran aprecio. Así que después de ahorrar por un par de años fui este marzo a verlos más de cerca. Acampé en las colinas de un cerro, a las afueras de un poblado que ha sido una mina inagotable de mahouts, humanos que hablan el idioma paquidermo.
En lugares así, soñar es un desperdicio. Así que a media noche salí de mi tienda. Las chicharras generaban una pared invisible que no permitía a la mente distraerse con algo que no estuviera sucediendo en ese momento. Viví, prácticamente por primera vez en mi vida, cada segundo por su valor bruto. Respiraba por la piel y escuchaba con las manos.
A mi lado pasó un elefante. Su andar era constante, parecía que más que dar pasos avanzan como una consecuencia de ir amacizando el continente. Con el mero filo de una de sus uñas hizo trizas mi cámara. Al momento era imposible pensar en algo más que sólo apreciarlo. Después, por un largo rato, ni si quiera sabía qué sentir. Predominaba una sensación de gratitud, aunque no logré saber si era sólo por presenciarlo o más bien por no haber sido aplastado por la bestia. Sin embargo, esa mágica felicidad se extinguió cuando lo vi atacar primero a un joven local que dormía en un escampado a causa de un rito de iniciación y después al ver que no sólo también violentaba al perro del muchacho sino que cuando éste se encontraba herido en el piso, el elefante sin ninguna necesidad al respecto lo pisoteaba repetidas veces hasta convertirlo en papilla.
A la mañana siguiente me enteré que el rito de la comunidad se basa justo en eso, hay noches que algún elefante se separa de la manada y ataca a muerte a todo humano que encuentre a su paso. La elección del animal marca el destino de los jóvenes que en su cumpleaños veintitrés deben pasar noches enteras dormidos afuera de las puertas de la aldea.
Sin compañero de viaje y sin foto alguna del recorrido, sospeché desde el vuelo de regreso que quizás no compartiría tal tragedia con mis colegas, amigos y familiares. Lo que me sorprende percibir es que no era por no entristecer a gente con tragedias innecesarias. Es un impulso por proteger ideas vanas que tengo sobre mí y sobre los elefantes. No me gustaría ser el objeto de crítica de llevar a cabo un viaje estúpido. No me gustaría que los auto-proclamados sensatos, priorizadores del humano en toda su existencia, me sermonearan con sus (veraces parece ser) sandeces. No me gustaría que el inocuo elefante, mi animal favorito, dejara de aparecer en caricaturas y fábulas como un animal venerable.
Volando, a doce mil metros de separación del resto de la humanidad y la elefantiza, es gratuito pensar. Sin embargo mi regreso ha estado marcado por pláticas donde termino por recomendar a la gente realizar un viaje en el que ponen en peligro sus vidas (y por ridículo que suena, no deja de comprometerse también la concepción mundial de un animal icónico y casi siempre noble).
Todo este torrente mental sucede porque precisamente estoy por dejar que una mujer que podría llegar a ser mi pareja, se quede con una idea errónea de mi viaje, del elefante y de mí.
Regreso a la cena, apenas acaba de dejar de decir '...interesante' y regresa a probar su risotto.
"Qué va, soy normal."


miércoles, 12 de julio de 2017

¿y entonces, quién tendría la razón?


Cada mañana, al fondo del pasillo, hay una bestia dormida. Los párpados estériles hablan de un silencio craneal absoluto. No exagero los cuidados, pero siempre guardo las llaves en el bolsillo antes de salir de la habitación.
Por cortesía.
Por respeto.
Por miedo a no saber si al despertar lo que tendrá es hambre, calor o culpa de haber sobre dormido.
No he hecho caso a los alarmistas.
Ni a los preocupones.
Ni a mi madre.
Para mí nada significan los dardos, las pastillas, las bardas y los modernísimos detectores de movimiento. Hay que saber llevarse. Hay que saber perder. Hay que saber ser lo que uno tiene y no pretender. Por eso, aún sin tener claro a qué hora o por qué ventana entra, la dejo dormir sobre el mosaico azulino.
Y por ello me aplauden.
Me miran distinto.
Me admiran sin jamás haberlo dicho.
No es que me disguste el efecto de mis decisiones. Tampoco es que no me haya aprovechado de tales circunstancias. Sin embargo, en el insignificante pellejo que recubre la garganta, me genera un tenue sarpullido.
Porque ese no era el objetivo.
No había objeto.
Ni al principio.
Ni al término de algo que jamás será concluido.
Dejé a la bestia suspirar su descanso por la misma razón por la que no interrumpió mi insomnio, que en pasajes irreales me lleva a deambular divertido. Los verdaderos animales reaccionan, sin eludir a un desenlace indirecto. Hay que hacer y hacerse, entre los hechos y los deshechos. Hay que acomodarse para no estorbar y envenenarse cuando es devido.
Sin abrir los ojos me mira.
Me tantea.
Me gobierna.
Siempre sabemos cuando hay alguien más en casa. Aunque lo neguemos tenemos muy claro quien comparte la calma de no sentirse calificado por ese mundo fortuito.
Hay los invitados.
Y los colados.
Y hay quien sabe que la puerta emparejada es un ruego a ser invadido.
Ahora todos se encandilan con mi rutina. Hasta imaginan su quehacer en un caso parecido. La idea de hacer algo así los abraza mientras se lavan los dientes. Sienten el logro que ellos alcanzan a través del mutuo descuido que nos tenemos la fiera y yo. Pero no entienden que esto nunca acaba.
Cada mañana podría ser sólo el principio.
No hay garantías ni ganancias. Basta de una pichicata mañana para que amanezca de funeral una cabecera del pasillo.

martes, 11 de julio de 2017

imposible hucha una


Son una comunidad de bichitos verdes que se ven y se saludan. No siempre están de acuerdo pero invariablemente en la misma dirección. No sonríen pero sí actúan. No duermen pero sí flotan. Sí se pegan pero no lo disfrutan.
Ahí quisiera haber nacido yo, para no añorar tanto a los bichitos verdes que nadie sabe si por pertenecer o por no saber pensar pero a cada rato se detienen, se miran y se degustan.

viernes, 7 de julio de 2017

poder sin podio


Hay que aprender a saber odiarse, un poquito, todas las mañanas antes de bañarse, luego frente al espejo y en ese paréntesis azul que ni es día ni es noche. Odiarse un poco es quererse por las razones correctas. No desperdicie su odio en los demás, dedíqueselo con mesura. Diluya su ego. Fíjese en lo mal que se ve. Hable mal de sí mismo, a solas, en voz alta y con poca ropa. Inhale humo y escupa espuma. Husmee sus pestilencias y reconózcalas en basureros por su barrio. Desconfíe de su autoestima, siempre hambrienta de apapachos. Ódiese en mayúsculas, a oscuras, en llagas por descubrir y en la cara de sus personas más queridas. Ódiese mal, pero sobre todo ódiese bien.

possibility, probability & pluck


If i die tonight
and i may
and i might
let it not be
without a
venturesome fight.

jueves, 6 de julio de 2017

sickly song


You now know I would never do anything to hurt you.
But watch your step when I'm in the middle of hurting myself.

miércoles, 5 de julio de 2017

bregar


De absolutamente todo existe una versión chafa; incluido lo chafa.
Sin embargo, lo chafa que es chafa es auténtico.
Si uno no puede apelar a no ser chafa, al menos debería lograr ser verdadero.