jueves, 15 de diciembre de 2016

de tamaño y de corazón


Si las madres de todos esos niños muertos hubieran sido asignadas al azar, el llanto hubiera sido el mismo. Era, y será por siempre, una nube de pesar que contagió a huérfanos, infértiles, divorciados, seniles y orates por igual. No había que hacer tierra para ser invadido por el escalofrío.
El desgarre era parejo. Como si las mesas de todo un país cojearan al mismo tiempo; como si las regaderas se hubieran coordinado para dejar a medio baño a todo un pueblo; como si algún ser ínfimo y travieso hubiera cambiado la azúcar por la sal en toda alacena de cada cuadra, cada distrito. A eso sabía el mundo en esos amargos rumbos.
Por otros lados se usaban las mismas palabras para describir achaques muy distintos. El idioma global los traicionaba. Lo que pasaba ahí no era digno de las palabras, o tal vez eran las palabras quienes se achicaban ante la ofensa encarnada que se disparaba sin descanso hacia los más niños, de tamaño y de corazón.

De donde vendrían aquellos quien sabe. La tierra había sido primero de la tierra, luego de la madre y antes de ser heredada al hijo, el rey se volvió asesino.

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