martes, 20 de enero de 2009

Livanletdai



Rocko escapó a la muerte.
Tras una vida de rutina y carencia de decisiones, un día se le acabó el calendario.
Rocko, consciente de una vida malgastada, no pidió una segunda oportunidad.
Reventó una olla en la cabeza de su verdugo del inframundo y corrió hacia el balcón.
Pensó en si debía saltar de un tercer piso; cosa tonta dudar un salto así cuando la muerte esta tras de tí.
Tal vez porque la muerte seguía derribada en el piso de la cocina es que no murió.
Rocko corrió infinidad de cuadras antes de siquiera considerar parar.
En la era moderna Rocko es el único que ha logrado semejante proesa.
La muerte se camuflagea en cualquier humano o ser vivo, es así como va cazando a los malditos (aquellos que buscan regresar de allá abajo y tal vez otros como Rocko que fintan a su propia muerte).
Sin poder hablar con nadie, ni siquiera capaz de regalar palmadas a algún animal en busca de solidaridad, Rocko es ahora un vagabundo que se niega a entregar su vida.
No sé sabe si es por miedo a un castigo peor o por un juego entre los dos donde el premio máximo es el orgullo.
Rocko sigue vivo, eso lo saben todos; pero hace décadas que nadie lo ve. Jamás ha flaqueado por algún sentimentalismo de reportar su experiencia o su sentir.
Es un juego donde la muerte se encontró con un digno rival, tan bueno que ya sólo lidia con ella misma, a muerte y qué de vivo ya sólo le queda la vida.
Muchas canciones de rock se han escrito sobre este fugitivo de la muerte y ahora de la vida. El inmortal, el vampiro, el innombrable, aquél que violó el código milenario, tantos nombres para alguien que en su afán de no morir, dejó de existir.

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