jueves, 10 de agosto de 2017

Civitatis


Hombre y ciudad
hombrei ciudad
hombreicuidat
ombreiciudad
Eso era lo que quedaba escrito en la fachada de un edificio donde en el interior parecía haber ocurrido un suicido colectivo. Los veinticuatro habitantes del bloque de concreto murieron en la misma posición, cada uno en su habitación, todos leyendo el recibo de servicios. ¿Fue una protesta a los precios del casero? ¿Fue un infarto simultáneo de personas con identidades tan comprimidas por la red que todas abrían el justificante a la misma hora, en la misma posición, en recámaras paralelas? ¿Fue esto el comienzo del arte del crimen organizado que cansado de destriparse en vías públicas empezó a crear poemas embalados en sus ejecuciones? Yo fui abogado por treinta y siete años. Jamás había visto algo así. La atomización de las pruebas hacía viable cada causa. El mismo grafitti podía tener todo o nada qué ver con las dos docenas de cadáveres. Por eso culpé a la ciudad. Fue la primera cadena de homicidios imputada a una ciudad. Después de eso no pasaron ni seis meses y ya había catorce comunidades del norte y del golfo sentenciadas como asesinas seriales. Aquí no, a pesar de ser la máxima devoradora de humanos, esta capital es demasiado importante para ser condenada como homicida metropolitana. Como siempre, el caso se diluyó en mentiras y gráficas pendejas que nada tenían que ver con los hechos. La acusación se convirtió en una minúscula gota de grasa flotando perpetuamente en un tinaco de aguas negras. Al cabo de tres años de amenazas, hambre y la nula gratificación de familiares que me acusaron de idiota por culpar a un ente tan masivo, renuncié.
Ahora vivo lejos. Me gano la vida en un paupérrimo teatro comunitario como mimo. Ni soy hombre. Ni soy ciudad. Sólo exijo el tiempo que me queda para ser yo mismo.

No hay comentarios: