martes, 27 de enero de 2015

13


bilo nam je bolje kad je bilo gore

domingo, 25 de enero de 2015

tu minino


Con redes invisibles que te atrapan en un enjambre de ceros, unos y tiempos de espera; ahí vas.
Se erradicó finalmente el silencio, los beats, los motores, las alarmas y ese leeento y aleeeetargado zumbido de aspas gigantescas que va atornillándote a ese futuro de contentillo. Ya no existe la impotencia, ahora con metal se te quita la paciencia -gota a gota, desde la probeta-. Eres adaptable a a este aguacero de imágenes más nítidas que tus ojos y menos miopes que tu memoria. Tu prisa por el tiempo libre empuja a que los bichos, y sus rivales los aparatos, vivan menos; cuando los afortunados (tú y yo -si me conocieras-) ahora duramos más. El láser te arranca tus congenialidades antiestéticas pero es el único que no olvida quien eres, las puertas del edén ya tienen escáner de retina. El láser te borra tus decisiones de la piel pero no las ganas de cagar.
Eres tecnohumano con tropezones de escatología terrenal.

sábado, 24 de enero de 2015

oge'le


¿Y qué si nos morimos?
Al fin que aún no vivimos.
(Desde muy lejos te confieso)

lunes, 12 de enero de 2015

Revés 3.1 (gotas y astillas transparentes)


De toda la isla, el lugar más importante aquel día era el salón de baile del club de banqueros. El tirano y varios de sus ministros estaban presentes: sus hijas envueltas en togas y coronadas con birretes negros se abrazaban una y otra vez, incrédulas ante su emoción de haber terminado la prepa. Mi hermano miraba hacia el salón satisfecho. Sostenía su aguardiente con un orgullo estóico. Me ignoró toda la noche, ya bastante había hecho trayendo a su mesa a un antiguo disidente. Para evitar cualquier humillación o coraje gratuito, me enquisté detrás de la botella como un fósil de mar y fui transcribiendo mis frustraciones en líquido. Claro que había oído los rumores, pero si el dictador mismo y su séquito de guardaespaldas se presentan al festejo, uno jamás iba a sospechar que tal cosa era cierta. Cuando se sacudió la alfombra yo supuse que era mi borrachera. Con el equilibrio en un estado de codificación nazi, después del tropezón me dejé ir, pero ya nunca caí; no al suelo. La suerte me colocó en el pasillo en el momento del giro. Siendo un salón de triple altura, el impacto fue doloroso para todos y fatal para varios. Después vino la lluvia de botellas y vajillas, rematada por las mesas: un chiquero. Después de la caída, la adrenalina se encargó de revisar que no acabara aplastado por los tablones o las sillas. Sin embargo cuando terminó el diluvio de cristal caí inconsciente. Tiempo después, no sé cuanto, me desperté entre cuerpos de jóvenes y uniformados rociados en astillas y sangre.
Dios no está en el suelo, no importa cuál sea arriba y cuál sea abajo. ¿Cómo rogarle al piso que la oportunidad era de alguien más y que me dejara morir? El mismo firmamento que me rescató de la muerte y la demencia todos esos años en prisión ahora me se escondía de mí. Incapaz de moverme con dos lumbares dislocadas y el hombro deshecho, ansié al cielo más que nunca, para darme alguna respuesta o recibirme con su infinidad descubierta.

jueves, 8 de enero de 2015

Revés 2.1


Trabajo el mecate desde los catorce, cuando mi padre murió. Tengo treinta y nueve, no son tantos, pero sí los suficientes. Tengo una esposa y dos hijas, una de siete y otra de cinco: Tatiana y Alejandra. Lo oí por la radio y supe que era verdad. Subí a la casa a contarle a Alejandra, mi esposa. A Muy Muy todo llega tarde, así que temíamos que no habría tiempo suficiente para dirigirse a la cabecera municipal.
Desconfié de las paredes que ni siquiera las lluvias fuertes aguantaban, así que descargué la camioneta y me puse a clavar estacas contra el piso. Lo más pesado lo terminé anclando a las raíces de las higueras más viejas. Las niñas estaban asustadas, pero les expliqué que todo sería un gran columpio para jugar. Conocíamos los nudos correctos por suerte así que mi mujer se encargó de las niñas y de un par de maletas donde guardó nuestras posesiones más costosas. Somos gente de campo, no tenemos mucho, pero si el locutor tenía razón y Nicaragua sobreviviría este mal necesitaríamos algo qué intercambiar por comida.
De camino al establo sentí mis pies ligeros, se venía la voltereta. Tuve que regresar y asegurarme a mi mismo. Según el radio tomaría más tiempo, pero todo mi cuerpo me indicaba lo opuesto. Corrí al establo. Amarré a Hugo, primero una doble vuelta debajo del estómago y luego otra doble por las axilas. Las clavé con prisa, por estar pensando en el siguiente amarre desatendí las estacas. Hice otro amarre en el cuello y luego una última pasada por en medio de las patas para darle estabilidad. El crin se empezó a elevar. Clavé con furia las últimas estacas, el último mazazo ya no llegó y el marro salió volando, hacia la nada. Lo dejé de ver en segundos y supe que hacia allá íba toda un mundo, un universo de historias que se extinguirían, como cartas embotelladas que se sumergen en el mar. Mi cuerda, anclada a un par de metros de mi familia penduló hacia ellas. Intenté esquivar el choque para no forzar la riata pero al no poder nos amontonamos en un gran abrazo, no sé si el mejor pero sí el más importante que hemos tenido como familia. Parecía que Tati iba a llorar pero su hermana nos ayudó a calmarla. Al final ambas ya disfrutaban desde siempre de colgarse de las ramas y la perspectiva les parecía conocida. En cambio yo, ni en mis peores borracheras me había asomado a esta vista. El pasto se veía tan lejos pero más distante aún eran las nubes, que después de milenios de regalarnos la lluvia, ahora reclamaban absolutamente todo lo que crecía y existía en la tierra. Pensé en Managua e imaginé que sería mucho peor, aquí todo lo verde se aferraba al techo, pero el concreto no sé si tendría tanta suerte. Sin embargo el relinchido sofocado de Hugo me sacó un escalofrío que me devolvió con desprecio al presente. El techo del establo ya se había ido, las paredes aún aguantaban. De ahí se asomaba mi caballo, pero mi desafortunado amarre había dejado que las estacas que sostenían el cuerpo se vencieran y ahora el miserable se sacudía para no morir ahorcado. Las niñas lloraron al instante, la tortura era tal que trabajaba como imán a nuestra supervivencia. Lentamente, con mucha dificultad, me balancé; lejos de ellas y pretendiendo llegar a Hugo, que cada vez tenía menos fuerza.
Para cuando logré alcanzar la cuerda se sentía demasiado tarde. Saqué de mi cincho el machete y voltée hacia lo que antes era arriba y ahora se sentía tan abajo. Nos vimos por menos de un segundo a los ojos. Seguía vivo. A la fecha no sé si es mejor morir sin aire en esta tierra o desvanecerse en la nada pudiendo respirar. Unos dicen que al final también murió de asfixia. En aquel momento decidí que era mejor liberarlo y así lo hice.
Más rápido que el marro, Hugo se convirtió en un punto sobre una inmensidad blanca y neblinosa. Yo me quedé suspendido, tomado de la cuerda que pretendía salvarle la vida y lo acabó matando. Me tomó mucho tiempo soltarme y regresar a aquel abrazo.

miércoles, 7 de enero de 2015

tweedy


I fit all work sou t well, by the endo fy o url if e, you w ill h ave be co mean inde lible s hit sta in.

martes, 6 de enero de 2015

The Age of majority


Imagine living with a proximity mine inside your head.
What if you never got too close?

Revés 1.1


Al principio, cuando sucedió lo primero que desée es que después todo regresara a ser igual, normal. Sin embargo todos sabíamos, y de ahí el miedo, que ya nada sería lo mismo aunque todo regresara a su lugar. Pensé en los animales, no sé por qué. Me dolió saber que morirían, aún cuando mi imaginación no supiera explicarme el cómo. Supongo que lo llevé a tal lugar porque la muerte física sería sólo una parte del dolor, el resto sería una profunda frustración por no entender los hechos. ¿A partir de qué altura deja uno de respirar? ¿A qué velocidad hay que caer para alcanzar a ver la tierra como un planeta antes de morir? ¿Serían las nubes una ayuda para jalar aire o para cuando uno llegara a ellas el desplome absoluto se las habría acabado? Mi mamá, en su mirar, me pedía perdón, cómo si algo de esto tuviera que ver con ella o sus decisiones como madre. Quise brincar en el momento donde supe que nada volvería a ser igual. Me importó poco sobrevivir con ellos, mi familia, si ahora toda mi vida se iba a tratar de recordar el antes o el ·derecho·. Solté el candelabro y me acerqué a la ventana. Mi mamá gimoteó algo a mis espaldas. Los escombros seguían cayendo, aunque las grandes estructuras que sí se desprendieron ya no estaban ahí. Con el pie empujé un pequeño candado de oro -un arreglo en la intocable vitrina de mi madre- al vacío. Mis piernas se congelaron. Mi pecho, confundido y desgarrado, se deslavó en vértigo pero mi brazo frenó el sentimiento cuando me recargue en la pared. Las paredes seguían siendo paredes, al menos no todo era incoherente en este nuevo orden. ¿Qué importaba el orden? Antes estábamos ¿derechos? ¿en nuestro lugar? Tal vez nuestro lugar era una mentira. No me gustaba la nueva verdad, que tampoco estaba segura de que fuera otra falacia; pero percibí la sensación en mi cabeza, en mis hombros, en mis pezones, en mi ombligo, en mis rodillas, en mis pies. Todo seguía ahí, fiel a su estructura, a mi estructura. Di un paso hacia atrás.

No sé cuanto tiempo pasó pero logré sentarme. Me arruyó un nuevo sonido.
El caer de un objeto se significaba antes en la culminación del acto. Cuando algo se desplomaba la gente se aferraba a su estático aliento y resoplaba sólo una vez que la caída hubiera aterrizado, concluido, llegado a su destino. Ahora las caídas significaban, sonaban, existían, sólo en ese filamento de instante que era su despegue, su arranque. El resto era un silencio azulado que invitaba al sueño.

Dormida, en la oscuridad, me despertó el estruendo del pasado que había dejado ir horas antes...

lunes, 5 de enero de 2015

la menopausia nacional


¿Qué era lo más sensato que podía pensar?
¿Qué era lo más solidario que podía enunciar?
¿Qué era lo único verdaderamente honesto que podía sentir?
Nada.

Un turista de la revolución: un retratista del dolor ajeno.
¿Cómo hacerlo mío?

Quizás el país no era mío: o más bien yo no era del país.

Seguí caminando, sin respuestas; que tampoco ahora tengo.

Pero sigo marchando: a lado de los que si saben con qué sentir, con qué pensar, con qué actuar. Un turista con compañeros de viaje dignos.

Sigo explorando mi país.
Sigo creyendo que viene el cambio.
El suyo.
El nuestro.
Confío que también el que es sólo mío.

Nadie te exige sentir; tan solo comprender: la menopausia nacional.