jueves, 21 de abril de 2016

un ave con rostro y sin ojos


Amaneció y él ya había muerto, se aferraba a un poste de luz prendido a deshoras. El maldito horario de invierno no había sido programado a tiempo y todo el mes, los faroles iluminaban mañanas enteras. Lo que parecía imposible, se desperdiciaba la luz en un mundo de carencias. La ropa mojada; húmeda pues, contraria a la aridez de la muerte. ¿Se habría meado? ¿Sangraba de alguna costura invisible? Sudor, lágrimas, saliva... si había perecido por alguna abusiva secreción, sea la que fuera, ésta había sido una muerte demasiado trágica para encharcarla con una nota de prensa amarilla.

Pasó una doñita, de esas que jamás alguien ve dormir y mucho menos bostezar, y le tocó la frente. Se llevó la mano a la boca, asustada -pero tampoco tanto-. Algo que llevaba años sin moverse dentro de aquel suéter tejido se agitó. Quiso ella, con todas sus fuerzas, proteger la intimidad de un cuerpo. Imagínese usted, a qué altura del combate cósmico iba ya su espíritu, o peor aún, que su alma estuviera esperando, cual niño vencido por la lluvia en una casa ajena, a que alguien se molestara en descocerla de un cuerpo en incipiente putrefacción.

Ni ella, mucho menos él, tenían nombre para esto. Masticaban sin querer una bizarra comunión que el sol tan sólo espejeaba en su aburrido transitar por el quilométrico cosmos. ¿A quien se le comparten estas cosas? ¿Con quien se poetiza al respecto de las ordinarias penas de un transeúnte y un muerto? Más pena da un hombre sólo en el tráfico en un carro último modelo que una mísera vagoneta aperrada de enchamarrados que se reparten entre todos un pan de elote.

Todavía no era oficialmente de día pero ya dejaba de oler a ayer. Se olvidaba el muerto de su caída y de su existencia también. La mujer se acordaría por más tiempo de lo sucedido pero poco probable era que aquel suceso era un recuerdo que empacaría para llevarse a otro mundo. ¿Usted sería de esos que, con equipaje limitado, perdería espacio en trasladar su nombre? A donde todos no vamos, nadie se llama nada, es mi deber recordarle.

En rígor mortis levantó el bigote y se le cayeron de la mano sus monedas. Murió con ahorros el sinvergüenza. Sólo ahora se va tan sobrado como para morir habiendo trabajado más tiempo del que uno se puede gastar en disfrutar. Humilde, honesta y crédula, pateó el dinero a la alcantarilla. Allá en el odorífero e invisible fango hay ratas que se aprovechan tipo de cambio. El peso y los pesos, todos sin prisa, de camino al drenaje.

En otros planetas no es así, ni parecido. Pero aquí sí. Acá desde hace rato hay falacias y engañosos, fracturas y pecados, antojo y mermelada, fotos con identificación y limones sin semillas. Y las manivelas van dando de sí. La señal se va muriendo con la distancia, las palabras con el tiempo.

Quemaba el sol. Y ella, sin hablar, vio cómo se lo llevaron. A donde quien sabe. Y quien sabe también a donde fuera su alma y a donde vaya la suya querido. Hay que tener veinte-veinte y mucha calma para estar al día de por qué rumbos se está colando nuestra idea de yo.

Se irá enterando. Las doñitas que nunca hablan porque todo lo saben deshilvanarán donde usted se haya atorado. Y no habrá biblias que recapitulen lo que siempre fue único y jamás importante.

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