lunes, 5 de marzo de 2018

zĭg`ə-răt


Cada noche llegan más. Se forman en una interminable fila que dobla las esquinas e invade avenidas. Esperan su turno.
Meses después, cuando entran a su capilla rascan la pintura queriendo hacerse de un pedacito de verdad. Eso los inteligentes.
Los sensibles más bien soban amuletos, anhelando impregnarse de la suerte de sus muertos más sabios.
Jamás le verás ahí. Él viaja en el vagón de los perdidos hacia estaciones que no aparecen en los mapas. Ahí a donde van los desmemoriados, los jodidos, los borrachos de corazón; hacia allá va con disciplina monástica un pedazo de roble que nadie sabe transcribir, sólo yo.
De ahí que me apañara yo de justo este sitio: ni con los formados, ni con los malitos.
Solo y a solas, en medio y con el pecho oprimido. Por no saber decir lo poco que sí sé de un hombre bendito.
Soy yo el desdichado. El que sí sabe y no dijo. El que ya despierto no quiso informar a los formados y se hizo náufrago de su propio secreto.

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