lunes, 4 de diciembre de 2017

Noches que no ameritan poner el cerrojo.


Murió Don Aurelio a los setenta y cuatro. Frola, una silky terrier australiana, comenzó a ladrar cuando el sol se asomó por la cocina y aún no entraba Aure a sacarla a la calle; él por el periódico y Frola para vaciar la vejiga. Pato, su nieto, le regaló la perrita hace poco más de una década. Aurelio había bromeado con Frola hace un mes que pronto ella sería la más vieja del hogar. No hubo necesidad de esperar a la fecha estimada.
Se apilaron tres primeras planas hasta que León, el portero, con autorización de Hilda la hija del don, rompió el cerrojo. Después de haberle marcado a la señora Hilda, León se ocupó de la perra. Tenía peor aspecto que el difunto, que sencillamente se subió a la cama la noche del domingo para nunca descender de ahí.
Una semana después de cumplido el novenario, Frola ya tiene mejor aspecto. Hilda al edificio con Gero, el mayor de los nietos de Aure. Van por la televisión y el microondas que el muchacho está recién salido de casa. León se asoma al departamento y le pregunta a la señora Hilda que cómo quiere proceder con Frola. Ha estado cuidando de ella estos días pero la verdad es que se complica la jornada con el cuidado de la perrita. Hilda no sabe qué responder. Le pide más tiempo a León para tenerle una respuesta y promete darse una vuelta en la semana para ir por Frola.
Hilda no se aparece en las próximas tres semanas. El único que visita el departamento es un empleado que acude a cancelar la línea telefónica y a llevarse el obsoleto módem del señor.
Esa noche, León, sin habérselo platicado a nadie en el edificio. Se pone su chamarra de lana y guarda en una bolsa unos billetes, las latas de atún que tenía en su hechiza alacena y una imagen de San Cristóbal. Toma la cuerda de la que está amarrada Frola y sale de la zotehuela sin cerrar la puerta.
Nadie volvería a abrir la boca al respecto de quien dejó atrás, como si mencionarlos sería invocar un recuerdo que esa noche las palomillas se devoraban.
En el cuarto, aún con el zarape puesto encima del catre, revoloteaban alrededor del foco amarillo incontables insectos.

No hay comentarios: