martes, 24 de junio de 2008

I, hunger


Soy el niño que murió. El que todos ven con desagrado y los más vacíos hasta con asco. El que descalzo, sin voz, habla y reclama con la mirada. Soy el que escribe en las paredes por falta de espacio.
Y corro por las calles esquivando los coches, como lo hacen los papalotes con las nubes en algún lugar más bello, o simplemente bello. La lluvia ya no es un elemento que embellece las caminatas, sino un invitado sorpresa que se lleva la comida.
No me amargo, ni cerca de eso. La ilusión infantil se mantiene, lo único que cambia es el abanico de colores que mis pupilas abarcan.
Nosotros somos de la sombra y no al revés. No hay testimonios de cómo fuimos hace un par de años y una vez muertos, no habrá ni brisa que nos reclame. Sin cuentos, sin mascotas, sin pijamas; pero más niños que nunca.
Por debajo de las uñas y por atrás de las cuencas mi pasado brilla por mí. Antes de ser ya era, vidas y vidas como garrapatas por debajo de mi piel. Y brinco y brillo. Y brinco y enloquezco. Y brinco y regalo ilusión a los que la dejaron en el clóset.
Soy el niño que no murió. El que vive o mendiga según se preste la ocasión. El que rasca de los graffiti y lo que queda de los murales mal pintados conocimiento ajeno. Antes de ser ya fui. Y corro y brinco, aunque la necesidad haya remplazado el gusto. Soy de los que al empezar a la carrera ya les queda menos de la mitad. Soy el niño que madura antes de intentarlo. Paso a paso. Entre mirada y mirada. Pasado a pasado. Camino por las calles en las que tu te mueves pero nadie me ve. Todos los días pasando por la misma cuadra con paso fijo, mirada caída y dibujando con los dedos una larga línea ondulada por todos los muros. Todos los días sacando chispazos de originalidad, brincando charcos de soledad y aventando piedritas de amistad. Hasta que llegue el día que no sea día sino pura noche.

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