sábado, 26 de agosto de 2017

un inocuo cuchillazo abierto


Tenía que llegar el día que fuera de noche para los amantes de la luz. El billar galáctico le sonríe primero a los pálidos, seres draculianos capaces de ver y ser vistos por la noche. El ruido satura al resto de los sentidos. Los címbalos hipnotizan a los nerviosos. El canto wagneriano de una diosa desatinada narra mitos de humo e incongruencia.
En un barranco tan invisible como doloroso se despeñan los mudos. Sin embargo, las láminas de silencio hacen crujir las articulaciones. El odio ilíaco arranca su camino. Las bibliotecas, en eterna e impráctica evolución en espiral, se esconden de los ojos que irresponsablemente huyen de la tarea. El bramido mitológico se despierta en los mismos seres que lo habían ofrecido al fuego. El colmillo del herbívoro se afila entre sueños donde también suplica ser perseguido.
La porosa memoria de los que recién piensan es permisiva con el destino. Las montañas habrán de esperar otro par de milenios antes de darle la bienvenida a los necios de oxígeno. Hay más tiempo que vida, eso lo sabe cualquier bicho. Habrá de venir con el eclipse una noche tan larga que los codiciosos de sombra caerán rendidos. Temerosos, ebrios de paranoia, serán los primeros en ver las retinas de sus pares oscuros. Los ciegos serán los primeros en comer, luego los tuertos, seguidos por los tullidos y los lactantes. Todos devorarán a la única especie que en su vanidad torció su evolución hasta convertirla en coprofágica; y en su propia mierda envenenó la sangre y marco su monstruoso exterminio.

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