jueves, 25 de abril de 2013

Rencor Soleado


El sol se metió como cualquier tarde, pero ya no salió nunca más. Al final el tiempo se olvidó de los días. Se divorciaron. No de nosotros, a nosotros la vida se nos seguía consumiendo, a oscuras. Ahí estaba la luna, nadie la veía, pero la escuchabamos en las olas del mar. Los abrazos, que al principio era lo único que existía en la penumbra, se volvieron inútiles. Ya nadie quería sentir su cuerpo, como para olvidar la palidez de afuera así como la de adentro. Se optó de manera implicita por extinguirnos pasivamente. Crujía la madera. Lloraba el mar. Conspiraba el viento. La noche, entera y verdadera, devoró el silencio. Los oídos sufrieron lo que la vista hibernó.
Salió el sol de nuevo. El calor en el suelo delató su regreso. Nadie lo vio asomarse por el Este. Las flores, atadas a la tierra, se obligaron a retomar la primavera. De los nuestros ya nadie volvió a ver hacia arriba. ¿Qué más da la luz si no se puede confiar en ella?

Sin planearlo mucho todos siguen evaporando la raza.


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