sábado, 12 de enero de 2013

El Centro del Silencio

Como perro uno no vive los años que quisiera. Sin embargo, la muerte de un hijo es el sentido opuesto de la vida misma. Es absurdo. Así que cuando pasó me evoqué a cuidar de mi nieto. Lo procuraba con retazos de carne y mi calor como escolta cada noche.
La vista se me fue cansando. A falta de opciones fui admitiendo mi vejez. De noche soñaba cómo podrían haber sido las cosas. No tenía ningún anhelo en particular; pero de todas formas me cuestionaba. A veces sonreía con las fantasías; otras me quedaba mudo, esperando a que se pasaran las ganas de romper en llanto. La noche del ataque, en la sala de emergencias me azotaba la idea no haber podido estar ahí para salvarlo. Yo siempre había pensado que yo pude haber sido un gran cazador. Tenía el coraje, el tamaño, la mecha y la cáscara para serlo.
Estuve a punto de irme cuando era adolescente, pero el tiempo no le da permiso a todos.
Luego caí en cuenta que por más claro que tuviera ese instinto dentro de mí, serían pocos los que sabían que yo puder haber sido un gran cazador. Y con mi nieto rascando los segundos uno menos.
Entré, muy callado, y lo ví tendido en un rincón. Sentí un gruñido en la sombra del corazón. Resoplaba, las costillas expuestas moviéndose a la velocidad del último miedo. Su cara en cambio, era serenidad. Me vio de reojo y sonrío ligeramente.
Distinguí las huellas de arcilla. Supo que no ahí, quizás no pronto, pero que algún día, con calma lo odiaría por no haberme hecho caso. Sus ganas de correr hacen de que mi morir sea menos que nada.
Un estornudo.
Un aletargado parpadeo.
Un aroma a pino mientras se cruza la carretera.
Una brisa que ves venir de mares atrás y apenas alcanza a ondear las faldas.
–Yo así lo quise.
Su serenidad subraya su sentencia.
Hago un primer y último paréntesis en mi silencio.
–Y yo que te... ¿y yo qué quiero?
–La vida es muy corta como para no hacer los errores que yo más quiero.
Luego, sin prisa, fue dejando que se le cerraran los ojos.

No hay comentarios: