lunes, 30 de junio de 2014
duniyā
Había en el desierto dos acacias. Una protegía a sus frutos más débiles. La otra, a unos cincuenta metros favorecía a los más sanos y robustos. La sobra de cada uno rasgaba el tronco de su semejante. De noche no se distinguían en la desértica oscuridad. Por ahí no vivía nadie. Es poco probable que más de un puñado de personas haya alcanzado a ver a ambos árboles. Por lo mismo vivieron varios siglos y en varios planos de la realidad. No se vieron el uno al otro, tampoco se escucharon. El sol los empujaba a tocarse, a unirse y a aprenderse. Jamás pasó. Había en el desierto dos acacias. Una protegía a sus frutos más débiles. La otra, a unos cincuenta metros favorecía a los más sanos y robustos. Ahora sólo hay una.
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