miércoles, 19 de diciembre de 2012

(V.O.)



Esta es una historia, no lo neguemos. Se formula, se escribe, se edita y se lee. Es una historia sobre Michel, que nació en los pirineos -de los cuales huyó en la adolescencia y nunca ha vuelto-. ¿Porqué? Sólo él y su mujer lo saben. Esta historia no es sobre la fuga, sobre el retorno que nunca ocurrió o sobre la indiferencia que a Michel le causan tales cosas. Si tan sólo todas las historias pudieran tratar todos los temas que al escritor, al lector y al personaje le incumben. Le importan. No a todos nos importa lo mismo. No a todos nos importa.
Aunque quizás sí algunos relatos sean capaces de ello. Son narraciones que hablan sobre las narraciones mismas y en ellas encapsulan todos los temas que existen en esta vida y, por supuesto, se autocontienen a sí mismas. La física, la fé y las leyendas me dan la razón.
La razón de Michel en el día a día era la fisioterapia, por las noches era su mujer y el hijo de ésta. La vida ocurre encajonada. Saltamos de un renglón a otro y encontramos el sentido en lo que corresponde a cada momento. Intercambiar estaciones de metro es para algunos un martirio, para otros una escala en su oficio y para otros más un punto de venta. Cada quien moldea el instante. Cada quien se moldea a su instante. Son los contados momentos de verdadera iluminación o natural melancolía los que nos hacen reflexionar sobre las conexiones entre cada cajón que vivimos a través del calendario. Las historias, como esta que se escribe y se lee una palabra a la vez, son cápsulas de intenciones. Si el boticario y el paciente tienen algo que ver, algo que decirse en este diálogo sin sonidos, la píldora detona una encadenación de verdades que llevan a ese, antes citado, momento de reflexión.
La reflexión en la vida de Michel era intermitente. Su esencia era inusual en el mundo actual. Se ignora por completo si pertenecía al pasado, al futuro, a los varones adultos de los pirineos o al azar. Más importante que la causa es la situación. Nuestra vida es así ¿no les parece? Muchas veces, nos enfocamos en diseccionar las razones de nuestras emociones o acciones en vez de encararlas. El porqué de su insólita naturaleza no era lo que determinaba su vida, era su personalidad inaudita lo que lo dictaminaba. Aun así, los hombres peculiares, parados en el ojo del huracán de su excentricidad, rara vez caen en cuenta de cómo son percibidos por el mundo que los rodea.
Esta es una historia: un desarrollo sistemático de acontecimientos pasados relacionados entre sí. La historia de Michel, la nuestra y los eventos que aún no han sido citados estan relacionados entre sí por la única y sencilla razón que convergen en este texto. Pero también porque lidian con la pasión por ser. Quien escribe, quien lee, quien protagoniza y quien memoriza las palabras que emanan de un cuento son personas con pasión por ser quienes son. No es fácil. Tampoco tiene que ser tan complicado. Pero sí tiene que haber 'algo'. La inclinación por siempre SER más de lo que ya se ES acarrea grandes vivencias; así como un tácito pánico ante el incumplimiento del deseo. No sucumbir ante tal miedo es lo que hace a hombres como Michel, libres y puros en esencia.
Quizás entre semana, caminando de un punto a otro, rascando ése incómodo piquete en la nuca uno no lo note. Pero la libertad está a la vuelta de la esquina. Y es justo en esa cuadra que vive Michel. A través de una delgada ventana se asoma. Tallándose la quijada, áspera por vanidad y entendiendo a su paciente. Luego vuelve la mirada al cuarto, se talla las manos en busca de calor y masajea estratégicamente la espalda del joven que suspira liberando su dolor.
Se cansa, Michel. Se cansan las historias también. Y cada quien tiene su secreto, el protagonista, la historia y el testigo para retomar el paso. La eterna juventud es para aquellos que saben extraer la inspiración para seguir adelante de cualquier momento. El secreto es tan aparente que se vuelve invisible. El que escoje sacar sus fuerzas de un frasco con píldoras ya ha marcado una cruz en el algún punto del calendario.
Michel A., nacido en los pirineos, habitante y amigo de una tierra lejana a la que le dio vida le mete mano, hombro y cabeza a los músculos de otras personas que llegan implorando una solución a su dolor. Es una profesión terrenal, el trabajo se siente y en la fricción con otros cuerpos, otros seres; la vida se palpa. Como todo hombre sencillo, no tiene más de tres pares de calzado. Las botas de trabajo, los zapatos formales y las chanclas para los viajes a la playa. Por eso cada domingo Michel lustra las botas. Mientras su mujer e hijo preparan el desayuno, el se desaparece del cuarto y de su propia vida para lustrar las botas en el garage.
Las talla con el mismo arrebato con el que compone posturas, no lo puede evitar. Y siempre, como en cada historia, como en cada día, como con cualquier persona que esté dispuesta a levantar la cabeza y abrir bien los ojos, hay un momento de magia. Terminada la primera bota, Michel hace una pausa. Sin dejar la bota lustrada recoge la sucia. Las pone talón con talón y las examina. Cae en cuenta de que otra semana ha pasado, de que ha recorrido un trecho más y que está listo para lo que viene. Saborea como su vida le pertenece a él y a nadie más.
El próximo salto o el próximo tropiezo, los dos están contenidos en el siguiente paso. Michel, lejos del mundo al que corresponde su andar, sabe estas cosas. Rejuvenece. Sudor en la frente, grasa en el trapo que descansa en su hombro y una sonrisa escondida en todo su cuerpo. Es importante para él. También es importante para todos. Porque como cualquier historia, una vez leída, vivida y saboreada, uno puede releer, volver a empezar... desde un punto distinto, desde un paso adelante, que nos acerque a ser más nosotros, a vivir más en menos tiempo.
Con las dos botas impecables, Michel abre la puerta del garage y regresa a la cocina donde su mujer, su hijo y su vida lo están esperando.

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