lunes, 30 de junio de 2014

soldecallejón


Atascada, repleta; una tormenta de focos pero en esta ciudad la noche no la niega nadie.
Entre tus pómulos y cejas, enmarcadas con un cráneo sarraceno, la mirada se contiene; deja maniatado un mar de oscuridad.
En otra era se requería de indumentaria más sofisticada, ahora una sudadera con capucha es suficiente.
Esquivas a los envenenados y ahuyentas a los quebradizos.
No caminas como hace algunas horas, ahora te escurres con determinación sobre el húmedo concreto ¿Es ahí donde se esconde el rocío que ilumina los jardínes de los jubilosos?
Tú pisas un charco, te importa poco de donde vienen las gotas. Te ves desapegado. Unos, recargados en su sombra saben que no es así.
No hay un objetivo, pero sí un flete de intenciones. Por no haberte dicho, por haberlo frenado, por haber pretendido ser prudente, por pelear más por razones que atiendes menos, por quitarse de encima a unos, por haber ido esa noche, por no haber regresado, por ser más fuerte, más ágil, más listo, más audaz, más volátil, más caliente, más sensato, más constante, más tú, más tú, más.
Quieres verlos con la mirada fustigante de un tigre, que bajen la vista.
Quieres el eterno galopar de un camello, levantar el polvo, la pista de muchos.
Quieres la paciencia de un halcón, que tu sombra presente tus actos incontestables.
Quieres la sólida fuerza de un elefante, que aún inmóvil, castiga e imparte justicia a los presentes.
Te deslizas con la frialdad de un reptil por callejones rayados, avenidas de huérfanos encabronados, quisieras organizarlos, deseas recuperarlos y arrojárselos en la cara al día.
Tus manos jalan las cadenas de la justicia. Corriges. Asumes el precio. Tus puños ensangrentados condenan, salvan, acarician, reclaman. Tienen el poder, la lóbrega luz de un caudillo imparcial. Sin embargo tu no cosechas el prestigio. Anhelas la invisibilidad.
Y es lo único que tienes.

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