viernes, 4 de agosto de 2017

nnativo


Encontré un riñón abandonado en un callejón a media noche. Había pasado por muchas manos de dueños previos y amantes fallidos. Exudaba desconfianza. Lo primero que hice fue dejarle pintar un retrato de mí. Su pincel dictaminaría lo que se estaba diciendo de mí a través de su mirada y sentenciado por su trazo. Así nos hicimos amigos. Así aprendimos a sincronizar nuestro cansancio, nuestras dolencias y nuestro apetito. Éramos él y yo, sin prisa todo el tiempo. Claro que nos separamos, si no, no escribiría esto. Un asalto a mano armada por pandilleros empoderados a través de sus perros doberman nos separaron. Jamás lo volví a ver y parte de mi dolor es nunca habernos bautizado mutuamente, hace de cada recuerdo algo más difuso. No obstante sé que eso también era parte de lo que nos liberaba de presumir la libertad que nadie tiene. Eso nos sabía bien. He tenido muchas amistades, muchas relaciones y he pertenecido a incontables cofradías. Claro que hubo magia en cada una de ellas, pero las perversiones que emanan de la sed de éxito siempre nos alcanzaron. Yo mismo me convertí en un experto agente patológico de mi gente más cercana. Con aquel riñón, que dejé que me pintara como él me veía para ser lo que mi piel me regalaba ser, fue diferente.

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