martes, 18 de diciembre de 2012

Segundas veces sólo hay una

Pescaba el hombre sin piernas.
Desde la palmera sólo se alcanzaba a distinguir un hilo que agujereaba el estanque; pero para los presentes era obvio que aquel no buscaba peces. El moreno de pelusa entrecana en la cabeza y las axilas con la mitad de cuerpo que cualquiera, anhelaba capturar un recuerdo. Alguna memoria con prisa por salirse de su cabeza y volver a flotar en el viento azulino debería de tener. En el río o en su cabeza, en cualquiera se podría estar escondiendo. Con falsa paciencia veía directo al agua. Tan bella e inalcanzable que es, tan invisibles que son sus moléculas, tan frágil y tan intimidante; un fluido que es lección, examen y moraleja cada vez que se nos pone de frente. El traje de baño rojo cubriendo los muñones mientras él se hurgaba la nariz; se removía el temperamento.
Fue queriendo descubrir un alguna reminiscencia olvidada en su interior. Sentía cómo su estómago se asustaba de creer que era posible volver a vivir un recuerdo por primera vez. Alguna vez que acorraló a una belleza de bikini en el mismo prado... haber pisado el acelerador de más, para retar a la muerte, para crecer tantito... alguna noche de andar rasgando las cuerdas de su negra guitarra para evocar las respuestas de preguntas que aún le quedaban grandes... cualquier cosa que le hormigueara las vísceras. En algún recobeco del laberinto cerebral tenía que haber dejado alguna exquisitez para un día como hoy. Cada instante de la vida se vive una sóla vez: la primera es la última con la impaciencia correcta. Luego la cabeza, espía de nosotros mismos, recapitula para darnos pedacitos del pasado. Que el tiempo ajusticia y libera a su antojo.
Nosotros no sabemos cual fue la última vez,
pero sabemos que sólo hay una,
hasta que los recuerdos nos pescan desprevenidos,
o nosotros a ellos,
para volver a enamorarnos,
con la misma vida,
de la que se cuelgan para dejarnos otra vez atrás.

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