lunes, 31 de agosto de 2015

Revés 7.1


Se venía el carnaval en dos días. Empezamos desde la noche interior a inflar los globos con doble carga de helio para que aguantaran todo el desfile. La prisa de este año nos había obligado a contratar a un grupo extra de obreros. Éramos veintitrés personas inflando globos a un ritmo de un globo por minuto y con descansos de media hora cada seis. Los agrupábamos por formas y colores en el almacén. Los organizadores vendrían a recogerlos la mañana del carnaval y encargarse de darles formas de animales, personajes famosos y criaturas fantasiosas.
Sin embargo, esa mañana, lejos del caótico e informado centro de la ciudad, empezamos a sentirnos ligeros. Después de un par de comentarios y bromas al respecto, vino la preocupación. No eran náuseas, sin embargo el estómago era lo que más se violentaba con esta sensación. Cuando mis pies se despegaron del piso quise echarle la culpa al helio, pero de inmediato salimos como misiles nosotros y los tanques de gas. Un par perforaron el techo laminado, sin embargo los globos fueron amontonándose y se cortó el paso. La caída dejó inconsciente a unos cuantos; sólo Goro perdió la vida -aterrizó por debajo de la reserva de los tanques y murió al instante-. Yo perdí un par de dedos al aferrarme a una viga y recibir el impacto de tonel.
Los globos llegaron después que nosotros. No se al resto pero a mí me tomó mucho tiempo entender lo que pasaba. Era incomprensible el encontrarme envuelto de tanto color, dentro de una ingrávida alberca de pelotas en la que yo, quizás muerto, me arrastraba entre lo flotante.
Estoy seguro que cada quien debe tener momentos únicos con esta maldición que nos tocó vivir a todos (de ahí que nos hayamos vuelto a unir como hermanos quizás), sin embargo a nosotros, el reunirnos con los globos fue algo único. Nos elevamos cual aeronaves pero sin dejar de existir como seres terrestres, pesados, insoportables para todos menos para nosotros mismos.
Volar no significa ser ligero.
Es un juego de fuerzas.
Flotar, en cambio, es un juego de gracia.

viernes, 28 de agosto de 2015

¿Cómo qué?


Tu lealtad canina y tu paciencia vegetal eran el bastidor de nuestro retrato perfecto. Iba yo a derramar desde las alturas un tornado de colores y sin querero o preveerlo, me morí. Ahora las batas y pantuflas están siempre huecas. La televisión te genera culpa. Y, sin lógica alguna, las paredes se sienten más duras. Me sueñas. Te ríes en un cielo rosa del cual nos envolvemos para ir de picnic. Mientras, afuera, en el mundo de los segundos y los comerciales, un translúcido riachuelo de alegría caduca te resbala de las mejillas. Abres los ojos todavía de noche. Sigo muerto. Sigues viva. Sigue el cuadro colgado frente a la cama: incompleto pero aferrado a la pared. Pareciera que antes te irás tú que aquel mísero rectángulo de tela y madera. Pareciera que aún inacabados, vale más la pena aferrarse por paredes y suelos que permanecer envueltos.
Nos lo dijo desde el primer día aquella gorda partera en ese pasillo de luz triste y amarillenta: no es el qué es el cómo.
¿Cómo qué?

jueves, 27 de agosto de 2015

pésaj


bas sobre el camellón y aún así moriste atropellado. No hubo flechas, cielo, mar o últimas palabras para dignificar tu salida. Sin embargo tu insignificante defunción simboliza una libertad que siempre está a la mano, que no necesita pompa ni simbolismos, tan sólo una cómoda y efímera (in)acción.

miércoles, 26 de agosto de 2015

I.B.A.


Me marcó Iván después de dos años. No tuve mucho tiempo para reclamarle. Se escuchaba lleno de energía y ávido de vernos. Yo apenas pude hablar. Se enfocó en confirmar que siguieramos viviendo a las afueras para visitarnos en un par de días. Después de unos minutos, se despidió diciéndome lo mucho que me amaba, a Laura, a los niños; y lo agradecido que estaba por todo lo que le habíamos dado en el pasado. Al sonar una chicharra tuvo que colgar y lo último que escuché fue 'ya nos vemos hermanito'.
Colgué. Después de dos años desaparecido me pareció improbable que Iván sonara tan alegre. Las últimas veces que vino a casa llegaba ebrio, deprimido o en plan violento. El Iván que yo escuché en esa llamada no había desaparecido hace dos años; se había diluido hace más de cinco. ¿Quién podía haber hecho una broma así, tan de mal gusto? Se me enchinó la piel de pensar que tal vez había sido una llamada divina, un acto sobrenatural que mi hermano, habiendo muerto, me hubiera contactado para apaciguar mi insomnio.
En cuanto llegó Laura le conté sobre lo sucedido. Mi última opción, el que dicha llamada hubiera sido real, fue la que ella escogió como más cercana, más probable. Después de acostar a los niños nos tomamos una copa de vino y platicamos un largo rato sobre lo lejos que uno puedo acabar de sus seres queridos. Zarpados del mismo puerto, los vendavales y corrientes marítimas nos colocan en mares remotos. Hay un límite para los mapas y para la sangre. Hay formas de perderse en las cuales la ayuda es obsoleta. Supongo que sólo queda seguir nadando mar adentro y encomendarse a la suerte o lo divino para llegar a alguna isla de la cual trazar una ruta nuevamente.
Después subimos al cuarto y abrazado a Laura, por primera vez en mucho tiempo, dormí la noche entera. Al día siguiente era incuestionable que la noticia había aplacado aquella crónica angustia que, rememoré, había comenzado justo con la desaparición de Iván.
Después de tres días de descansar como un recién nacido, una llamada nos despertó el domingo por la mañana. Iván había muerto ahogado después de que el camaronero en el cual viajaba se volteara por la noche. Desconocían las causas del naufragio.
Después del funeral regresó el insomnio. En aquellas largas jornadas frente a la ventana, completamente solo y aislado del mundo al que pertenezco empecé a cuestionarme sobre Iván. ¿Cómo es que había muerto cuando finalmente sonaba de nuevo como aquel joven alegre que fue por tantos años? ¿Qué había pasado en esos dos años con él? Recordé que frené mi búsqueda en esa primera caza por encontrarlo cuando el terapeuta sugirió el suicidio de Iván. Me pareció un lastre buscar a alguien que podría haber sido tan egoísta y a cambio perderme sonrisas importantes de los pequeños.
Los detalles de la investigación sobran, todo el asunto policíaco empañó los sentimientos que le daban motor a mi búsqueda. Todos los caminos además, cubrían un lapso de dos meses y terminaban en el bosque de Kai. Parece ser que Iván hablaba mucho de su temporada en el pequeño bosque que peina al cerro del mismo nombre. Estaba por dejar morir todo el asunto pero Laura me obligó a seguir después de encontrarme reposando al final de las escaleras a medianoche. Tenía razón. Mi insomnio no se iría jamás si no encontraba aquel lugar en el que se escondió mi hermano por tanto tiempo.
Me tomé una semana para ir a acampar. Después de dos noches en las que el miedo a ser atacado por algún animal no me dejó dormir, el tercer día logré conciliar el sueño cerca de un débil riachuelo que cruza el monte. Ahí fui levantado por un viejo calvo de bigote blanco. Era un hombre sumamente frágil en sus movimientos, pero jamás había visto una mirada tan dominante. Me enderecé nervioso. Nos intentamos presentar pero la barrera del idioma era infranqueable. Sin embargo, alcancé a distinguir que dijo: Iván. Asentí con fuerza. Le dí la mano. Después de un largo rato logré hacerle saber mi nombre y mi parentesco con Iván; algo que él seguro tuvo claro desde el primer instante y por eso mismo acudió a despertarme con el nombre de mi hermano. Según entendí, su nombre era Xu. Me llevó a su humilde cabaña. Ahí pasamos el resto de la tarde y la noche en silencio. Con un té en la mano me asomé al bosque. Sentí que Iván había pasado aquí una larga temporada. Al día siguiente, el hombrecito me llevó a trabajar la tierra. Yo le preguntaba cosas de Iván pero el cada vez hablaba menos. Trabajé varias horas con él a mi lado. Después de un rato, me frené fatigado. Xu seguía clavando sus manos en la tierra con la misma fuerza con la que había empezado. Avergonzado, regresé a mi labor y no paré hasta que Xu, con un leve golpe en el hombre, me dio la señal de seguirlo al río. Arrivamos al mismo punto donde me había encontrado un día antes. Ahí se sentó Xu a ver el atardecer. A lo lejos, se alcanzaba a ver el puerto del cual Iván se comunicó conmigo por última vez.
Repetimos exactamente las mismas actividades. Mi intención por interrogarlo se fue disipando. Después de aquel segundo atardecer a su lado comprendí que tal vez Iván había encontrado como ocuparse por un rato con la compañía del maduro campesino. Le mostré una foto de Laura y los niños y señalé hacia el mar. Xu casi sonrió por primera vez. Me tomó de la mano y me llevó a su cabaña. Con sus tiernas y temblorosas manos me quitó la fotografía y caminó a una repisa vacía. De ahí tomó una carta en un roído papel amarillo y en su lugar puso la foto.
Con su pesada mirada me vio a los ojos por un largo instante y luego me entregó el papel. Confundido, lo desdoblé.
Era la carta suicida de Iván, fechada a dos años antes de su llamada. Mi hermano no se había ocupado en el bosque Kai con la compañía de Xu. Mi hermano, al que fui incapaz de ayudar en tantas ocasiones, había sido rescatado por esta bestia marina encarnada en un decrépito cuerpo, que lo llevó a esa isla en la que mi hermano recuperó su horizonte.
No creo que ambos hayan hablado mucho más de lo que yo lo he hecho con Xu. Ni siquiera sospecho que el viejo sepa que ésta es la carta que mi hermano escribió para despedirse de mí, de mi madre, de los niños. Las palabras que les dedica a mis hijos serán su brújula en cuanto sepan entenderlas. Yo habré de dormir todas y cada una de mis noches abrazando a mi mujer y soñando con ese mar que a todos nos une.
Cuando finalmente alcé la cara, Xu estaba calentando su oxidada tetera. Con la misma entrega y distancia con la que uno deja alejarse desde su barco a una ballena, me encaminé hacia la puerta, luego a la pedregosa entrada del bosque, después al puerto, y finalmente a casa.

lunes, 24 de agosto de 2015

el ritmo del triunfo es el bombo de la derrota


El mundial que no ganó Zidane; la que llegó hasta tu casa y no a tu cama; la promoción que sólo te platicaron; la langosta que desde la charola te guiñó su negro ojo y nunca no probaste...
La palabra, el balón, la suerte y el ritmo son infieles compañeros que juegan contigo al mismo tiempo que se dejan querer por ese imán escondido en las sombras, barrancos, callejones y fangosos charcos. Los persigues con esmero. Le sonríes a todo aquel que pasa. Sin embargo tu ambición te empantana y te recuerda que las pocas veces que alzaste la copa, que gritaste de alegría, que te supiste la respuesta, fueron milagros concatenados por la frágil divinidad que no siempre te atiende.
Hay que tenerlo presente en el futuro porque los logros del pasado no son fenómenos repetitivos. Son estrellas fugaces, y tu cabeza dispersa ha de voltear un segundo tarde muchas veces (o chocar otras tantas contra el enemigo) antes de volver a distinguir la fortuna.

viernes, 21 de agosto de 2015

Necesidades Veneridades


de mi cerebro sinespacios y mis ideas líquidas y perversas; de mi nervio óptico que espera entre espasmos; de mi mandíbula zafada, trabada, cotorra; de mi sien flor de caña; de mis nudos de ilusión, soberbia y miedo; de la prisa que me espera cuando acumulo paciencia; tú eres mi coma predilecta.

jueves, 20 de agosto de 2015

left and right and wrong song (asperger sonata)


You are cornered
Flightless on a floating planet
Where coincidences don't exist
It's evolution
Feels like persecution
Breath in
Are you within?
Or left without?
You are cornered
Drowning in a pool with no water
You are saved
From praying in a church with no power
You are butchered
Released from a form with no function
You were
You and me were
Nothing (A. b. N. u. D. t.)
Together

miércoles, 19 de agosto de 2015

Precio & Desprecio


El turbio amor autoprofanado, de una lésbica musa que baila con los hombros y te patea con la mirada, es el diamante de este texto. Es un fetiche que tiene precio, le falta etiqueta y le sobra desdén. Las notas sin letra que me unen a el son lesiones a largo plazo, poco vistosas, poco incitadoras de charlas zonámbulas que poco se recuerdan pero saben a eterno. Yo en aquella sala me hice viejo. Del desenfreno me torné achacoso. Las colillas me han colmando. El insomnio ahora es un fibroso descenso.
Aún así, a ella la quiero aunque jamás lo he dicho; pues no hay porqué. Adorada por una horda de becerros en hoodies y gafas oscuras, siempre me ve de lejos. No le regalo tributo. La comunión de los destilados, ciegos de formación y fatuos de nacimiento, me esquivan sin darse cuenta. Es un slalom de alfombra, reincidente y demasiado lento.
Somos creyentes de catástrofes naturales jamás vividas, por eso presumimos nuestro ingrávido sufrimiento. Nuestros sueños desdentados son la prueba inequívoca de que nacimos siglos tarde, en una inmensa sala de espera; y androides mejor sincronizados con su momento, hacen hambre, se hacen listos y deshacen su caduco reglamento.

martes, 18 de agosto de 2015

Nuestro círculo de confusión


El dejo a ceniza nos alcanzó y nosotros, los mejores amigos de mentiras, nos hundimos en el cenicero. Cuando es de vida o muerte todavía nos vemos; pero a deshoras-y-porque-sí ya no es pretexto suficiente. Todavía quedan en el cajón los destilados y polvitos con marca de "Reserva", quien sabe si a tiempo nos inventemos algo o si nos ganará el vinagre. La prisa del lunes prendió el despertador del domingo y la sed del sábado se apagó con agua. Ahora que somos pólvora mojada las canciones son para el recuerdo. Ahorita-te-caigo cayó atrás de la cabecera empolvada, esa que alguna vez supimos aprovechar como tablero. De día, de corbata, de rodillas y de salida; ahora somos deésos. Y nosotros, hermanados en alka-seltzers, aventones y amaneceres, ahora vivimos como lo que fuimos por una vez en aquella fiesta: los extraños de siempre mirándose con la incertidumbre de si el otro es tan divertido como te han contado.

Barks and barks


To do what I did (and to find you the way I found you), I had to live in dog years.