martes, 1 de julio de 2008

Ojos Cerrados


Me levanto y estas tu a mi lado, tan sencillamente bella en esas pijamas color plátano y brillando de ternura sólo por tener los ojos cerrados. Me meto a bañar y me sorprendes bajo el agua. Alcanzo a besar esa gota que se aferraba a la punta de tu nariz. Nos vamos a desayunar a ese cafecito que tanto nos gusta a los dos. Nos despedimos en plena esquina, escondidos del sol y por tanto tiempo que la acera ya nos entiende como esculturas invasoras de su espacio.
De repente me levanto, mis sábanas no huelen a ti; supongo que otra vez me quedé dormido. A lo lejos te escucho en la cocina. Me meto a bañar rápidamente y me visto con la poca selección de ropa que tengo limpia. Cuando entro a la cocina no estas, pero por los platos sucios se ve que tenías hambre. Me voy al trabajo y avanzo lentamente, invades mi cabeza y no pongo la más mínima resistencia. Por lo mismo no me va a dar tiempo de salir a comer (lo menos que puedo hacer es avisarte y aprovechar para enviarte si no todo, al menos un gran gajo de mi amor). Al final de la jornada, exhausto, me voy hacia la casa. Toda música que me voy encontrando en el camino tiene algo que ver contigo, con tus ojos, con tu cuerpo, con esa risa que utilizas para burlarte de mí. Finalmente llego y no estas, así que decido prepararte una sorpresa. Ya es tarde pero no debes de tardar. Con esmero e ilusión recojo el lugar, arreglo la mesa y cocino algo por encima de mis capacidades. Llevaba todo el día esperando a que cruzaras esa puerta. Tu alegría interna crece hasta convertirse en un disimulado conato de sonrisa en la orilla de tu boca, no quieres que me de cuenta que te gusta tanto como a mí. Entre besos, bocados y algo de vino alcanzamos a platicar un poco de nuestro día; pero antes de que se terminen los platos ya estamos en otra cosa. Recargado en la cama, mientras te tengo sobre de mí con suficiente piel expuesta como para volverme loco pero con suficiente piel cubierta de algodón negro como para desquiciarme; me tomas del cuello, te acercas a mi oreja y como si fuera la primera vez me dices…
Me levanto, algo atolondrado y con ciertas lagunas mentales respecto a lo que sucedió anoche. Estas tu a mi lado, tan sencillamente bella en esas pijamas color plátano y brillando de ternura sólo por tener los ojos cerrados. Me meto a bañar y me sorprendes bajo el agua. Alcanzo a besar esa gota que se aferraba a la punta de tu nariz. Nos vamos a desayunar a ese cafecito que tanto te gusta. Nos despedimos en plena esquina, escondidos del sol y por tanto tiempo que la acera ya nos entiende como esculturas invasoras de su espacio. Siento que he hemos hecho esto tantas veces pero sin embargo mantiene cierto encanto. Me voy al trabajo. Me pasan una llamada del jefe, el Ing. R, el susto se sublima en placer cuando veo que no es la voz con estragos de café y cigarro la que me habla sino un susurro cachondo que le da celos al teléfono. Después todo transcurre tan rápido afortunadamente y otra vez estoy libre, ávido de verte.
Alcanzo a golpear el despertador, hay ligero dolor de cabeza pero se esfuma cuando veo la nota que dejaste a mi lado. De nuevo tarde rumbo al trabajo, me apuro y me arreglo un poco más de lo normal. Hoy quedamos de salir con Enrique y Tania, mejores amigos y cómplices de ser hoy ‘nosotros’. Llego al trabajo. La secretaria del Ing. R, Maricarmen, me dice que irradio amor, le respondo: “¡pues cómo no!”, reímos y me voy a mi cubículo donde la aburrición de siempre ya esta instalada en el teclado. Para colmo hoy nos tuvimos que quedar un par de horas extras. Lo peor viene cuando me llamas para informarme que se canceló la cena con Enrique y Tania, pero (y ya lo decía mi abuelita desde hace muchos años, no hay mal que por bien no venga) que me esperas en cama con una sorpresa. Apenas logro escapar me voy corriendo a casa. Cuando llego todo esta en silencio. Me asomo al cuarto y te encuentro soltando leves ronquidos infantiles que, sea dicha la verdad, disfruto y muchísimo. Coopero con el silencio mientras me quito el traje y apago las velas. Me acuesto atrás de ti y beso tu nuca. Escucho tu sonrisa y mientras pones tu mano en mi pierna me confiesas lo evidente: “Me ganó el sueño”. Río un poco, vuelvo a besar tu nuca y alcanzo a acariciar con un par de dedos tu piel por unos minutos hasta…
Me levanto, me tardo en reconocer donde estoy. Escucho un par de ronquidos y volteo hacia mi brazo aprisionado. Estas tu a mi lado, tan sencillamente bella en esas pijamas color plátano y brillando de ternura sólo por tener los ojos cerrados. Me meto a bañar y me sorprendes bajo el agua. Noto que, entre todo tu encanto hidráulico, tienes una gota de agua que se aferra a tu nariz pero antes de que alcance a besarla se escurre. Nos vamos a desayunar a ese cafecito que me gusta. Nos despedimos en plena esquina, escondidos del sol y por tanto tiempo que la acera y los perros vagabundos ya nos entienden como esculturas invasoras de su espacio. Siento que he hemos hecho esto tantas veces. Me voy al trabajo, todo transcurre tan rápido afortunadamente y otra vez estoy libre, ávido de verte. Llego a la casa pero me sorprende verte frente a la televisión llorando. La película logró te hizo sentir insegura respecto a lo que somos, me pides que nunca te deje. Te envuelvo en mis brazos y te afirmo que nunca lo voy a hacer, que eres la mujer de mis sueños y que cada día te amo más.
Abro los ojos, el ruido de la calle es atroz. Es sábado y la gente aprovecha para deshacerse de toda le energía que no ocupó en la semana. Te abrazo y trato de volver a dormir pero el esfuerzo es inútil, sólo por unos instantes lo logro. Igual y fue más tiempo del que creía porque ya no estas ahí. Mientras desayuno un plato de cereal prendo la tele, esta la película que te hizo llorar. La dejo puesta supuestamente en lo que termino de desayunar, pero me absorbe y me quedo intrigado en porqué te hizo sentir así. Durante los comerciales suena el teléfono. Lo contesto y es Enrique, me invita a ver el partido a su casa. Me platica que ayer Tania te vio en la comida y le platicaste que te casas. Yo me quedo callado, no sé que responder. Enrique me dice que era de esperarse, que con tantos años de relación con el novio ese gringo pudiente no había de otra. Que le das hueva me platica. Yo respondo con monosílabas a todo esto: ‘si’, ‘no’, ‘ah’, etc. Al final acabo por decirle que no puedo ir a ver el partido. No le digo que es porque quedé contigo para ir a comer.
Supongo que con lo de la boda nadie se puede enterar de esto.

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