lunes, 31 de octubre de 2016

sosiego


Extraño a quien era.
Extraño ser padre cuando fui un hijo,
y tan lejano como fui de quien soy,
creo aún recordarme bien.

A veces quiero hablarle y vaciarme.
Quiero decirlo y no me atrevo,
-no cuando todavía hay más tiempo-
inentendible a este momento.

Sé que a distancia nos abrazamos.
En el trabajo olvidamos,
Que sabe amargo, quien ahora fuimos.
Es como un péndulo,
del miedo a la incontinencia,
de la asfixia a la natación.

Los días retornan los mismos.
De noche, somos animales primarios.
Aún recuerdo la puerta con seguro,
el sábana húmeda,
el silencio ruidoso,
y esa honda necesidad de ser alguien más.

miércoles, 26 de octubre de 2016

lágrima de limón


Con la misma claridad que ofrecía el crucigrama que llevaba atrapado en la axila, viajaba Mariano Tello. Aferrado a su silla en un vagón retacado de seres en tránsito, pescaba con la vista los huecos que dejaban las otras miradas.
Como para no sentirse comprometido.
Como para que un lado de su cara no se cayera bajo el arropamiento de una ignorancia demasiado intencionada.
Era un ciudadano más. Eran muchos para que un insulto o un descuido de bajo impacto sea procesado por la ley, la comunidad o la ley de la comunidad.
La igualdad de género se convirtió en la inyección letal a la caballerosidad. La democracia se enquistó en los genéticamente indiferentes. El rencor a una agresión ya olvidada torna ese impulso de agresión en algo vago, de poco tino y nula justicia -como si el selvático ojoporojo tuviera todavía un alto grado de vigencia-.
A Mariano se le debía el servicio de un banco del que no era cliente. Aún no le llegaban las disculpas por una sobredosis de tráfico de la cual él formaba parte. Esperaba que la comodidad que le fue usurpada por algún imbécil inconsciente de sus derechos básicos, le fuera regresada con creces por la penuria tolerada.
Viajaba Mariano Tello, con otros mil, abordo de un vagón para cien; en una línea recta, serpiente en rigor mortis, hacia el infierno. Y a todo el mundo le valía verga.

martes, 25 de octubre de 2016

los más noches ésta triste


No vivía yo en México; pero tampoco creo que en aquella época yo viviera en cualquier otro lado. Hay un resplandor que el mundo ignora. Está demasiado concentrado en la hora mágica, en la bruma o en los polos de aura impecable.
Pero sí hay, un momento, de invierno tropical, entre las diez y doce del día, en el que el sol, desde su origen de cosmos suspendido en su penso -del pensare latín- pierde la carrera al asfalto a escaso metro y medio de lograrlo, hay partículas, de todo tipo de orígenes *contaminantes, residuos orgánicos, humo de tabaco, humo de cocinas económicas informales, pelusa intergaláctica y en ocasiones, residuos nigrománticos* que frenan al sol, no lo reflejan, es más un choque y un pequeño rebote, donde la luz pierde fuerza pero de cualquier forma apunta hacia arriba, como un rayo de sol que por vez primera voltea a ver a su padre.
A mi me sonrió aquel brillo. Lo había visto ya en Buenos Aires y lo volvería a ver en Occitania, que no por nada se le conoce como el mediodía francés, pero esa ocasión fue en México. Las cosas pasan por algo. El culto a la madre carnal y al viento, la interminable derrama de sangre que aún no culmina, la intimidad con la muerte, la corrupción patológica que desde la oscuridad danza con los festejos del más chingón, la asociación del líder con la arrogancia, la pinche salsa picante -generosa desde el molcajete hasta la tripa-... todo pasa por algo y a México y a mi nos pasó en un rayo de luz percutado. Después de eso nadie se murió, pero sin llegar a decirlo, los dos ahí nos dejamos algo que quedó mutuamente regalado.

domingo, 23 de octubre de 2016

Bx


El otro viernes, platicaba con un colega que hace mucho tiempo no veía.
Creo que tú y yo somos muy competitivos a veces. - Me dijo.
Tienes razón. Aunque, sinceramente, me parece que tú eres más competitivo que yo. - Le respondí.
Mhm… no sé, yo creo que tú no te das cuenta pero tú eres más competitivo que yo, de verdad.
Silencio.
¿Estamos compitiendo por ver quien es menos competitivo, verdad? - Le pregunté.
Apagó su cigarro mientras sacaba el humo por la nariz sobre una sonrisa hipocritona. Cambió de tema y a los quince ya se había ido.
No creo que nos vayamos a ver pronto.

concentro


No nada más hay que hacer de todo.

o cuarto


Mi vecino es el personaje principal de diferentes comerciales. Ha hecho croquetas, pasta de dientes, autos compactos, autos de lujo, tintes para la barba, mueblerías, comida rápida, slow food, obra pública y lleva haciendo celulares por casi treinta años.
Aquí nadie le pide su autógrafo. No sé si es la costumbre, la prudencia suburbana, que no hace cine o televisión o más bien, que nosotros somos parte de ese mundo comercial.
En su casa también graban a menudo. Tiene un jardín impecable, un garage de granito que a todas horas parece recién estrenado y ventanales que permiten ver el reino del orden -un orden tan clásico, cuadrado, ordenado; que exhala falsedad- en la sala.
Por eso mismo, nosotros, el resto de la cuadra, hemos salido -queriendo o no- en diferentes comerciales. No hay manera ni razón de quejarse o demandar cuando uno está fuera de foco. Simplemente no existe.
Yo he vivido todos mis días, a veces en compañía de otros, a veces a solas. Colectivamente y con gran ayuda de mi esposa, se puede dar fe de mi existencia. Pero no de toda, sólo yo podría afirmar el paso de cada uno de los instantes que han transcurrido en mi y ante mis ojos pero, también, cualquier podría decir que miento y hoy más que nunca, la verdad no es un adversario digno de la mentira y la acusación de la misma. La verdad se ha acostumbrado a perder y la duda, una fiera y monarca actual; hace un par de milenios era menos que el polvo.
Lo que habla son los hechos registrados. Mi vecino es un ser registrado por la venta de los productos que el anuncia. Él existe en este mundo mío que para el universo allá afuera, donde el también despunta, es tan sólo utilería, cartón y el fondo natural para un precio animado en dos o tres dé.
Mi mujer no se queja, poco le importa que seamos el tercer o cuarto plano de la publicidad efímera de un canal de paga. Hay noches que hasta esa misma actitud me vuelve sospechosista. ¿Cómo es que no le ofende el no ser el personaje principal de algo más allá que no seamos nosotros mismos? La línea entre la cómoda sabiduría y el conformismo posmoderno no es más que una hilacha peligrosamente cerca a la flama de un zippo recién cargado de gasolina.
Hay gente que nació corista. Muchos otros murieron en calidad de sub-comandantes. En cada país, en cada plano de realidad, hay incontables copilotos, garroteros y asistentes. Inclusive hay quien en su relación amorosa más relevante, no es más que el amante. Hay quienes observan la realidad todo el día e ignoran los espejos, no tanto por una admirable falta de vanidad, sino por un inconsciente permiso a sus reflejos de no ser constantes.
A mi no me presiona el ser ese ser. A mi lo que me asfixia es saberme el vecino de un portal a un mundo real e interesante. Soy un accesorio a la ficción. Soy un extra no remunerado. Vivo atrapado en la aburrida imaginación de un submundo de comodinos que, sin saberse irrelevantes, son mi única salvación.

lunes, 17 de octubre de 2016

Rey negro: g6


"Hay que saber verse mal, saber decir las incorrectas palabras y hay que querer estar en el error."
Así dijo mi abuelo a un micrófono apagado el día de su retiro tras 53 años en un empleo que jamás disfrutó y del cual la gente a la fecha escribe libros sobre su constancia, su desempeño y su capacidad de innovar en una industria como la del papel de baño. Nadie lo escuchó excepto yo; y sospecho que esa era su intención.

miércoles, 12 de octubre de 2016

tornillos barridos


Conocí a un padre de familia que perdió a su hijo mayor por una frontera. Cuando se despertó una mañana, el joven ya se había ido. Se fue de mojado a California. Logró no morir en el intento de encontrarlo. Llegó a California pero no tuvo suerte, tampoco en Nevada. Ya estaba en Arizona cuando le informaron que andaba por San Francisco. Al llegar ahí le pasaron el dato que se había ido a Oakland. Durmió en la calle dos días, sin hablar inglés, sin comida, sin su hijo. Cuando finalmente lo encontró, éste lo mandó de vuelta a casa, en el valle de Juárez. Le rogó que volvieran juntos pero su muchacho se negaba. Le preguntó que qué es lo que no le había dado como para que se fugara y el no dijo nada. Silencio de nada escuchó por primera vez este hombre, que ni su niño, ni su país tenían las respuestas que el demandaba.
Llegó con las manos vacías a casa. El mayor, desde la abundancia gabacha, le mandaba ropa de marca a sus hermanos menores. Dos años después, el más chico se le escapaba. Le llamaron un ocho de enero para avisarle que el recién partido había terminado en la cárcel. Después de deportado, todavía se echo siete años más encerrado.
La de en medio se casó mientras y ahora vive en Tampico con su marido y sus dos hijos. El mayor, aún malhora, sigue en los EUA. El chico sale mañana.
+
Conocí a un niño sirio. Lejos de su patria y los fragmentos que sobreviven de su familia. Sueña con el Real Madrid y juega fútbol en un frontón agrietado. Entre sus manos sostiene siempre; su balón, el tazón del desayuno o a los perros callejeros de la cuadra. No disfruta en lo absoluto sentir ese espacio que aún fuera de su cuerpo le pertenece tanto, vacío. Juega con los otros chamacos. Es pulcro pero no demasiado. Tiene una forma especial de siempre agregar 'por favor' al final de sus peticiones y al mismo tiempo, no se preocupa por permanecer peinado; menos cuando hay un balón en juego. Pareciera un niño exageradamente normal, pero una sombra de nerviosismo lo espera detrás del frontón cada tarde.
+
Me encontré un rompecabezas enmarcado en la casa de campo de mis tíos. El vidrio, con algún juego de mis primos seguramente, se había caído. Era una ilustración un tanto mediocre de dos niños campiranos recogiendo agua de un riachuelo. En la cima de un pequeño cerro, se podía apreciar un humilde molino. En la ribera un perro ovejero le ladra a ambos chicos. Más por aburrición que por interés, sobre-analicé el cuadro. Sólo así me di cuenta que en la esquina superior derecha, faltaba una pieza. Me fije en el piso pero no estaba. Alcé la mirada de nuevo al marco. Era claro que la pieza era un pedazo de nube en un extremo y la copa de un pino en el otro. La busqué en los muebles vecinos pero no logré encontrar el fragmento. Luego volví a querer ver el paisaje como un todo pero sobresalía el vacío. Hasta llegué a sentir que aquella pieza era la única importante y que seguro estaba enmarcada en alguna otra habitación de otra casa de otro dueño que no sea nada mío. De pensarlo me cabrée contra ese falso ladrón que se vanagloriaba con tener la porción más importante de un rompecabezas que no era suyo. No podía ser. No podía yo permitir eso. Me fije de nuevo en el cuadro. Seguramente había una pieza que tenía más peso que la nube y el pino. La mayoría eran fracciones muy simplistas o muy abstractas. De pronto saltó a la vista una pieza que contenía la garra del perro y la mano de uno de los niños, sobre un sección agitada del río. Era algo mucho más importante que tener, no sólo individualmente, sino alrededor suyo construido. Habiendo vencido al ratero imaginario, su mala leche se esfumó también. Y me quedé pensando que basta una pieza perdida para dejar incompletos a estos juegos, pero que no por ello se quedan vacíos. Nosotros somos al mismo tiempo, piezas perdidas y rompecabezas -siempre y casi- construidos.

miércoles, 5 de octubre de 2016

cueva


El significado interior
El pasillo, el corredor
Cansado de normalidad
No logras volver

Es sobre ti
y yo soy tú
Somos nosotros seis
Seis, a donde se fue el calor

Soñar es la mitad
de lo que me da y me quita
Esta soledad obligada
Se tornó en deber

Los doctores y lo que dicen
No hay remedio
para el sabor
de esta medicina

Hacia una casa
diseñada para la incompletitud
Sácame de un lugar
que aún no tiene salidas

Hay que no entender
Hay que desentender y ser, ¿para qué?
Para darte cuenta que contigo y para ti,
tu tenías la razón que te quitaron

La fuerza de un caparazón
La tendencia a la invisibilidad corpórea
La aburrición de un niño sin juguetes
privado (de cuchillos y gritos)

Hay que confiar en la coreografía de nuestra maldición,
Hay que sabernos péndulos
Ser un poco más miserables en la gloria
Cadavérica consciencia

Tus pesadillas de arcilla
El manantial de tus sueños
Jodida embriagante desidia
que enloda al anhelo

martes, 4 de octubre de 2016

el diario de todas las noches


Por poder darles un futuro, la madre analfabeta arriesgó su vida y la de ellos a bordo de una balsa. Luego, para darles estructura, lavó vajillas por tres turnos por treinta años, todos los días y todas las noches. Ellos asistieron a una primaria digna, lejos de cualquier referencia a ese indómito pasado. También trabajaron a partir de la adolescencia para pagarse la universidad. Con casi veinte años cumplidos, ya becados, por primera vez con posesión de tiempo libre aprendieron el idioma que su madre no les compartió por falta de tiempo, por un exceso de cautela para su fácil integración y por el amor ingobernable que sentía por ellos a pesar de conocerlos tan poco.
Un domingo, de los primeros que la obligaron a descansar, mientras ella se entretenía con sus descarapelados nudillos por el detergente de décadas, entraron a la casa. Ella, con su tímida sonrisa, les pidió que se sentaran para ella ponerse de pie y en la cocina, algún platillo inventarse. Los dos le pidieron que se sentara expresándose en su lengua a la perfección.
Atrapada, maravillada y con el estómago invadido por una cristalina pompa de fulminante ilusión regresó a la frágil silla de madera.
Por vez primera, platicaron.