viernes, 5 de febrero de 2010

No seas como yo





Un perro es capaz de mover la cola ante estímulos de alegría porque no duda de la escencia de los hechos. Vive el momento sin preguntas tontas y se entrega a el. Si tiene suerte todas o la mayoría de las ocasiones su sincera muestra de regocijo se justificará cuando se concrete eso que le ilusione. Cuando el resultado no sea el esperado, nadie podrá juzgarlo por no haberse ofrecido enteramente al momento.

Pocos son los hombres que pueden presumir lo que el perro pregona con su mirada inocente. Más astuto es el actuar del can por no dudar de otros o de sí mismo, aún teniendo tanto que perder cuando deposita su ilusión en factores ajenos a él.

Tanto tiempo pasa el hombre tratando de entender los porqués y los cómos que se enreda en las aristas del gran titiritero. Esta soberbia actitud que emana de nuestros genes que busca la comprensión de las diversas conductas, todo con el fin de anticipar. Cuando uno logra predecirse a sí mismo se da cuenta del poco sentido que existe en tal idea.

La perspectiva nos da la terrible capacidad de dictaminar nuestra opinión sobre el andar de otros. En vez de recorrer el camino, señalámos. Y lo que es peor, cuando lo hacemos el índice que apunta forzosamente lo hace también hacia nosotros mismos. Y cada dedo que se dispara nos deja miedo en las manos. Porque después de hablar y hablar, la carga de las palabras intimida a los actos.

Listos son los que desde lejos de la acción, generan estructuras mentales de lo que los actores rídiculamente forjan sin pensar. Sin raspones y con la ropa limpia, ellos comentan las desgracias de los miserables. Éstos mientras tanto, retozan sin cuestionarse el sentido de su lunático triscar.

Y así, la vida se entiende tras bambalinas, pero se vive en el escenario.

Porque al final de la errática función, los críticos sentecian, pero los aplausos van para los mugrosos.

Para los perros.

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