martes, 28 de abril de 2009

φαινόμενoν




Hoy, en el mundo enmascarado, se respira apocalipsis en todos lados. Debacle mundial que además de trágica es mediocre, porque no termina de matarnos. Todos ya lo hemos pensado en más de una ocasión: "no hay peor cosa que las medias tintas". A raíz de todo este desplante de nuestra siempre-presente nunca-atendido vulnerabilidad, me he vuelto más extremo. Si hemos de salir de la pandemia, que sea de una vez; no importa si fuimos trastocados, lo que permanecerá es nuestra manera de enfrentar la situación. La mirada en el horizonte hoy (al menos hoy) es un poco menos pusilánime. O si hemos de fenecer, hagamos inminente el duelo con la sombra mortal y saltemos de las manos al abismo.
Y no logro, no logro, evitar enroscar mis palabras para etiquetar emociones o pensamientos. Rasgo particular que, en la medida en que no sea revalorado en unas décadas como un épico vanal, será total y absolutamente rídiculo. Manera de pensar sumamente paupérrima para quien degusta de la máquina de escribir (...).
Es por ello que la música no deja de postrarse como algo mucho más interesante. Es, por mucho, el arte más abstracto; que lo vuelve el más universal; esto lo hace entonces el más subjetivo; y por lo tanto el más identificable; es decir, el favorito de todos. El resto de las artes codifica sus mensajes para que el espectador se sienta aludido y compenetrado en el momento de resolver el enigma. En cambio las emociones se vacían de manera artera en la melodía de tal manera que al escucha sólo le resta envolverse en ella y tomar el mensaje como propio. El resultado podría parecer el mismo pero la diferencia es sustancial.
Si no porque, a días del fin, ¿todos estamos a la expectativa de un réquiem digno para todas y cada una de nuestras mal logradas?

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