miércoles, 6 de septiembre de 2017

el sábado y el pasado


En el salón de fiestas infantiles D'Angelo, en avenida Aztecas 467, colonia Ajusco se improvisó el sábado pasado, a falta de recursos económicos, la boda de Gilda y León. Gilda, con cuatro meses de embarazo, se fue temprano de su propio festejo. León, distinguido borrachín, aprovechó la oportunidad para abusar del Cabrito Reposado que tanto le gusta. Quien sabe cuántos años durarán casados. Quien sabe si ellos durarán más que su matrimonio. La salud no es el valor que abanderó al D'Angelo sin duda. Muchos de los pocos asistentes se la pasaron bien, eso sí. Xiomara no era una de ellos. Era la impresión de ella, bastante acertada desde una óptica objetiva, que era de las personas con mayor potencial del evento. "Potencial" por sí sólo no significa nada, hay que direccionarlo para medirlo en primer lugar. A lo que Xiomara se refería en ese oscuro monólogo que proyectaba en su cabeza sin realmente escucharse era al derecho a la felicidad, a la expectativa inherente que generamos a ser plenos a partir de quienes somos. Existen pocas personas con una plataforma tan vasta y exuberante que su realidad cumple en el 100% de sus situaciones y momentos sus expectativas. Hay también, muchísimas personas -incalculabe es la dimensión de este grupo- que su expectativa es nula (tan nula si se vale subrayar lo que matemáticamente es imposible pero como experiencia en vida sí es 'vivible') que la realidad ya no puede ir por debajo de la anulada fe que tienen en el porvenir. Ambas comunidades, diametralmente opuestas y nunca en contacto directo, comparten el desapego al potencial ya que abarcan los rangos absolutos 0 y 100. En medio estamos los demás. La característica principal de gente como Xiomara, o como Gilda, también como León, es que se evalúan. Comparan lo que tienen con lo que consideran meritorio a raíz de su boleto en la fraudulenta lotería de la vida.
Gilberto, fodongo y perspicaz en cantidades similares, miró que del otro lado de la pista bailaba Xiomara al mismo tiempo que lloraba. Le pareció alucinante que alguien pudiera ejecutar, a solas, esas dos actividades en simultáneo. Pensó, mientras le daba otro trago a su brandy con coca y sin hielo, que se requería de una valentía inconmensurable, y también de un abandono brutal por el aprecio personal, para bailar como bailaba y llorar como lloraba Xiomara en la pista, sola. Sin pretensiones heróicas de videoclip popero, pero sí haciendo ejercicio del humanismo que su madre le había inculcado, Gilberto dejó su trago y cruzó la pista para acompañar a Xiomara.
Le tendió la mano y ella, sin dejar de llorar, ni siquiera haciendo el intento de evitar ser un estrafalario manantial con peinado crepé, tomó su mano y lo acercó a ella. Bailaron en silencio canción y media. En el D'Angelo había menos de treinta personas y una cuarta parte eran empleados del salón, la mitad estaban separando a León de liarse a golpes con un mesero y el resto bailaba en la pista de triplay pintada color vino.
"Las agujetas desamarradas de su bota izquierda nada le importan al manco que cruza el desierto." Dijo Gilberto al oído de ella que alzo la vista del suelo queriendo entender lo que le decía. "Lo problemático es sólo lo atendible, lo demás es la realidad." El calor del aire que salió de la boca de Gilberto con las últimas palabras rozó el oído de Xiomara. La inesperada sensación le resultó un 20% asquerosa y un 80% agradable -al menos así lo decidió arbitrariamente su oscuro monólogo sin ser realmente atendido-. A pesar de haberse alejado ante la inesperada sensación regresó rápidamente su cabeza a la distancia a la que la tenía del cráneo de Gilberto. De hecho intentó dejarla más cerca, sólo un poco, una distancia imperceptiblemente pero que de ser evaluada sería simbólica.
La boda acabó, a falta de recursos económicos pero sobre todo a raíz de la madriza que le propinó el mesero a León, muy temprano. Xiomara, recalibrando la valentía y el abandono que cohabitaban en su interior, se atrevió a invitar a Gilberto a ir por un caldo para cenar. Gilberto, que rara vez tenía algo mejor que hacer que volver a su departamento, aceptó la invitación.
Afuera del Salón D'Angelo, a un lado de un pony con crin de arcoiris mal dibujado, dice un graffiti: "Lo último q' muere es la esperansa.... pero si hay un muerto, hay intriga, y la intriga es la llave a la felicidad de los pobres."

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