jueves, 14 de noviembre de 2013

Sentiens


No importaba que fuera de noche y que las cortinas estuvieran cerradas, aún con los párpados sellados sentía como un injustificable resplandor me solicitaba que tuviera miedo. Abrí los ojos de nuevo. El inerte ventilador que me vigilaba desde el techo era parte de la seca bienvenida de éste pueblo fronterizo. Una ventana demasiado cerca de la cama me permitía olfatear un ansioso aroma que ondeaba por los pasillos del hotel.
La agonía que se estira por horas con los ojos cerrados de pronto se entremezcla con las mismas pesadillas. De los males más inexplicables, el insomnio no es más que un grandísimo auto sabotaje de la mente. Se alimenta del miedo, de las dudas, de la frustración. Crece contra la voluntad de la víctima pero con su plena ayuda.
De pronto ya estaba soñando que tenía insomnio y que yacía resignado en el mismo hediondo cuarto de hotel al cual había llegado horas antes. En el escenario onírico me puse de pie. Llevaba horas queriendo tomar un trago de agua de la llave y en mi sueño intuí que podría ejecutar el impulso. Sin embargo, antes de enderezarme, los músculos se congelaron. La presencia que se apoderaba de mi y me inyectaba de escalofríos en las noches de peor cansancio me abrazó por completo. Atrapado entre el gélido lecho y esa pesadez impalpable me puse a temblar. Mi consciencia terrenal entendía lo que estaba sucediendo y sufría cada segundo como sí durara una eternidad. En cambio, mi consciencia del inconsciente, ésa que gobernaba el destino del sueño saboreaba en actitud masoquista la frustración que sentía cada centímetro de mi encarnación verdadera. Sentir en un solo cuerpo frente al mismo impulso tanto dolor como satisfacción es la apertura de una escalofriante grieta de la cual se escurre el miedo más oscuro.
Logré despertarme en el sueño más no en la realidad. Una vez despierto, aunque haya sido en falso, la mente humana no es capaz de percibir la diferencia dimensional. Los desgarres que acontecen en las pesadillas son vividos, sufridos y entendidos como hechos reales. El poder omnipresente del surreal inconsciente se hace del poder contundente y físico del mundo real.
En aquel cosmos paralelo caminé al baño y tomé agua del grifo. Al voltear noté que las botellas llenas de agua estaban en el piso, a un lado de la cama. Yo no las había visto. Yo no las traje al cuarto. Yo sabía que este mierdero hotel no las había puesto. Y supe que alguien más había estado ahí; quizás todavía estaba.
Tanto en la tierra como en los sueños, el ruido de los coches pasando a toda velocidad por la calle era el recordatorio de las amenazas que podían llegar de afuera. Pasaban a toda velocidad sin alcanzar a iluminar la calle que desgastaban.
Parado debajo de un marco sin puerta que separaba el baño de la habitación oí el primer grito. En el cuarto contiguo, una voz conocida gritaba con dolor y pedía mi ayuda. Escuché mi nombre con desgarradores llantos ser implorado. Me quede quieto, aterrado.
Luego, sin derecho a sospecha supe que venían por mi. ¿Cómo escapar de una pesadilla de la cual ya despertaste? ¿Cómo pedirle a tu cuerpo que rechace la realidad a la que ya pertenece? Corrí a la cama y me acosté tieso. La misma nata de luz que no provenía de ningún lado se colaba por debajo de mis párpados.
Los torcidos sujetos, incapaces de razonar por tantos químicos ingeridos se detuvieron afuera de la ventana que daba al pasillo. En el filo entre ambos lados de la cortina dejaba ver las siluetas mal dibujadas sobre el vidrio esmerilado. La urgencia de dormir para escapar de dicho universo se interrumpía con los gritos que llegaban del cuarto próximo.
Mi estado onírico y mi cuerpo verdadero vivían la misma urgencia. El primero por dormir y el otro por despertar. La efectiva amenaza de un pueblo inhóspito y caluroso me alcanzaba a agredir desde un impredecible universo con ganas de acabar conmigo. Ignoro si la muerte en los sueños significa el cese a la vida física; pero no se trata de sólo seguir respirando. Lo que está en riesgo en estas noches no es la vida. Es el juicio.
Cuando mi mente y mi cuerpo se abandonaban alcancé a verte. Pensé tus ojos y me dejé aplastar. Con la mirada te hice saber el poder infinito de un instante unidos.
Cerré los ojos.
Los abrí.
El ventilador seguía inmóvil.
Inhalé profundo. El agrio insomnio seguía ahí.
Esperé por horas a que la luz verdadera se asomara por la ventana. Desconfié durante toda la oscuridad si era necesario despertar una vez más.
Sin haber desempacado regresé a ti.

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