domingo, 20 de noviembre de 2016

disipáis


Bajaba Sosioux por la calle de Frontera cuando se encontró un gorrión muerto en el piso. Alzó la vista buscando la causa de muerte del ave pero sólo encontró un cielo nublado diseccionado por el negro cablerío que flota sobre la cabeza de todo chilango.
Le tronaron las rodillas cuando se puso en cuclillas para inspeccionar el cadáver. No tenía heridas visibles; al contrario, parecía la víctima de un paro cardiaco fulminante o una sigilosa y delicada estrangulación. La misma tenue tristeza que no había sentido de camino al ver las portadas de periódicos con los jóvenes muertos a balazos, se instaló en Sosioux.
Recogió al gorrión y se lo llevó con ambas manos. Dio vuelta en la calle de Durango y al llegar a Morelia vio como dos coches chocaron en plena esquina. Lo increíble era que la ruidosa colisión había sido producto de un Jetta pasándose un alto y una camioneta CR-V bajando en sentido contrario por la perpendicular. Del Jetta rojo se bajó una señora ligeramente obesa con luces para disimular sus canas. De la CR-V descendieron dos mocasines que sostenían a un espigado treintón con medio kilo de gel engarrotándole la melena.
Se miraron odiándose, queriendo reclamarle al otro la estupidez propia. La confusión, glaseada en susto y empoderada en un mediocre seguro automovilístico hacia de aquel amargo intercambio de recíprocas inspecciones, un maridaje singular. Con la compleja ambigüedad que tiene el rostro de un hombre recién masturbado meciéndose entre la satisfacción y la culpa; o el trabajoso semblante de una mujer que en el pasado fue estratosféricamente gorda y adelgazó por sus propios medios y sacrificios para después verte con orgullo y desconfianza; así se miraban, in-descifrándose el uno al otro.
El tableaux duró un largo instante. Seguramente se atragantaban sus reclamos al caer en cuenta de la fragilidad que tienen los argumentos de quien viene, precisamente, de romper la ley en una jerarquía similar a la del otro culpable.
Sin hablar, cada uno se metió a su auto y se largó enfurruñado. La CR-V se alejó por el sentido correcto de la calle y el Jetta aguardó a que se pusiera el verde para llevarse su hundida defensa y su abollada dignidad. Los dos huyeron, como si la culpa o la responsabilidad, al no ser reconocida por nadie, fuera algo que se evaporara. Quizás tenían razón y en efecto, la culpa se evapora; y como todo cuerpo de agua sin importar su tamaño, tiene (¿o se debe?) un ciclo en el cual se gasifica, se hace invisible al humano y después se desparrama en tormentas a miles de kilómetros de distancia.
En la misma esquina del choque Sosioux dejó caer al suelo con sobrada indiferencia al ave fallecida. Caminó un par de cuadras más y al llegar a Tabasco se frenó en seco. Delante suyo, a media banqueta, un gorrión muerto sin motivo aparente, yacía inmóvil.



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