lunes, 20 de agosto de 2012

De Barra

"Una infancia bien lograda radica en el reajuste de las expectativas. En los primeros años de vida, el grueso de los niños aprenden sin darse cuenta que nacieron mundanos, mortales, ordinarios.

Pero en la vida no todos son así...

De cada diez chiquillos dos se resisten y llegan a futuras etapas de su vida creyendo que la magia está de su lado. Uno morirá sabiendo que en efecto él era excepcional. La cobija del destino y la vida con sus sorpresas irrebatibles le darán la exclusiva satisfacción de haber abrazo su peculiaridad.

El otro... el otro es una granada a contrarreloj. De los diez a los setenta sólo se necesita un día, un instante, para saber que en realidad, ellos son mundanos, mortales y ordinarios.
Basta un segundo de tranquilidad para caer en cuenta que se mintieron, que sus ilusiones nacieron caducas y que la frustración será el pago de su soberbia."

Escuché ese discurso tantas veces en la misma cantina que se volvió vacío.
Hasta que hoy, después de seis noches de que no venía a tomar cerveza, me dijeron que se colgó con una correa.

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