martes, 30 de junio de 2015

rosario chimuelo


Sonríe sin dientes. Camina sin corazón. Recuerda sin sueño.
Vuela un tubo de fierro, envuelto en algodón de azúcar.
Nada el cristal en una antigua cama con armazón de acero.
Las llagas negras de un hígado graso celebran el futuro incierto.
De la profunda alcantarilla mejor resguaradada de la ciudad se vierte un cielo moteado que para todos acarrea un secreto sincero.

jueves, 25 de junio de 2015

Sala Cimarrón


Perdido en un bosque, donde los lobos son estampados y los venados tapetes. Los innumerables rincones no importan, todo es rastreable. Lo vivo y lo muerto: nacido con PIN. Ser el protagonista de tu propia persecución es la ensoñación química de una imaginación en ceros y unos. Hay recados trazados en nieve (antes de la tormenta). Las plantas, siempre viéndonos por la ventana. Los miedos, instalados en el calor de la cabaña. En la mesa hay una aplicación para ser aprobado por un crédito de instinto. La lista de espera rebasa el año, dicen los más enterados. La incandescencia ya no dura tanto, el régimen domestico termina por apagar la intención y las sospechas. Tantas presas se han escapado. El hambre ahora anhela al microondas, al enchufe, a la campanita que cada tín ofrece sustento. Enflemado, asustado, confundido, achacoso y encimismado; los ojos miran al techo con estrellas fosforescentes. El musgo en los vértices amenaza con retomar lo arrebatado. Se escucha un río al fondo, su caudal es lento, aplasticado. Lejos de los aviones y los taladros, arrinconado en la frondosa sala, un cervatillo se tropieza con rocas de juguete. En un trivial juego de opiniones reembolsadas, el estúpido animalillo, se consagra.

martes, 23 de junio de 2015

6.1


En el asilo, todos se quedaron afuera, viendo al sol. Una cosa es que la vida se te parta a la mitad. Otra muy distinta es cerrar este plano de existencia volando más rápido de lo que puedes caminar.

En un hospital canadiense, una madre atada al suelo mira a su hijo suspendido, colgando de su ombligo, deseando vivir más de lo que le promete un escandaloso techo.

Aferrado a una cornisa, el policía ve morir a cuatro perros ahorcados con sus cadenas. A lo lejos se ve el jardín central siendo perforado por la estrella traicionera. Los canes dejan de pelear, expiran sobre un telón naranja.

En la cúpula de San Antonio, el clérigo intenta liberar a un joven monaguillo que ha sido atrapado por un retablo del siglo XVI. El joven muere lejos de cualquier ventana, admirando al piso.

Un jilgero, aferrado a un pálido roble, llora la muerte de sus crías.

En prisión, donde más han sobrevivido el giro, el caos gobierna. Todos sacuden con furia sus celdas mientras miran por la ventana a otros reos huir al cielo.

jueves, 18 de junio de 2015

El Paraíso Incorrecto


Eran dos almas halladas entre sí mismas a través de su perdición. Por las noches ejecutaban toda la felicidad que durante el día era absoluta miseria. Los adictos parecen tener menos soberanía de sí mismos, y sin embargo, al mismo tiempo aman, con menos músculo, más que los saludables, esos que viven por arriba de todo y todos. Se odiaban a ratos también, eso es dolorosamente verdadero. Tendrían relativamente poco de haberse encontrado, unos dos años a lo mucho. Eran jóvenes magnéticos, imantados entre sí y para el mundo por la droga. No era una sustancia la que los iba corroiendo por dentro, eran todas. Ellos se encargaban de convertir cualquier fruto en un infeccioso vicio que los matase un poco más. Y eran únicos. No por matarse juntos todos los días con apatía y con enjundia cada noche, que ya es mucha cosa, sino porque en verdad lo eran. Eran un coctel de achacosa palidez e inocencia vertido en sus miradas ausentes. Generaban ternura, repugnancia e indiferencia a los de arriba.
No importaba que todos estuvieran en el subsuelo, aún las castas se adivinan a sí mismas fácilmente. Uno sólo reconoce la disparidad en el otro, y luego introverte la sensación con un par de pasos a la derecha diciéndose: "yo no soy así". Y en este planeta nuevo de las invertidas osmosis sociales, uno se aleja. Se extraña.
Al fondo, las luces parecen galopar hacia uno con cierto romance. Luego, el golpazo de aire caliente y el ruido del vagón apareciéndose en las caras de todo le quitan toda magia al fenómeno y, como zombies asalariados, todos entran al metro.
Ya es de noche, y como girasoles, todos empiezan a cerrar la cortina. Se empollan entre sus propios hombros hasta la mañana siguiente. Los más necios todavía cargan un libro frente a sus caras. Otros, groguis audifonados, se encapsulan ante el miedo de ser arrastrados a una peligrosa charla. Es tal el sopor noctámbulo que ni ganas de robar dan. Es ganado amodorrado con sed de anticlímax.
Suena la chicharra y las puertas reviven. Su corte de guillotina vertical es demasiado lento para ellos dos, que se azotan contra la puerta del otro lado para acabar con su correteo. Lejos del frío callejero, ahora viajan sobre el gusano metálico sin otro destino que el mismo viaje en metro por $5 las idas y vueltas moebiusanas que uno desee.
Resaltarían a cualquier hora, pero vienen en plan drogado y ruidoso por lo que no sólo ven y son vistos, sino que deboran la atención, las ganas, el tiempo que los demás, sin poner resistencia, conceden.
Ella baila una coreografía torpe y alucinante. Los espasmos de la culebra del subsuelo y su mermado equilibrio son la mitad del movimiento. Lo demás, son sus brazos que con cadencia, se recojen y desacomodan el fleco al compás enamorándolo más él, hipnotizando a la congregación turista.
El, quizás mas puesto en narcóticos, quizás más viejo en cuerpo y herencia, se mal sienta en el filo de una banca. Se aferra al metal para no irse de boca al suelo. La mira fijamente. Debajo del lacio fleco que constantemente la hace de máscara, la sonrisa siempre se asoma. El sonríe también. Sus sudorosas mejillas se hinchan de nuevo.
Sin embargo, su gesto esconde un horrendo secreto. Se está muriendo esta noche y sólo el lo sabe. A pesar de no tener una clara percepción de la realidad, lo que siente viene de muy adentro. Por eso era su prisa por llegar, seguir de pie era sólo acelerar el proceso. Ciertas instancias de su cuerpo ya han implotado.
Ella baila sobre la arena. Es de noche, sin embargo, el telón azulado denota que es más tarde aquí. El baja la mano un segundo, toca la suave arena y se lleva un dedo empanizado a la boca. Alcanza a morder la arena, a saborear la colisión de su propia fuerza. Ella, descalza, patea con gracia el talco. Su coreografía la acerca y aleja de las olas pero jamás permitiendo que se moje un sólo dedo del pie.
La carcajada por haber caído al piso con la llegada a la estación lo devuelve al vagón. La luz lastima su mirada. Una pareja los mira con repudio de salida, se marchan concluyendo entre sí lo que cualquiera diría de estos dos a primera vista. Ella lo usa para ponerse de pie y aprovecha para darle un beso. Lo despeina con sus lindas manos de puro esqueleto.
El baja la vista. Las olas ya mojan sus pies y la rodilla con la que se sostiene. Alrededor no hay nadie. Al fondo hay un peñón que confirma su sospecha: el nunca ha estado ahí. Hay música viniendo de lejos, sin embargo se escucha muy nítida. Es un laúd. Algo que también le es ajeno. Cierra los ojos con fuerza y al abrirlos sigue ahí. Lo vuelve a intentar y al abrirlos está en el metro.
Ella está haciendo un aventurado cancán. Lo tiene en el radar pero no lo suficiente par anotar su inaplazable partida. El cansancio lo derrumba. Está de vuelta en ese garzo litoral y ella también. El no quiere morir ahí. No sabe si este mismo lugar es donde pasará su eternidad, aislado, en una playa donde jamás amanece y las olas devuelven a los suicidas a la costa. El laúd está mas cerca, pero no por ello hay presencia humana. El lo puede oler. Su incertidumbre es si ella se quedará ahí, bailando y cayéndose por siempre. El no la puede levantar. Ni siquiera puede consigo mismo. Analiza sus manos, que se deforman. Las profundidades se amorfan y el mareo sentencia el camino.
Lo abraza. Recarga su cabeza contra su abdomen. Hasta le tararea una sencilla melodía cargada de un cariño ancestral. Ambos han sabido querer en otros cuerpos, en otros planos de existencia. Con su nula capacidad de concentrarse, ella va contando las estaciones; presiente que ya están cerca. Sonríe con melancolía al acordarse de la noche que aún le sigue sucediendo.
Ahora las olas están mas fuertes, pero el laúd resiste. Está asustado de haber muerto en el inframundo de un credo ajeno. La mira a los ojos. Ella observa en su dirección pero no lo ve a él. Presiente que se ha ido volviendo translucido. Justo ahora que llegaba un nuevo azul al fondo del horizonte. Ella lo observa. Lo extraña, de nuevo, tanto como lo hacía antes de saberlo vivo. Ese deseo de sentirlo cerca que él encontró en esa niña antes de que ella misma cayera en cuenta ahora volvía. El baja la vista, se siente agredido por la determinación que ve en ella. Finalmente deja caer la otra rodilla sobre la húmeda arena. Para verla una última vez se acuesta. Las láminas de oleaje lo refrescan, lo atrapan. Ella, inmaculada, cuenta las olas, las estaciones, las veces que lo tuvo adentro, las noches que ahora protege con el olvido.
El vagón llega a la última estación. Un hombre mayor sale del vagón contiguo. Al abrirse las puertas, el ya está en el piso. Ella, aún de pie, deja escapar un encarnado aullido de rencor.

martes, 16 de junio de 2015

viernes, 12 de junio de 2015

echo


I was once happy before I could remember.
I was once happy but then I remembered.
I was once remembered as a happy man.
I don't remember why.
Happiness can't be remembered, only entered.
Or charged into.
(I don't remember.)

jueves, 11 de junio de 2015

< / b >


Hoy, de regreso a casa, no me encontré con un vagabundo. Sus ojos diluidos, sus uñas impenetrables, sus capas de ropa -aislantes de un mundo que no lo reconoce-, todo eso no ví. De una dentadura respetable para ser un vago pero con exactamente la voz que uno esperaría de él, eso no encontré en las cuadras del centro de la ciudad.
No me contó que de joven, su fantasía era caminar por las calles, envuelto en pensamientos existenciales que lo lastimaran y que su cara conflictuada fuera vista por un grupo grande de amigos; que lo reconocieran, que fueran testigos involuntarios de su miseria y de su paz con la misma. Quizás alguna amiga de corazón alegre se confundiera con tal espectáculo y se cuestionara como alguien con tan poco podría estar tan cómodo con su situación, y tan afligido al mismo tiempo. No pudo haberme confesado tal confesión, que hablaría de como desconfíaba de sí y de todos pero al final, en los eventos establecidos ponía su mejor cara. Sin embargo en la soledad disolvían sus encantos y quedaba, al fondo de las costillas, una áspera roca de dudas y certezas.
Yo llevaba prisa, así que no pude haberlo escuchado queriéndome explicar que su fantasía jamás llegó. Que nunca alguien, sin pretenderlo, se encontró con su verdadera aflicción y se sintió afortunado de tenerla de cerca. Quizás fue justo eso lo que lo hizo un errante; la eterna necesidad de caminar de noche queriendo ser visto navegando en su calzada de desconsuelo.
No lo ví así que, hasta hoy, nunca supe. Lo que sí dijo y lo escuché clarísimo fue: "al final yo sólo quería ser el más chingón en algo".

martes, 9 de junio de 2015

has z


Frío y pálido, escondido detrás de un sillón roído, lo hallaron a los seis días de muerto.
En el cuarto había varios desconocidos viéndolo; una mesa de recuerdos vacía, con libros sin abrir encima.
En la madera, un charco negro, del que se alcanzaba a ver otro mundo más calmo, de peligros austeros.
El dolor de muelas no lo mató, tan sólo le recordó lo poco qué tenía para mantenerse vivo.

lunes, 8 de junio de 2015

El Palacio tuyo y mío


A esa sala le iría bien un retrato nuestro, en plan Corbijn, desnudos por supuesto.
¿Qué cocina es completa cuando no hay una licuadora que fustigue las peleas y un set de cuchillos digno, del tipo CV-Directo?
Aves de paraíso sobrevuelan la azotea, donde las suculentas salivan con la posibilidad de escuchar nuestro futuro, de reverdecer el envejecimiento.
¿Cómo soñar sin una colección de LPs, sin ese In Rainbows que te apacigua y ese Uh Huh Her con el que tu histeria de mujer fanfarroneas?
Y en las esquinas se esconderán tomos rojillos, los Galeanos y Fadanellis, por si ese día ya no llego, que sepas que no viviremos por siempre ahí; hay caminos que nos esperan.
Qué extraña ocurrencia, olvidar entre playeras del Necaxa, un negro negligé, que /aún/ no hay quien se lo haya puesto.
Como Matrioska, de la caja de herramientas, a la de puros, a la de ahorros, a una colección eterna de tópers, y al final, una empolvada bacha; lo inverosímil de la suegra ahora es cierto.
Y un abandonado viernes, en la sala se erige un tipi, hecho con campañas políticas noventeras, y te regalo, de nuevo, la primera, tal vez.
En los temblores compartidos, las botellas huecas invitan al vacío. Sin embargo, la seguridad provista por alushes bailando eternamente en los pasillos, significa que los metros cuadrados que nos sostienen, también se embarcan en el sentimiento tuyo y mío.
Y no quiero nada a cambio, si no es de tu cuello, respirar más seguido; bien sabes lo que digo.