martes, 10 de agosto de 2010

Un profeta en el Reposet


Si tu no lo sabes.
Si tu no te sabes.
Tu no existes compañero.

Si no sales en la tele, aquí no pasa nada.

Y los hombres modernos, adictos a los superlativos, no saben que lo que existe para siempre, no existe nunca (y si no me creen a mí pregúntenle a su Dios).

Así como el agua, que cuando esta desprovista de movimiento, en su estado de cadáver, refleja directamente el cielo. Haciéndose uno mismo. Aniquilando el horizonte. Un espejismo que une a los extremos en uno mismo, erradicando las diferencias cualitativas y hospedándolos en la nada.

El que no se diferencía, el que no se distingue, como si hubiera nacido muerto. El comandante necesita del soldado raso para ser comandante. Y hoy, la comodidad nos hace creer que todos habremos de ser comandantes. No es hasta que el fuego nos derrite el alma que se puede apreciar gota a gota de sudor el rango de cada uno.

Es una época del segundo acto. Aquí nada empieza y nada termina. Todo fluye. Acciones que no clausuran, únicamente confluyen al mañana. Pero cuando lo importante de hoy es el mañana entonces el momento se pudre.

La solución es atentar contra la vida. Contra la vida con la que todos los vivos se achicharran tratando de poseer. Ésa misma que los muertos envidian. Batirnos en un duelo donde invariablemente habremos de caer; pero aterrizar con una estocada es muy diferente a hincarse por gusto.

Y la vida habrá de matarnos.

Ojalá que sí.

Que lo que pasa en la eternidad ya no es real. No sale en la tele porque es siempre igual.


Y el verdadero infierno es que la muerte se esconda de tí.
Que vivir para siempre no es vivir, es no morirse nunca.

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